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España

Felipe González planta a Susana Díaz en su toma de posesión, marcada por el boicot de la oposición

Susana Díaz, en su toma de posesión.

Susana Díaz ha tenido más de 80 días de sufrimiento, pero finalmente seguirá siendo presidenta de Andalucía. El apoyo a su investidura por parte de Ciudadanos llegó después de tener que suscribir 70 acuerdos que versan sobre cuestiones de corrupción, aunque logró que Chaves y Griñán no fuesen directamente señalados. Continuarán en sus puestos, en el Congreso y el Senado respectivamente, hasta que el Tribunal Supremo se pronuncie.

La sala del Parlamento en la que se realizó la toma de posesión estaba atestada de gente. Pero no había ni rastro de la oposición; ni siquiera de Ciudadanos. El PSOE casi al completo estaba presente, nadie se fue de la foto. El primero Pedro Sánchez, junto al expresidente Rodríguez Zapatero. Si la cuestión es la sintonía personal, Susana Díaz mostró más cariño en sus gestos con el político retirado. Un par de besos y una breve conversación antes de dar dos protocolarios besos a su secretario general. Entre los presentes miraban Emiliano García-Page, César Luena, Manuel Marín, José Bono o Elena Valenciano así como muchos otros diputados socialistas. Cristóbal Montoro, como ministro de Administraciones Públicas, fue el representante gubernamental en la cita. Estaban Rafael Escuredo y José Rodríguez de la Borbolla, expresidentes de la Junta de Andalucía, pero no sus predecesores y padres políticos Manuel Chaves y José Antonio Griñán

Otra de las ausencias más significativas ha sido la del expresidente Felipe González, que estaba invitado al acto

Otra de las ausencias más significativas ha sido la del expresidente Felipe González, que estaba invitado al acto. González se ha distanciado en los últimos meses de Susana Díaz desde que la dejó clara su opinión de que debe respetarse a Pedro Sánchez como secretario general y, por lo tanto, no debe cuestionarse su liderazgo hasta ver qué pasa en las elecciones generales previstas para noviembre. El ex presidente socialista, uno de los principales apoyos iniciales de Díaz, incluso llegó a anticipar en una entrevista con un diario nacional que Díaz no iba a disputarle las primarias a Sánchez y que iba a permanecer en Andalucía, antes de que la interesada hubiera tomado una decisión definitiva. Ahora la presidenta de la Junta intenta recomponer la relación, aprovechando el rechazo que comparte con González a los pactos articulados con Podemos en numerosos territorios.

Tampoco han acudido al acto de toma de posesión los líderes de la oposición. Ni Moreno Bonilla, del PP, ni Teresa Rodríguez de Podemos, ni siquiera Juan Marín, de Ciudadanos, y eso que este último ha sido clave para que la socialista siga en su puesto como presidenta. Díaz, a cambio, ha hablado en su discurso de la necesidad de unidad: "Ahora más que nunca tenemos que hacer estas cosas juntos. Cuanto más unidos estemos más y mejor avanzaremos. Los andaluces dijeron con claridad quién quería que los gobernaran y cómo, desde el acuerdo y la defensa del interés general de los andaluces por encima de los distintos partidos."

Tampoco han acudido Moreno Bonilla, del PP, ni Teresa Rodríguez de Podemos, ni siquiera Juan Marín, de Ciudadanos

El discurso de Díaz se pareció mucho a su doctrina habitual, esa que habla de la necesidad de unos servicios públicos fuertes y una sociedad civil de gran dimensión, pero también incluyó algunos rasgos que son claramente imputables al empuje de sus nuevos aliados políticos, Ciudadanos. Esto se visualizó especialmente cuando habló de corrupción, uno de los puntos negros de los últimos gobiernos socialistas en Andalucía que ahora parece haberse convertido en una prioridad. "Quiero una política honesta, contra la corrupción en cualquiera de sus formas. No solo humilla y ofende a los contribuyentes sino que desvirtúa nuestra democracia y los aleja de las instituciones que tienen que ser de todos. Tiene que ser extirpada y nuestra obligación no es intentarlo, es conseguirlo", proclamó en un claro guiño a la formación naranja.

En su repaso aceptó que la situación económica general ha mejorado en los últimos tiempos, pero lo encadenó con un discurso de las carencias que aún existen. "Hay mucha gente que lo está pasando mal y esa gente tiene que tener respuesta. El éxito no puede medirse solo por las grandes cifras económicas, hay que pensar que hay trabajadores que no encuentran empleo con salario digno. A mí lo que me importa es cuántas empresas hacemos competitivos, cuantos chavales salen del fracaso escolar, cuantas becas hay, cuántas vidas salvamos con una sanidad pública y universal, cuantos desahucios podemos evitar, cuántas mujeres alcanzan más igualdad y cuántos dependientes puedan tener una vida más digno. Esas son las cifras que tienen que importarnos".

También reconoció que el espectáculo de las últimas semanas en los que las diferentes formaciones no conseguían ponerse de acuerdo han sido poco edificantes: "Estos días pasados hasta la investidura no han sido un buen ejemplo. Tenemos que reconocer nuestros errores y si no lo hacemos erraremos doblemente. Nuestro objetivo tiene que ser solucionar las demandas de los ciudadanos. Para eso estamos aquí y nunca debemos de olvidarlo".

Entre sus palabras también se deslizaron recados a los independentismos, ya que cada vez que nombraba a España recordaba que las comunidades autónomas tienen que ser "iguales y solidarias". Además, cuando habló de la Constitución, quiso dejar claro que ella (y, sin nombrarlo, su partido) representan un camino intermedio entre los partidos emergentes y el PP: "Para alguno la solución pasa en poner en cuestión los cimientos de nuestro sistema, otros parecen concebir la constitución como una excusa para justificar el sufrimiento y el retroceso en las libertades que están sufriendo millones de ciudadanos. Creo que hay un camino intermedio".

Las elecciones y los pactos

La jugada de Díaz al convocar elecciones fue arriesgada. Convocó unas elecciones por sus desencuentros con IU (y por un cierto tacticismo político) y se encontró con un panorama político aún más fragmentado del que tenía previamente. Cierto es que sus resultados en los comicios fueron aceptables, consiguió ser la fuerza más votada, cosa que no se daba antes, y dio una sensación de fortaleza importante para sus ambiciones políticas futuras, aún por determinar pero que no parecen limitarse a su comunidad autónoma. También lo es que la nueva configuración del Parlamento andaluz la obligaba a explorar nuevos pactos, a conversar mucho para conseguir que algún partido de los nuevos, Podemos o Ciudadanos, se aviniera a aliarse con una formación marcada por la corrupción y el clientelismo como es el PSOE andaluz.

En estos dos meses de intentos infructuosos ha llegado a amenazar con nuevas elecciones e, incluso, a tantear que el PP la ayudase

Las negociaciones han sido duras porque en realidad ningún pacto terminaba de casar. En estos dos meses largos de intentos infructuosos ha llegado a amenazar con nuevas elecciones e, incluso, a tantear la opción de que el PP la ayudase en la investidura. Finalmente, cuando la situación se desbloqueó algo después de las elecciones locales, terminó encontrando camino común con Ciudadanos. No es un pacto gratuito, pero sin duda mejor que tener que someterse una vez más a los designios de los andaluces.

Díaz, que está embarazada, revalida así su poder en Andalucía y se mantiene como una pieza básica en el PSOE nacional. Su relación con Pedro Sánchez es digna de estudio, pues ha pasado por todas las formas posibles y nunca termina de definir su rumbo. El secretario general logró su posición gracias al apoyo velado que le concedió Díaz. En las primarias contra Madina, Sánchez logró tener Andalucía de su lado y eso, en el PSOE, es decir mucho. La federación más grande es importante en número y también en tradición, uno de los faros del socialismo durante toda la democracia.

Ese apoyo evidente se representó el primer día después de las primarias. La primera líder a la que recibió fue a Díaz, que desde muy pronto mostró que ella no era una subordinada del secretario general sino que, como mínimo, se encontraban en un diálogo de igual a igual. Ya en ese tiempo se hablaba de la ambición de la presidenta andaluza y de su interés, algún día, en ser candidata a la Moncloa. Pero Sánchez comparte esas metas y pronto, con la fuerza que tiene la secretaría general, anunció que se presentaría a las primarias para la presidencia del Gobierno. Ahí empezó la fractura, que se ha ido viendo poco a poco, tanto en detalles como en cuestiones de más calado.

El pacto con la formación morada hubiese sido el lógico si se siguiese la doctrina de Pedro Sánchez

De hecho la presidenta andaluza ha tenido graves problemas para encontrar consenso con Podemos. Liderados por Teresa Rodríguez pusieron una serie de condiciones que la presidenta andaluza no ha querido explorar. El pacto con la formación morada hubiese sido el lógico en este caso si se siguiese la doctrina repartida por Sánchez, pero Díaz tiene la fuerza suficiente para ser un verso libre. Tanto que ha pactado con Ciudadanos y masculla en contra de la estrategia seguida por su partido en todo el país.La última de ellas tiene mucho que ver con el tema de conversación básico en la política de estas semanas: los pactos. Sánchez ha hecho campaña activa por la configuración de alianzas de izquierdas en todo el país, una especie de cordón sanitario contra el PP para borrar a los conservadores del mapa municipal. Una estrategia que ha conseguido su éxito pero que no termina de agradar a Susana Díaz.

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