Quantcast

España

Rajoy vuelve a la política: la unidad de España ocupa el eje de su campaña

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, presidiendo el acto de entrega de la Bandera Nacional a la 1ª Zona de la Guardia Civil

"La bandera de España es la bandera de todos, simboliza a la nación, es el signo de la soberanía, la independencia, la unidad y la integridad de nuestra patria común". Este viernes, mientras Mariano Rajoy lanzaba estas loas a la bandera como metáfora insustituíble de la unidad de España, su vicepresidenta apuntaba directamente al entrecejo de la presidenta del Parlamento de Cataluña como responsable política y jurídica de lo que ocurra el lunes en la Cámara. La bandera y la unidad de España, un binomio acompasado, un argumento impecable a mes y medio de las elecciones.

Rajoy, este viernes, arrebatado de patriotismo con la Guardia Civil, en plena Plaza de Oriente, lanzando vivas al rey y a España, se encontraba en su salsa. A esa misma hora, su número dos en Moncloa, advertía a la líder de la revuelta, a Carme Forcadell, que será ella la primera en caer en cuanto la maquinaria del Estado se ponga en acción. "El Gobierno endurece su discurso", titulaba días atrás el diario catalán del grande de España. Este lunes, a las 10 de la mañana, los diputados secesionistas votarán la proclama independentista de Juntos por el Sí y la CUP. Ese día es fiesta en Madrid, pero el Gobierno está de guardia.

"Rajoy es el más político de todos nosotros, lleva 35 años en ello y la política le supura por todos los poros", dice un ministro

Se pasará a consulta del Consejo de Estado, trámite que puede ser muy rápido y, a continuación, Consejo de Ministros extraordinario el martes o miércoles y recurso al Constitucional. Soraya Sáenz de Santamaría dejó bien claro que, puesto que se trata de una iniciativa parlamentaria, será Carme Forcadell la principal responsable del disparate puesto ahora en marcha. Forcadell es una pieza anodina y minúscula del entramado secesionsita. Sin apenas formación política, ha jugado una baza destacada en estos últimos tiempos al frente de la ANC como promotora del activismo callejero impulsado desde la Generalitat. Su entrega a la causa fue recompensada con este cargo, ahora tan comprometido. Quizás le agrade el papel de mártir. 

Nunca se ha ido de la política

"Rajoy no ha vuelto a la política, nunca se ha ido, pero ha tenido que padecer tres largos años con la economía al cuello y sin margen de maniobra", dice uno de sus ministros de confianza. "Es el más político de todos nosotros, lleva 35 años en ello y la política le supura por todos los poros".

Ha vivido dos semanas muy intensas. Las ha aprovechado muy bien. La proclama secesionista catalana, lanzada por el extraño consorcio de Artur Mas y los anarquistas de la CUP produjo una reacción inmediata en Moncloa. Mariano Rajoy, espoleado o no por Pedro Sánchez (distintas versiones tiene la historia) reaccionó con intuición y promovió el 'baile de debutantes' en la Moncloa con todos los cabeza de cartel electoral desfilando frente al presidente del Gobierno. Albert Rivera y Pablo Iglesias aprovecharon el viaje. Y Rajoy sacó de ello un enorme rédito. Tanto, que amplió el cupo e invitó también a Garzón, Herzog y al abuelito Duran Lleida, el democristiano desmemoriado. Sindicatos y empresarios cerraron la procesión.

La matraca de la recuperación

De pronto, Rajoy, el de la fatigosa matraca de la recuperación, el de los indigestos números macro, el de la tediosa contención del déficit y el inabarcable título de récord mundial en crecimiento del PIB, movió su brújula hacia el nordeste, adonde apenas ha querido mirar estos últimos años. Cataluña se había convertido, ¿de repente?, en un desquiciado cotolengo en el que un grupúsculo de ácratas en camiseta, con apenas diez escaños en el Parlament, se erigían en el elemento decisivo de la política de la comunidad más dinámica, burguesa y de derechas de toda España. Convergencia, partido nacionalista, religioso y reaccionario, se ponía de rodillas ante los ácratas de la zapatilla. Un escenario sin precedentes, símbolo primigenio de la decrepitud del sistema creado por Jordi Pujol, el gran defraudador, hace treinta años.

El barómetro del CIS añadía, otra pizca de alegría a las atribuladas huestes del PP: el partido seguía arriba, contra viento y marea

Rajoy, que mostró siempre una displicencia, para muchos irritante, hacia el griterío secesionista, clavó la mirada, esta vez sí, hacia el corazón del terremoto. Conversó con todos, se fotografió con todos, escuchó a todos... Doce días de un presidente en acción, la exhibición de un liderazgo oculto. El presidente del Gobierno reaccionaba al fin a la bullanga separatista, le plantaba cara, izaba la bandera nacional, movilizaba a las instituciones y se ponía los galones del único capaz de revertir la situación en el estelado gallinero.

Después de la semana trágica del PP (dimisión de Quiroga en el País Vasco, bofetadas dialécticas Montoro-Margallo, salida de Cayetana, lamentos de Juan Vicente Herrera...), Rajoy daba con la clavija para enveredar el rumbo de su partido. Carme Forcadell, insólita presidenta del Parlament, de la manita de la CUP, proclamaron la inminente llegada de la república catalana. Un mes de plazo, cuatro sesiones en el Parlament, y el sueño de la independencia quedaba consumado. Sin presidente de la Generaltat, sin gobierno, sin mayoría estable en el Parlament, los secesionistas no tenían empacho en anunciar los primeros pasos rumbo a la escisión.

Un perdedor camino de la ruina

Hace tan sólo unos meses, voces oscuras deslizaban la necesidad de cambiar de candidato para las generales. "Que se mire al espejo", llegó a aconsejarle, ante un micrófono, un viejo barón castellano. Se armó un debate esquinado en el partido. Feijóo y Soraya aparecían en las quinielas. Rajoy era un perdedor e iban a la ruina. El golpe de las municipales resultó demoledor. Rudi, Rita, Fabra... tantos veteranos, a la calle. Sin tiempo para tomar aliento, el puñetazo de Ciudadanos en la boca del estómago de Albiol, en Cataluña. Los negros presagios se convirtieron en tormenta. Y, acto seguido, en abatimiento general. El PP iba camino de la ruina, del desastre, del naufragio. Sólo Rajoy confiaba ya en Rajoy. Ni siquiera los jóvenes leones de Génova, los vicesecretarios reclutados por Jorge Moragas, se veían capaces de levantarle el pulso a una formación postrada, desfallecida.

El presidente del Gobierno ha recuperado el tono. Tres largos años de sacrificios económicos sin un horizonte tranquilizador le han pasado una fiera factura de desgaste. Cuatro elecciones perdidas, como con amable puntualidad le recordaba José María Aznar, su predecesor, son un pesado fardo para cualquier dirigente.

Todo lo que parecía perdido, ahora se ha tornado esperanzador, subrayan en Génova

Rajoy ha vuelto a la política, dicen los suyos, con cierta sorna. La unidad de España será ahora el eje de la campaña y así se lo recomendó a sus capitanes en la reunión del jueves en Génova. "Si no hemos recurrido antes al Constitucional es porque queremos estar seguros de ganarlo", explicó a los espíritus más escépticos.

Jorge Moragas, que debutó esa tarde como orador/animador con relativo éxito, habló de "las tres E" de la campaña: experiencia, economía y estabilidad. Dejó para su jefe la E de España, que siempre cotiza al alza entre los votantes y simpatizantes del PP. El barómetro del CIS añadía, otra pizca de alegría a las atribuladas huestes del PP. El partido seguía arriba, contra viento y marea. Ciudadanos, la bicha, se quedaba aún lejos. Y el PSOE aguantaba torpemente, en inestable equilibrio. Los augures de Génova divisan un horizonte electoral complicado. Todo es demasiado 'volátil', comentan en su jerga. Pero el escenario ha cambiado. Todo lo que parecía perdido, ahora se ha tornado esperanzador.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.