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España

A Rajoy empiezan a encajarle las piezas del puzle

El jefe del Gobierno, Mariano Rajoy (i), y el presidente de la Generalitat, Artur Mas.

Aquel jueves, 1 de agosto de 2013, Mariano Rajoy recorrió la distancia que separa la cabecera del banco azul de la tribuna de oradores del Congreso con la misma sensación trágica que el 21 de enero de 1793 debió acompañar a Luis XVI cuando subía los empinados peldaños del cadalso instalado en la Plaza de la Revolución. Música de Wagner o tal vez el Réquiem de Mozart. Hace justo un año, después de que se conociera el intercambio de sms que había cruzado con su amigo Bárcenas (“Luis, lo entiendo. Sé fuerte. Mañana te llamaré. Un abrazo”), el presidente del Gobierno olía a cadáver. Con España abierta en canal, el jefe del Ejecutivo subió aquel 1 de agosto al estrado para dar explicaciones a un país perplejo y avergonzado. No las dio. Apelando al interés general y a la fragilidad de la incipiente recuperación, pretendió evitar el mal mayor que se hubiera derivado de decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad sobre el escándalo Bárcenas. Fue como el relato dolido y cínico de un observador que, alejado de la intendencia del partido, se limita a reconocer que su confianza ha sido defraudada por el tesorero que él mismo nombró. Casi una indecencia. En la situación más delicada posible, sin embargo, el presidente consiguió salvar los muebles y ganar tiempo antes de irse de vacaciones. Todo un éxito, teniendo en cuenta que en una democracia digna de tal nombre no hubiera tenido más remedio que presentar su dimisión irrevocable.

Tan dañado estaba su prestigio que, a mediados de julio, no tuvo más remedio que pedir a los grandes patronos (The Seventeen Lords) del Consejo Empresarial de la Competitividad que acudieran a Moncloa para hacerse la foto de familia y enviar un mensaje de fingida normalidad al país aterido. Justo un año después, el muerto viviente del 1 de agosto de 2013 ha recuperado las constantes vitales; el tipo asediado por mil problemas aparentemente irresolubles parece haber ganado confianza bastante para mostrarse ante los ciudadanos pleno de optimismo, con el ritmo vital del que empieza a ver la luz al final del túnel. Lo demostró el viernes en su comparecencia pública tras el consejo de ministros, para explicar el cierre del curso político. ¿Y si a Mariano Rajoy Brei, al esquivo, insufrible, a veces indolente, denostado Mariano Rajoy, empezaran a encajarle las piezas del puzle español?   

En julio del año pasado, los españoles asistían también al espectáculo del último viaje oficial a Marruecos de un Juan Carlos I enfermo y con muletas, rodeado de ministros y empresarios cual fúnebre cortejo de una peripatética España a punto de irse a pique. Pues bien, en apenas unas semanas, el Gobierno ha roto la presa en la que se agolpaban las aguas putrefactas de un reinado que se había convertido en parte importante del problema de España. La abdicación de Juan Carlos I y la subida al trono de Felipe VI ha desatascado uno de los nudos gordianos que tenía planteado el país. De pronto, el problema parece haber desaparecido. La Zarzuela ha dejado de estar en primera página. La Reina de hoy nada tiene que ver con la Princesa de ayer, y casi todos coinciden en que, a menos que la corrupción vuelva por sus fueros en palacio, serán las futuras generaciones las que aborden el viejo dilema Monarquía-República, porque la España de nuestros días tiene asuntos pendientes mucho más urgentes que resolver.

La abdicación de Juan Carlos I ha desatascado uno de los nudos gordianos planteado en España

En el terreno de la economía, y por mucho que se enfaden esos jinetes de la apocalipsis que tanto abundan por estos pagos, nadie mínimamente serio niega ya la existencia de una recuperación sometida, eso sí, a no pocos interrogantes y que, desde luego, no ha llamado aún a la puerta de millones de hogares. Es la gran apuesta de este Gobierno de cara a las generales de otoño de 2015. “La recuperación es firme y cada vez más intensa; no es un alarde de optimismo injustificado, ha llegado para quedarse", afirmó un Rajoy dispuesto a adornarse. Los datos más llamativos tienen que ver con la creación de empleo, terreno en el que “se ha producido un giro de 180 grados: ahora crecemos al 1,2% y generamos un 1,1% más de empleo, cuando en 2011, en el tiempo de los llamados brotes verdes de Zapatero, se crecía un 0,6% y se perdía un 1,2% de empleo”, milagro que el jefe del Ejecutivo atribuye a los efectos de una reforma laboral que ha propiciado la devaluación salarial y la mejora de la competitividad.  Rajoy confirmó que el Gobierno volverá a revisar al alza sus previsiones de crecimiento del PIB, ahora fijadas en 1,2% para este año y en el 2% para 2015.

“Us presentem al general Franco”

Monarquía, Economía y, cuando nadie lo esperaba, Cataluña. La confesión del Ubú president de Boadella, reconociendo haber mantenido dinero en paraísos fiscales y defraudado a Hacienda durante más de 30 años, más que un escándalo sin paliativos es un auténtico obús moral en plena línea de flotación a ese nacionalismo que, alicatado de mentiras hasta el techo, se ha embarcado en una aventura de la que solo cabe esperar confrontación y pobreza para todos. El estanque dorado catalán era en realidad una ciénaga donde pescaban los depredadores del 3%. Esto es lo que escribía Jordi Pujol i Soley a primeros de los setenta, en un panfleto titulado Us presentem al general Franco: “El general Franco, el hombre que pronto vendrá a Barcelona, ha elegido como instrumento de gobierno la corrupción. Ha favorecido la corrupción. Sabe que un país podrido es fácil de dominar, que un hombre comprometido por hechos de corrupción económica o administrativa es un hombre prisionero. Por eso el régimen ha fomentado la inmoralidad de la vida pública y económica. […] El hombre que vendrá a Barcelona, además de un opresor, es un corruptor” (del libro “Música celestial. Del mal llamado Caso Millet o Caso Palau”, del que es autor Manuel Trallero). De nuevo se hace realidad el célebre aserto del patriotismo como último refugio de los canallas.

Todo está podrido en el estanque dorado. En 2008, un ejecutivo del LGT Bank de Liechtenstein vendió datos de cuentas secretas a varios gobiernos europeos. En la lista española figuraba el nombre de Artur Mas Barnet y el de su esposa e hijos, con sus carnés de identidad correspondientes, como beneficiarios del depósito. En 2010, Anticorrupción inició procedimiento en la Audiencia Nacional contra Mas Barnet, sin incluir en el mismo a la esposa y los hijos por estimar que la pasta era del padre y que aquellos no tenían por qué conocer sus movimientos. Curiosa estimación. Todo lo apañó Elena Salgado, ministra de Economía y Hacienda, siguiendo órdenes del infumable Zapatero. El 17 de noviembre de ese año, once días antes de las autonómicas, la Fiscalía pidió el archivo de la causa por prescripción del delito, petición concedida por el juez Santiago Pedraz. Las elecciones del 28 de noviembre de 2010 llevaron a Artur Mas a la presidencia de la Generalitat.

La innegable recuperación económica no ha llamado aún a la puerta de millones de hogares

Tenía razón Mas cuando, en pleno shock tras la confesión de don Jordi, manifestaba que lo ocurrido “era un asunto de familia”. De famiglia, a la siciliana. De la gran famiglia de Convergencia Democrática de Catalunya. Porque Convergencia era Pujol y Pujol era Convergencia. Todos estaban en lo mismo, en el famoso 3% que Pasqual Maragall denunciara en su día. Nos hallamos, por eso, ante la tangentopoli catalana, el escándalo que en los noventa forzó el cambio del sistema de partidos en Italia, con la desaparición de la Democracia Cristiana y el PSI como grandes referentes de la política transalpina. No hay renovación ni refundación que valga con una elite corrupta dispuesta, por la puerta falsa de la independencia, a escapar de cualquier control judicial y estatal que intente poner freno a sus desmanes. Una elite que está reclamando un Mani pulite a la catalana, un proceso judicial, con su Di Pietro al frente, capaz de desentrañar la tupida red de intereses políticos y empresariales que han convertido Cataluña en un lodazal. ¿Aprovechará Rajoy esta oportunidad para hacer salir toda la mierda a flote? Eso es pedir peras al olmo de un partido asediado también por sus propios y no menos escandalosos casos de corrupción.

El CNI hace por fin su trabajo

Lo que parece evidente es que el caso Pujol & Cía ha dejado al “proceso” catalán tiritando y a su atildado líder en una posición de máxima debilidad, al tiempo que ha reforzado el andamiaje moral de un Rajoy siempre crítico con el aventurerismo del catalán. Al presidente del Gobierno le ha tocado la lotería de un CNI que por fin está haciendo su trabajo. Ahora se explica la renovación de Sanz Roldán al frente del Centro y esos “despachos verbales, sin intercambio de notas escritas” que con regularidad se celebran en Moncloa. “Sabemos que el CNI está preparando una operación para hacer saltar por los aires a Convergencia y nos tememos que también a Esquerra”, aseguraba hace un par de meses a un grupo de periodista en pleno Congreso ese tipo indescriptible que es Joan Tardà. ¿Tiene motivos el CNI para hacer estallar a ERC, como los había para dinamitar el patriotismo basura de los Pujoles?

No habrá referéndum. En su lugar, sí, habrá un gran ruido. El que monten los soviets que dirige Carme Forcadell  al frente de la Asamblea Nacional Catalana. El derrumbe del trampantojo nacionalista podría ser una ocasión pintiparada para abordar esa reestructuración del Estado que tantos españoles están reclamando. La descentralización, beneficiosa en tantos casos, ha privado al Estado de algunas competencias que jamás debió perder, al tiempo que ha servido para incrementar la burocracia de 17 administraciones convertidas en pequeños estaditos de facto, empeñados en enjaretar una maraña legislativa que amenaza la unidad de mercado, además de haber multiplicado por 17 las ventanas de esa bochornosa corrupción que asola al país. Una gran mayoría de ciudadanos es consciente de que algo habría que hacer, fundamentalmente en el terreno de la racionalización y abaratamiento de nuestro Estado autonómico, aunque nada se podrá abordar sin un acuerdo mayoritario previo.

¿Puede el Gobierno Rajoy emprender una reforma de este tipo con sus propios escándalos a cuestas? Ni una sola palabra sobre corrupción en su triunfalista comparecencia del viernes. Cuando algún periodista le menciona la bicha de Bárcenas o Gürtel, el rostro barbado del presidente se puebla de gestos extraños, tics que delatan la incomodidad que le corroe. Ni una palabra sobre corrupción, y ni una sola mención a la necesidad de esa regeneración democrática por la que suspiran tantos españoles. El Rajoy que hace un año parecía muerto, ha vuelto, sin embargo, a la vida. ¿Empiezan a encajarle las piezas del puzle español?

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