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España

La muletilla Rajoy: "Estoy aquí para sacar adelante la economía, no para distraerme con la política"

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, saluda junto al titular de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo.

Vuelta al cole. Inicio de un nuevo curso político, con repaso a los retos que enfrenta un país que camina hacia su séptimo año de crisis. El final de las vacaciones llega con un gesto de incertidumbre marcado a fuego en el almario de millones de españoles. Incertidumbre y pesimismo. El dramaturgo Arthur Miller escribió que “sabemos que una era toca a su fin cuando las ilusiones que la impulsaban se han agotado”. Las de los españoles hace mucho tiempo se esfumaron. Este es ya un Régimen con todo el futuro a la espalda, un sistema agotado, muerto. “Sobrecoge estos días constatar la situación de desvalimiento del Ejecutivo sobre lo que puede pasar con España, ello a las puertas de un mes de septiembre que se antoja decisivo para la causa española”, escribí aquí hace un año. “Ni el presidente ni sus ministros saben nada del rescate a nuestro país, y así lo manifiestan sus miembros en privado. No tienen respuesta. No controlan la situación (…) El resultado es que el Ejecutivo de Rajoy se mueve en el terreno de las conjeturas sobre lo que, en el fondo, Alemania quiere hacer con el euro y, por ende, con España e Italia. La imagen de balsa a la deriva es más válida que nunca. Desvalimiento e indefensión…”.

Un año después, los riesgos del rescate país se han desvanecido (apúntese ese tanto, Don Mariano), y la economía empieza a mostrar datos alentadores (primer superávit semestral de la balanza de pagos por cuenta corriente desde 1997) que apuntan a la salida de la crisis. La otra crisis, la política, más grave, profunda y trascendente que la económica, sigue en tal estado, sin que se haya movido una hoja en el vendaval de un año tan difícil como el vivido. No solo eso, en el terreno de la crisis política e institucional las cosas se han agravado por culpa del escándalo Bárcenas, esa bomba de relojería que aún no ha explotado en el PP, o no lo ha hecho del todo, a pesar de que los daños, cuantiosos, son ya evidentes en la infraestructura del partido. Mariano Rajoy quiso zanjar la cuestión con su briosa intervención del 1 de agosto en el Senado, pero la pretensión se ha revelado falsa, como no podía ser de otro modo: hoy es raro toparse con un español medianamente ilustrado que no esté convencido de la existencia de esa contabilidad B en el PP, certidumbre que de forma automática se traduce en el descrédito del presidente, deshonra y pérdida de confianza que ha hecho mella este verano entre el pueblo llano.

"Del trauma Bárcenas saldrá un PP que se parecerá muy poco al actual: está por ver si seguirá siendo mayoritario"

La implosión del PP a cuenta de Bárcenas es el dato nuevo que este 2013 ha venido a sumarse a la lista de desgracias nacionales, haciendo bueno el dicho de que mal que no mejora, empora. El horizonte de potenciales soluciones se estrecha, si reparamos en la circunstancia de que, tras la fractura de un PSOE víctima de las tensiones nacionalistas del PSC y las bolivarianas del socialismo andaluz, el PP era el único partido de dimensión “nacional” presente en el Parlamento. Es evidente que el escándalo tendrá, al margen de las judiciales, graves consecuencias internas, por mucho que ahora el usufructo de la mayoría absoluta tienda a atemperar la dimensión del desastre. Del trauma Bárcenas saldrá un PP que se parecerá muy poco al actual: está por ver si seguirá siendo el partido mayoritario con capacidad de liderar la vida política española. Complejo panorama para afrontar los desafíos a que se enfrenta España.

El más inmediato, por no hablar de paro, corrupción, desprestigio de la Corona y tantos otros, está a la vuelta de la esquina y se llama Cataluña. La elite nacionalista catalana, empeñada en convertirse en cabeza ratón con desprecio de la cola de león, sigue pisando el acelerador a fondo ante la evidencia de una crisis institucional como la española, cuya profundidad parece anular toda capacidad de réplica. El presidente Rajoy ha manejado hasta ahora el envite con una sangre fría y una prudencia dignas de elogio, pero es obvio que la provocación independentista está acercando ya a España entera al filo de ese precipicio en el que será preciso adoptar una respuesta definitiva. ¿Qué piensa hacer el presidente al respecto?

Sacar adelante la economía, para mangonear en la política 

El jefe del Ejecutivo, como ya quedara claro el 1 de agosto, sigue firme en su hoja de ruta esperando que escampe: “Estoy aquí para sacar adelante a España, y ni voy a distraerme ni van a distraerme”, viene a decir. Lo dijo el sábado en Sotomayor. De forma más o menos inconsciente, Rajoy vive abrazado a ese principio según el cual el político que logra sacar a flote la economía es libre de hacer lo que se le antoje en política. Bien, pero ¿en qué dirección pretende caminar? ¿Adónde quiere usted llevarnos? ¿Se trata de hacer el camino juntos o con la nación hecha jirones? La consecuencia más grave de los trapicheos denunciados por Bárcenas en el PP es, en mi opinión, la pérdida de autoridad moral sufrida por el Gobierno y su presidente para, en el puente de mando, manejar el timón con solvencia por los bajíos de esta crisis múltiple sin embarrancar definitivamente la nave colectiva.

"La realidad es que el régimen está muerto, aunque sus elites jueguen a que no se han enterado"

La consecuencia más obvia de esa pérdida de autoridad podría manifestarse en la ralentización de las reformas. Es uno de los debates del momento. ¿Cuál es ahora mismo la capacidad del Gobierno para imponer nuevos sacrificios y endurecer las políticas de ajuste en el gasto público? Sobran los expertos que sostienen –Francisco de la Torre en VozPopuli- que no se van a cumplir los objetivos de déficit, tantas veces aligerados, pero que nadie va a mover un dedo para evitarlo porque el Gobierno no está para reñir esa batalla. El Ejecutivo no va a tener más remedio que meterse en el charco de una reforma de las Pensiones que será impopular por dura, lo que le llevará a aliviar la presión en otros sectores. Así, la reforma laboral, o esa nueva vuelta de tuerca que reclama la troika, tendrá que esperar. Las reformas se harán de grado o por fuerza, porque están comprometidas en el MoU y hay un árbitro dispuesto a sacar tarjeta roja, pero su intensidad y duración será distinta, supeditados ambos factores a la debilidad de un Gobierno que se ha dejado demasiadas plumas en la gatera de la corrupción del partido que lo sustenta. El corolario es que puede que el PP logre finalmente salir del trance minimizando daños, pero serán España y los españoles los que terminen pagando el pato del 'caso Bárcenas' por culpa de esas reformas que no se harán o se harán tarde, mal y nunca, alargando la salida de la crisis y retrasando la llegada de crecimiento bastante para crear empleo.

Cuentan en los arrabales de Moncloa que nuestra suerte virará en redondo si se confirman dos acontecimientos con potencial suficiente como para poner a España en órbita con la fuerza de un cohete: la concesión a Madrid de los Juegos Olímpicos 2020, y la concreción del proyecto Eurovegas que el millonario Sheldon Adelson dice querer instalar en Alcorcón, dos aspiraciones que revelan el grado de desconcierto, y hasta cierto punto de indigencia, en que navega nuestra clase política. Desesperada debe ser la situación del COI si realmente están dispuestos a entregar la organización de unas Olimpiadas a un país en quiebra. Del nivel de irresponsabilidad de nuestra dirigencia poco hay que añadir. Un país que ha recortado el sueldo a cientos de miles de funcionarios, ha metido la tijera a fondo en Sanidad y Educación, y consiente silente la salida de sus jóvenes mejor preparados al extranjero, por solo citar algún botón de muestra del drama patrio, y que al mismo tiempo opta por engordar su deuda pública con varios miles de millones más como consecuencia del evento, ello simplemente porque así lo exigen “las oligarquías con capacidad para acceder a los flujos de rentas” de que habla Ruchir Sharma en su último libro, es un país que ha perdido definitivamente el norte.

Nuevo dato del drama: a Felipe y Leticia se les fue el amor

País enloquecido, cuyos dos principales partidos buscan sacudir sus fantasmas aferrados a sus tópicos más queridos. Un PSOE que ha decidido poner toda la carne en el asador de las becas, pies en pared en protesta furibunda porque un tipo sensato del Gobierno ha tenido la osadía de exigir un cierto grado de esfuerzo, mínimo esfuerzo, a los becados con dinero público, y un PP abrazado a la idea salvadora de esos Juegos que, espera, sirvan para aventar el fétido olor a corrupción que las sentinas de Génova despiden. Y a Buenos Aires se van todos en alegre compaña, dispuestos a gastar rumbosos con cargo al Presupuesto. Interesante resultará la puesta en escena de los Príncipes de Asturias en la capital argentina, obligados ambos, tras el tormentoso verano protagonizado por Letizia, a teatralizar la vitalidad de una relación que ya no es, convertido el asunto en nuevo ingrediente de la salsa española. Éramos pocos y pario la abuela, se rompió el encanto de aquel tórrido amor que, dicen, les unió.

País de constructores avaros, de castas parasitarias, de partidos que funcionan como clanes ajenos al interés general. Alguien dijo que “cada nación vive tarde o temprano su crisis definitiva”. La de España empezó en 2008, aunque ya venía lanzada desde primeros de los noventa, y no hay visos de puerta con salida al mar de una cierta esperanza. La realidad es que el régimen está muerto, aunque sus elites jueguen a que no se han enterado, desnortadas, moralmente capadas pero enriquecidas y, por tanto, envilecidas, empeñadas en mantener artificialmente el pulso de un difunto que reclama cristiana sepultura para, solo entonces y a partir de entonces, dar vida a un proyecto democrático nuevo merecedor de tal nombre, con capacidad para ilusionar a las nuevas generaciones de españoles. 

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