Quantcast

España

El crepúsculo de Aguirre: ni alcaldía ni Moncloa

Esperanza Aguirre observa a Manuela Carmena en la Asamblea de Madrid.

'Antorchas y tridentes', clamaban en la red simpatizantes de Podemos para convocar a la 'verbena ciudadana' organizada en las Vistillas en honor y gloria de Manuela Carmena, la exjuez de 72 años que logró doblarle el pulso electoral a la candidata del PP a la alcaldía de Madrid. A la aguerrida Aguirre, símbolo, enseña y penúltimo combatiente de un PP que apenas bracea para intentar sobrevivir.

Nadie como Esperanza Aguirre, salvo quizás José María Aznar, despierta tanta inquina entre la izquierda. Aparece el nombre Aguirre y se incendian las redes, se inflaman las tertulias, revientan las columnas (de prensa), se enervan los oradores y se soliviantan las turbas. Tanto que algunos cernícalos, aislados, eso sí, pretendían incluso acudir a un amable fiestorro popular disfrazados de descamisados de Novecento, hoces y rastrillos en ristre, por si el 'monstruo' revive. Esto es, por si se producía una segunda edición del 'tamayazo'. No hubo tal. Juan Carlos Monedero levantaba el puño como un adolescente desde el balcón de invitados con grititos de 'sí, se puede'.

Algunos amigos de Aguirre comentan que está muy afectada, dolida, tocada. Tantos fieles colaboradores ahora sin cargo, ni puesto, ni sueldo, ni horizonte claro

Reapareció la lideresa en la ceremonia de formación del Ayuntamiento e investidura de la nueva alcaldesa. Seguramente, su ceremonia más triste y su votación más amarga. "Todos y todas los madrileños ya son alcaldesas", dijo Carmena. ¿Y alcaldesos?. El espeso manto de silencio de dos eternas semanas en el que se sumergió Esperanza Aguirre tras el resbalón electoral había hecho mucho ruido. Rumores y especulaciones anegaban cenáculos y redacciones. Los medios informativos son su biotopo natural. No sabe vivir sin ellos, nadie como Aguirre trisca con tanta soltura entre micrófonos agresivos o inhóspitos platós. Este largo mutismo ha alimentado la serpiente de verano sobre su renuncia definitiva, su paso al costado sin retorno. Su adiós. Triste, solitario y... ¿final?

Aguirre no enviaba señales de una decidida voluntad de reinventarse, políticamente hablando. Al menos de momento. Con ella nunca se sabe. Su familia le ha presionado con insistencia para que lo deje. Ya toca. El puente del Corpus fue muy largo y mucho se habló de ello en el ámbito más íntimo. Algunos amigos comentan que está muy afectada, dolida, tocada. Tantos fieles colaboradores ahora sin cargo, ni puesto, ni sueldo, ni horizonte claro. En el partido piensan que ha culminado ya su última y definitiva etapa. Y que no habrá más. Le reclaman incluso a Rajoy que cierre este incómodo capítulo y, si la protagonista no cede, que monte una gestora en Madrid y se acabe de una vez el baile. Temen que se atrinchere en la presidencia regional y que hasta prepare, como anunció en su momento, un congreso extraordinario refundacional para emerger como el ave Fénix: de entre las cenizas. Nunca se sabe. Aguirre este sábado evidenciaba enormes ganas de seguir en la brega, de fiscalizar el trabajo de los podemistas municipales y de... lo que toque.

Su victoria del 24-M no fue suficiente para lograr la alcaldía. Siete mil malditos votos le faltaron, una nimiedad, apenas cinco manzanas del barrio de Salamanca. Un PSOE demediado y estéril le abrió las puertas del Consistorio a la plataforma de Podemos. Y así, el comparsa Antonio Carmona se convirtió en jocundo palafrenero de la ignota Manuela Carmena. Casi un cuarto de siglo después, el ayuntamiento madrileño cambiaba de color. "Adiós Botella, adiós PP", coreaban los cantables de los Chueca/friendly, fans de Manuela.

No será Aguirre la alcaldesa de Madrid, su gran sueño. Dice su gente que no aguantará mucho tiempo ejerciendo de figura de atrezzo, material de utilería. Allí sentadita y silenciosa en el escaño municipal, testimonio de un escarnio humillante. No parece un epílogo digno de quien ha sido, durante un par de décadas, uno de los políticos de más fuste, personalidad y tirón de la derecha liberal española. Algo chirría en el libreto. Rita Barberá optó por ni siquiera asistir a la toma de posesión de su sucesor en Valencia, un Ribó cabeza de lista, chavista y marxista, del clan de Compromís. La cinco veces alcaldesa tomó las de Villadiego pero, eso sí, se quedó en un hueco en forma de cómodo escaño en las Cortes regionales.

Aguirre pronunció un discurso beligerante y hasta insolente. Recordó que en Madrid ha ganado el PP, bromeó sobre la desconocida ideología de Carmena y recordó que su partido, Podemos, no manifiesta respeto alguno a la Constitución

Pero Aguirre, de momento, ha emprendido el camino de dar la cara. El sábado lo anunció durante la ceremonia de investidura. Pronunció un discurso beligerante y hasta insolente. Recordó que en Madrid ha ganado el PP, bromeó sobre la desconocida ideología de Carmena y recordó que su partido, Podemos, no manifiesta respeto alguno a la Constitución. Iglesias, Errejón y Monedero escuchaban el discurso con rostro complaciente.

Pocos políticos tan competitivos, tan vehementes, tan viscerales y tan vitales como Aguirre. De ahí lo dramático de su última etapa. Una tragedia crepuscular para quien aspiraba, siquiera en sueños, a presidir algún día el gobierno de la Nación y que se ve ahora obligada a asistir al que parece su declinar político, tras ser desplazada del anhelado sillón por una recién llegada a la política, por una exjueza a quien apenas nadie conocía, salvo en las salas de togas de la izquierda judicial.

El retorno esperado

"Si gobierna el partido de Pablo Iglesias no volveremos a tener elecciones democráticas en España". Así proclamó y así anunció su retorno. Había dejado la primera línea de la política en septiembre de 2012. Adujo entonces motivos de salud y circunstancias personales. Pocos la creyeron. Dos años después, proclamó exultante su reaparición con el objetivo único de frenar a Podemos, la gran revelación en las europeas y las encuestas. Nadie como Aguirre reaccionó en el PP contra la nueva fuerza política. Eran unos "frikis", dijo Arriola, en frase que hizo fortuna y que ha pasado ya a la antología del disparate sociológico. Cinco escaños en el Europarlamento, quince en las andaluzas y fuerza decisiva en autonómicas y municipales tumbaron esa errada apreciación.

Predicaba por entonces Aguirre el riesgo de la invasión de los bárbaros, los bolivarianos del comandante cacatúa, los monaguillos del 'aló presidente'. Sus advertencias tan sólo recibían burlas y chanzas hasta que un barómetro del CIS y un sondeo periodístico colocaron a la formación de Pablo Iglesias en el top-ten de la intención de voto. Fue entonces cuando empezó a lanzar guiños, a mover la patita y a anunciar que quería ser alcaldesa. Uf qué lío, pensó Rajoy. El estallido de la 'operación Púnica', con Francisco Granados, una de las 'manos derechas' de Esperanza, le echó un cable. Malo es el escándalo, pero desinflará las ínfulas de Aguirre, se pensó en Moncloa. No fue así. Quien cayó en la embestida fue Ignacio González, su sustituto al frente de la Comunidad de Madrid y la otra 'mano derecha' de la lideresa, que se quedó colgado del escándalo de su ático marbellí. Nunca un político tan astuto incurrió en imprudencia tan torpe. Cherchez la femme. El incidente automovilístico en la Gran Vía, en el que muchos españoles descubrieron cómo es el cuerpo de los agentes de movilidad madrileños, con el posterior y fatigoso viaje por los tribunales, lejos de amedrentarle, le hicieron levantar aún más la voz y reafirmarse en sus deseos de retorno a la cúspide.

Dicen ahora que nunca debió empeñarse en el regreso. Que a Aguirre le perdió su pasión por la acción y su afán de seguir en activo

Una misión imposible

El PP se desplomaba en los sondeos y Valencia y Madrid aparecían en riesgo grave de cataclismo. Tras unas semanas de incómodo suspense, el presidente no tuvo más remedio que recurrir a su baza más certera y fiable para el Ayuntamiento de la capital. Tal y como apuntaban las encuestas internas, no quedaba otra que jugársela a lo seguro. Designó a Esperanza Aguirre, tras un estrambótico pulso con Dolores Cospedal, la secretaria general del partido, que le quería arrebatar poderes y galones.

Y ahí comenzó el calvario. Dicen ahora que nunca debió empeñarse en el regreso. Que a Aguirre le perdió su pasión por la acción y su afán de seguir en activo. Los viejos políticos nunca se jubilan, pensaba ella. Y confiaba en sus posibilidades. El PP madrileño estaba enlodado hasta el colodrillo, entre la Gürtel y la Púnica, con la peste de la corrupción. Pero Aguirre quedaba lejos del lazo de la Justicia. Y se puso a ello. Una campaña electoral imposible. Allá donde ponía el pie, en especial en el eje meridional madrileño, se sucedía una arrebatada cadena de escraches, persecuciones, boicots, insultos y agresiones verbales. Aguirre contra los elementos. En su ambiente. "No nos han dejado mover, en algunas zonas estaban avisados y venían como fieras a insultarnos. Nunca se ha visto nada igual", comentaba un miembro de su equipo.

Un pulso decisivo

Pero Aguirre cometió un severo error. Centró su ofensiva electoral en el personaje de la 'abuela Carmena', excelente actriz que se disfrazó de abuelita entrañable, de vieja dama digna de la izquierda ilustrada madrileña. El debate de Telemadrid, mal diseñado y peor orientado, convirtió a la aspirante de Podemos en la estrella de la contienda. Por contra, Aguirre se mostró irritante y agresiva. El apoyo a Carmena subió como la espuma y, de repente, miles de madrileños conocieron su existencia, su aspecto, su biografía y sus posibilidades. Aguirre la había catapultado a la categoría de firme aspirante al título. Así fue. La líder del PP erró el tiro, dicen ahora los expertos en la lidia a toro pasado. Debió centrarse en Antonio Carmona, el chicharelo socialista, agradable, simpático, endeble y anecdótico. Pero un par de malos consejos y dos gotas de arrogancia por encima de lo deseable redondearon el desastre.

Ganó las elecciones el PP por tan sólo un diputado y 45.000 votos de ventaja. Un 34,5 por ciento frente al 31,8 de su rival. Ada Colau, con el 25 por ciento de los votos, alcanzaba la alcaldía de Barcelona. Así son los números postlectorales. Perdió el PP las ciudades de Madrid, Valencia y Sevilla de una tacada. Y otras decenas, cientos de poblaciones más. Aguirre cayó víctima, también, del rechazo general al partido gobernante. Le costó reaccionar. Planteó, primero, una propuesta seria y responsable: un acuerdo PP, PSOE y Ciudadanos para impedir el acceso a la alcaldía de los revisionistas de Podemos. Pero al día siguiente, en un bucle imposible, deslizó la posibilidad de un gobierno cuatripartito, con el odioso enemigo dentro. Luego corrigió. "No se me ha entendido bien", explicó a esRadio. Y ahí se acabó casi todo, entre festiva antorchas y tridentes de esa jauría que anima a acabar con el 'monstruo'. Madrid, al parecer, así lo ha querido.

Quizás estamos ante el estrambote doliente de una carrera admirable y singular. El último acto de una aventura que, penosamente, termina mal. Rita salió por piernas. Aguirre se ha perdido en una nube de silencio.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.