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España

El tenebroso futuro del PP: entre la refundación a lo Aznar y la desintegración a lo UCD

Calvo Sotelo, José María Aznar, Adolfo Suárez y Felipe González, en una imagen tomada en 1997 en La Moncloa.

Las dudas y la inquietud flotan a estas horas por despachos y pasillos de Génova como los restos del Titanic lo hacían en las gélidas aguas de Terranova. Mariano Rajoy ha reconocido en privado que no esperaba semejante castigo. El PP intenta reaccionar, dando manotazos de ahogado. Génova ultima una estrategia de cambios en los que nadie fía. La sombra de la UCD y su estruendosa desintegración se cierne sobre la nuca de los populares. También sobrevuela el recuerdo de Alianza Popular (AP), que algunos invocan como ejemplo de la necesaria renovación/refundación siempre emplazada.

Santamaría quiere que su protegido el ministro Alonso ocupe el lugar de Cospedal, según cuentan sus próximos

Las dimensiones del estropicio sufrido por el Partido Popular en las autonómicas y municipales han hecho saltar las alarmas hasta el nivel del pánico. También han despertado enormes dudas sobre el futuro. El hundimiento en las urnas tendrá un impacto demoledor el 13 de junio cuando se formen los nuevos consistorios. De las cinco capitales con mayor número de habitantes, el PP sólo gobernará en la menor, en Málaga, en tanto que Madrid, Barcelona, Valencia y Sevilla tendrán alcaldes de izquierda. Tampoco ha logrado el PP mantener la mayoría absoluta en ni una sola de las comunidades autónomas donde ahora gobernaba. Ni siquiera en Castilla y León, donde el incombustible Herrera se ha quedado a un escaño. Hasta Zamora, tierra conservadora y devota, ha visto como un veterano candidato comunista arrebataba el bastón municipal a la joven y muy aparente candidata del PP. Por si fuera poco, el PP ha contemplado la intempestiva defenestración de tres de sus líderes de referencia: Esperanza Aguirre, Rita Barberá y Dolores Cospedal. Demasiadas bajas en la refriega. Excesivos daños en el combate de las urnas.

Los barones gallean

El hundimiento electoral ha provocado un efecto desolador. Algunos barones se olvidaron de su silencio de siglos y su estado de genuflexión permanente frente al poder del aparato y les salió un gallo. Es decir, se pusieron gallitos. Otros optaron por renunciar a traición, sin avisar. Y algunos amagan ahora con irse. Génova y Moncloa se enfrascaron en una guerra nada subterránea en busca de culpables. Una intoxicación venenosa dejó malherida a la secretaria general, quien reaccionó iracunda ante el presidente. Horas más tarde, la vicepresidenta apareció ante los medios, en comparecencia inusitada, para reconocer, con un cinismo algo corrosivo, que el puesto de Cospedal es de mucho sufrir y penar y que jamás hablará mal de ella. Santamaría quiere que su protegido el ministro Alonso ocupe ese lugar, según cuentan sus próximos.

Centenares de alcaldes, concejales, asesores, amanuenses, jefes de negociado y demás infantería del PP va a perder su puesto en las próximas semanas rumbo a la dura intemperie. Un paisaje inhóspito después de la batalla. Buena parte de este ejército de cesantes dejará su cómodo sillón entre maldiciones y jaculatorias contra Rajoy, a quien consideran el único responsable de la tragedia. Hasta ahora activistas de la causa, esta gran marea de desplazados del presupuesto dejará de predicar en favor del PP y se pasará a la contra.

Rajoy habla estos días con algunos barones y dirigentes. Transmite la idea de que la recuperación económica y el desgaste que sufrirá el PSOE por su 'abrazo del oso' con Podemos

En su despacho de Génova, a Mariano Rajoy se le torcía el gesto conforme avanzaba el escrutinio. Esperaba un severo revés, un castigo inapelable después de tres años de impopulares ajustes. Pero no de tales dimensiones. El whisky se le congeló en el gaznate. La noche se hizo casi tan negra como la del 14 de marzo de 2004, cuando el goteo de los resultados se transformó en una pesadilla agónica. El PP era el partido más votado a escala municipal pero recibía uno de esos directos a la mandíbula que dejan groggy y sin aliento.

La culpa es de 'los silentes'

En los cuarteles generales del PP, durante estos días, se intenta digerir el amargo trance. Análisis territoriales, conversaciones con los jefes de campaña, disección del voto. La culpa, según parece, no es de Ciudadanos ni de la abstención. Es de 'los silentes'. Así llaman ahora en el PP a su votante tradicional que ha optado por quedarse en casa. Más de dos millones de papeletas que fueron azules y que no se movieron de casa. En Madrid, por ejemplo, el caso es paradigmático. En Chamartín y Barrio de Salamanca, más de un 20 por ciento del votante 'popular' optó por irse al campo o quedarse en el sillón. Y ganó Manuela.

La inquietud ante el futuro se torna, poco a poco, en temor. E incluso en pánico. Rajoy intenta transmitir calma. Hablaba esta semana de cambios, en el partido y el Gobierno, tan sólo unas horas después de que se mostrara muy satisfecho y cómodo con los resultados. Hay dudas sobre el alcance y efectos de los cambios. Sustituir a Feijóo por Cospedal y a Pablo Casado por Carlos Floriano no parecen las soluciones necesarias. Rajoy habla estos días con algunos barones y con dirigentes de relevancia. Transmite la idea de que la recuperación económica y el desgaste que sufrirá el PSOE por su 'abrazo del oso' con Podemos serán bazas certeras y casi definitivas de cara a las generales. Sigue en la inopia.

Vistazo a la historia

UCD surgió como un extraño partido de aluvión, creado artificialmente desde arriba. Fue un singular conglomerado de neodemócratas, oportunistas, aventureros y aviesos democristianos, cuyos únicos ejes eran la personalidad de Adolfo Suárez y el ejercicio del poder. Desaparecido lo segundo, todo se fue al traste. Muy poco que ver con el PP, evolución natural de la Alianza Popular de Fraga, con base sólida en los herederos del franquismo y en la derecha sociológica española. Cuando AP se extinguía, Fraga dio un paso al costado, colocó a José María Aznar al frente, refundó el partido, lo abrió al centro y pasó de los cinco millones de votos en 1989 a la mayoría absoluta del 2000.

Cuando AP se extinguía, Fraga dio un paso al costado, colocó a Aznar al frente, refundó el partido, lo abrió al centro y pasó de los 5 millones de votos en 1989 a la mayoría absoluta del 2000

El porcentaje necesario

Este domingo el PP ha recibido seis millones de votos, apenas un 27 por ciento del total de las papeletas emitidas. Con menos del 35 por ciento resulta imposible alcanzar una mayoría de gobierno. Salvo que se cuente con un apoyo externo. Quizás Ciudadanos. Pero Pedro Sánchez ya acaricia la Moncloa. Da por hecho el triunfo de la izquierda en las generales y el respaldo de Podemos. Está seguro del gran vuelco. 

También lo empiezan a pensar en el PP donde nadie duda de que Rajoy cumplirá con lo anunciado y se presentará como candidato. Hasta entonces, pocos fían de que el presidente del PP atienda lo expresado en las urnas y decida dar un volantazo a su gestión. Soberbia y corrupción han sido los males del PP. Ni la economía con el viento de popa ha logrado hacer el milagro. Pero son pocos los que piensan que la promesa de cambios se concreten en algo serio. Ni hay tiempo ni posiblemente, voluntad.

El horizonte de final de año

Para el PP se inicia ahora el camino de los senderos que se bifurcan. Uno sendero conduce a una victoria escuálida en diciembre, pero con posibilidad de gobernar. A la italiana, sin apabullante mayoría y con apoyos condicionados. Para Rajoy, este escenario casi resultaría el más adecuado. Por cómodo. Negociación con el socio de turno mes a mes, para ir tirando. Nada de abordar grandes reformas ni revoluciones estructurales. Y en enero de 2016, la celebración del previsto congreso nacional para darle una vuelta a la cúpula del partido e integrar gente joven, ahora dispersa por despachos oscuros en numerosos rincones de España.

El otro sendero conduce a la derrota. Que no derivaría en una implosión a lo UCD, según creen los experimentados del partido. Sería más bien la renovación a la fuerza. Rajoy saltaría por los aires, eso sí, con todo el equipo, y quizás sin haber tenido la prevención de orientar su relevo. Si para entonces el PP conserva ese suelo de entre cinco y seis millones de votos, la refundación es posible sin mayores cataclismos. Si Ciudadanos, una vez definido su espectro y su programa, le ha arañado un pedazo grande de su tarta electoral, entonces, sólo entonces, podría empezar a pensarse en un panorama a lo UCD. Algo que, ahora mismo, se antoja muy lejano.

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