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España

El Planeta, 60 años de apócrifos y otras picarescas

Ya lo dijo Fernando Savater en su momento: sospechar del Planeta es como sospechar de los Reyes Magos. Es uno de los premios literarios mejor dotados del panorama español. Lo han ganado escritores de la talla de Mario Vargas Llosa, Juan Marsé, Manuel Vázquez Montalbán o Rosa Regàs y, sin embargo, siempre hay una pega.

Si quien lo recibe goza de una cierta reputación intelectual, debe dar explicaciones sobre porqué acepta un “premio comercial”. Y si pasa lo contrario, pues la capilla autoral se hace la digna  y mira hacia otro lugar. Otros más escépticos sencillamente pasan del tema.

Del Planeta se ha dicho de todo y en él ha pasado de todo. Desde su creación, en 1952, se han visto polémicas, despechos o  berrinches. Han sido memorables, también, las declaraciones que han dado  algunos de sus ganadores o, por qué no, las prisas de otros para poder recoger el galardón a tiempo.

Leyendas negras, las hay. Muchas. Y apócrifas, además. Algunas de ese tipo han sido narradas   por  Rafael Borrás, editor de Planeta,  en el segundo volumen de sus memorias, titulado  La Guerra de los Planetas.  Sobre la eterna sospecha del Premio -el pacto previo, la negociación editorial de antemano-, escribió en sus memorias  Borrás un episodio tan pintoresco como memorable.

Cuenta el editor  cómo, en 1989, durante la rueda de prensa que ofreció Soledad Puértolas, ganadora de ese año por Queda la noche, un periodista intervino para preguntar cómo había sido posible que Puértolas hubiera sido invitada al acto de premiación, si aún no se había dado a conocer el fallo y por tanto, el nombre del ganador. Según el propio Borrás, José Manuel Lara, presidente de Planeta, le respondió al reportero: "¿Creo que usted todavía cree que los niños vienen de París?"

Una pregunta que no falta y que  parece incordiar a autores, año tras año, no pudo ser respondida con mayor ingenio que el que utilizó Manuel Vázquez Montalbán en 1979. El ganador de ese año por Los mares del Sur no tuvo empacho alguno en responder, al acostumbrado chascarrillo: "Pues comprar tiempo". Todo el necesario, todo el del mundo. Para escribir. Y punto.

En el anecdotario del Premio resulta curioso un episodio sobre el que hay varias versiones. Ocurrió en 1978, el año en que se le concedió el Premio a Juan Marsé por  La muchacha de las bragas de oro. Según Borrás,  Marsé se negó a asistir a la cena que se suele organizar en el hotel Princesa Sofía, por el desagrado que el protocolo del traje largo y el esmoquin generaban en el entonces joven Marsé, quien supuestamente  se presentó, directamente en el momento de la  lectura del veredicto, con un anorak amarillo.

Algo desconcertado al escuchar esta versión de Borrás, Juan Marsé responde al teléfono: “No, eso no fue así. Yo venía de casa de mis abuelos, en el pueblo L'Arboç del Penedés, en Tarragona. Había pasado varios días allí”, recuerda.

“Cuando llegué a casa, recibí una llamada. Me decían que llevaban días llamándome, que me presentara ya mismo, porque me había ganado el premio. Llevaba, sí lo recuerdo, un pantalón de pana y una cazadora amarilla y me presenté de esa manera. Pero jamás dije que me negaba a ir, ni muchos de esmoquin, que además, no se va a así. Pero bueno, llegué de aquella forma por las prisas”, aclara el escritor catalán.

A mitad de camino entre certamen y evento, entre espectáculo y ocasión, el Planeta alimenta una larga y gruesa historia de especulaciones, también de novelas. Las segundas más importantes que las primeras. Sesenta años, sesenta novelas. Las anécdotas son sólo eso, lo que va quedando, leve, entre unos y otros.

 

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