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La Moncloa: los Bonsáis de Felipe González, el té con Nixon y, ahora, los días, con Rajoy

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Comenzó siendo una finca del siglo XVII. Pasó de noble en noble hasta que, en 1784, fue recibida en herencia por María del Pilar Teresa Cayetana de Silva, decimotercera duquesa de Alba.  Al morir ésta, el rey Carlos IV adquirió el palacete y la huerta en la que hoy destacan unos imponentes jardines y en cuyo interior, en los años 30, Antonio Machado declaró su amor a Guiomar a los pies de la imponente fuente de sus jardines.

Tras la Guerra Civil Española, el  Palacio quedó completamente destruido, Diego Méndez fue el encargado de levantarlo nuevamente, en 1953. Hasta 1977, cuando Adolfo Suárez decidió trasladar allí la sede de la presidencia del Gobierno desde el Palacio de Villamejor, en el Paseo de la Castellana, el régimen de Franco había relegado el Palacio a otras funciones, entre ellos a recibir visitas.

Por Moncloa pasaron el presidente estadounidense Richard Nixon, varias veces, una en pleno ejercicio de sus funciones, en 1970, y otra como ex mandatario tras el escándalo de Watergate, en 1980. También acudieron el Negus de Etiopía Haile Selassie, o el Sha de Persia Mohamed Reza Pahlevi .La historia de la democracia española ha tenido en la Moncloa su escenario principal, desde sus grandes escenas, por ejemplo al firma de los Pactos de Moncloa o la adhesión a la Unión Europea, hasta sus tapices más domésticos.

Al parecer, uno de los hijos de Adolfo Suarez encontró, mientras jugaba en el jardín, un muro que daba a las ruinas subterráneas de las cocinas del antiguo palacio construidas por los Duques de Alba. Años más tarde Felipe González convertiría ese espacio  en lo que se denominó “la bodeguilla”.

 Allí, se dice, que se reunía con personalidades del mundo de la política, la cultura y el deporte y con mandatarios extranjeros que preferían un ambiente informal, como Ronald Reagan o Fidel Castro. Esa misma bodega era utilizada por José María Aznar como cava de vinos.

De la época de Adolfo Suárez quedan muchos espacios que actualmente se utilizan, el patio cubierto que recibe el nombre de Sala de Las Columnas. A ésa se suman cosas como una a pista de tenis –que en época de Aznar se convirtió en pista de pádel- y una piscina. José Calvo Sotelo, quien sólo estuvo en el palacio veinte meses, habilitó una sala única y exclusivamente  para tocar su piano, un instrumento por el que profesaba especial afición.

Su siguiente ocupante, el socialista Felipe González, que comparaba la Moncloa con una tarta de nata montada cubierta de purpurina, vivió allí 14 años. Todo ese tiempo fue suficiente para dedicarse a la botánica.

Dentro de los jardines de Moncloa, Felipe González cultivó un pequeño huerto y, más ampliamente, implantó y cultivó bellas especies de Bonsáis. A estos añadió ejemplares de piedras talladas de Extremadura, que hoy pueblan algunos recodos del entorno. Sin embargo, la mayoría de los Bonsáis fueron donados al Jardín Botánico de Madrid. Se especula, también,  con unas supuestas  llamas, un regalo del gobierno de Bolivia para González, de las que Aznar tuvo que ocuparse nada más llegar.

Quienes parecen haber tolerado con peor humor la mudanza a  La Moncloa fueron Ana Botella, la esposa del presidente popular José María Aznar, y Sonsoles Espinoza, la mujer del socialista José Luis Rodríguez Zapatero. Ambas, una por la vía de trasladar su casa al Palacio, y la otra por al opción del cambio radical, quisieron hacer más cálido un espacio que, evidentemente, se les hizo muy, pero que muy, pesado.

Si bien la reacción de Ana Botella fue menos compulsiva –ella redecoró y repintó las habitaciones de la segunda planta y mandó a traer todos los muebles de su casa en La Moraleja-  si se compara con las reformas puestas en marcha por Sonsoles Espinosa, quien espetando lo imprescindibles del Patrimonio, Sonsoles Espinosa apeló al gusto “minimal”, con muebles de diseño  de tendencia más bien neutra.

Esquizofrenia decorativa  al margen, La Moncloa se prepara ahora para recibir al espartano y sobrio Rajoy, quien, a juzgar por su discurso austero y sobrio, agregará a esta antigua finca destruida y levantada, varias veces, un capítulo más al grueso volumen de la vida  privada de la democracia española.

 

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