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España

¿De verdad está Artur Mas pidiendo a gritos una salida?

El President de la Generalitat, Artur Mas, saluda a un Mosso d'Esquadra.

Situado en la margen izquierda de la ría del Nervión, Baracaldo abandonó su marcado carácter rural en origen con la industrialización de la ría (básicamente los Altos Hornos de Vizcaya), fenómeno que actuó de imán capaz de atraer a una numerosa población emigrante de provincias como Burgos y Palencia, los famosos maketos, que en los sesenta y setenta ocuparon barrios empinados, muy humildes, muy húmedos, casi lóbregos, de gente ejemplar, trabajadora en grado sumo. Conocí mucho a una de esas familias. Procedían de Hortigüela, un pequeño pueblo burgalés. Su hijo Luis, mi amigo, navegó conmigo en la Naviera Aznar. Con él paseé por las calles empinadas, resbaladizas de aquel Baracaldo donde el ocio consistía en tomar txikitos con la pandilla. Luego llegó la desertización industrial y la plaga de un nacionalismo que dividió a los emigrantes castellanos en dos bandos: los que aceptaron resignados el silencio en sus casas, decididos a no renunciar a sus raíces. Y los que abrazaron la fe abertzale con ardor digno de mejor causa, dispuestos a hacerse perdonar su falta de pedigrí vasco, cuando no directamente pasaron a engrosar las filas de ETA con singular denuedo.

Una sala de cine del Baracaldo limpio y aseado de hoy, urbanísticamente regenerado, con sus más de 100.000 habitantes, se convirtió el fin de semana pasado en la de mayor recaudación de España, gracias a la película “Ocho apellidos vascos”. El quinto puesto del ranking nacional lo ocupó también otro cine de Baracaldo. Un record. Quizá un hito. Emilio Martínez-Lázaro, su director, cuenta la historia de Rafa, un sevillano pintón aficionado al fino y las mujeres que un día conoce a Amaia, una chica muy vasca, con flequillo y todo, de la que se enamora sin ser correspondido. Resuelto a conquistarla, viaja hasta el lejano Euskadi dispuesto a hacerse pasar por un vasco de pura cepa, “ocho apellidos vascos”, para dar lugar a una historia de ficción donde el choque cultural norte-sur provoca la carcajada de quienes están dispuestos por fin a reírse de tanta hojarasca, tanta basura ideológica, tanto mito de aldea con el que durante tantos años tantos han pretendido, y a menudo logrado, separar a los españoles. Las risas de Baracaldo, que son también las de Madrid y del barrio de Triana, parecen marcar el camino hacia una convivencia que, cercenada por el absurdo, busca respirar aire puro lejos de los fantasmas identitarios.

¿Conoce Mas la hoja de ruta de la ANC? ¿Qué opinan al respecto las nobles gentes de Sarrià-Sant Gervasi?

Emponzoñado anda el aire que hoy se respira en toda España a cuenta de Cataluña. Los catalanes con mando en plaza que siguen viajando a Madrid como siempre, acogidos como siempre, no se paran en barras a la hora de describir el clima de ebullición independentista que se masca en Barcelona, y a todo aquel que quiere escucharles piden, casi imploran, que hay que hacer algo, que Madrid tiene que hacer algo, que el Gobierno tiene que mover ficha, “porque Mas está pidiendo a gritos una salida” (frase ya tópica), pero Mas parece cada día más a lo suyo, en lo suyo, y no hay semana que no suba al Sinaí del panteón nacionalista para bajar aureolado con la llama de las tablas de la ley de nuevas exigencias, nuevos desafíos, renovados desplantes, mientras en la llanura española la gente asiste cariacontecida a esta escalada donde uno habla y desafía y amenaza y desprecia, mientras otros, en el mítico malvado “Madrit”, contemplan el espectáculo alucinados, cabreados unos, hastiados otros, cansados casi todos de este bíblico castigo que ha caído sobre la sensata gente del común. ¿Qué hemos hecho nosotros para merecer esto?

Claveles de los fusiles o la receta “escamots”

Ahora una autodenominada Asamblea Nacional Catalana (ANC) está diseñando el camino hacia la felicidad de los catalanes, naturalmente solo de los nacionalistas. Quienes militamos en el PCE en vida de Franco sabemos bien cómo se montaban esas plataformas ciudadanas, de acuerdo con la estrategia leninista más elemental, que dirigía el camarada Carrillo y su séquito desde París. La ANC que controla y dirige ERC del pétreo camarada Junqueras es la cosa más democrática del mundo. Es tan democrática como aquella Junta Democrática que en los setenta montó el PCE desde París. Tanto, que ha ofrecido al Valle de Arán -12.000 habitantes- sumarse al shangri-la nacionalista como Estado Libre Asociado, todo un detalle. La hoja de ruta de la ANC apunta asuntos más serios, como cuando habla de, una vez declarada la independencia, “hacerse con el control de las grandes infraestructuras y fronteras -puertos, aeropuertos-, la seguridad pública, las comunicaciones, etc.” No aclara la ANC si lo hará colocando claveles en la boca de los fusiles de los Mossos o si, metidos en harina y con CiU arrollada por la marea, harán uso del expertise acumulado por ERC en los años treinta -1931, 1934 y sobre todo 1936, cuando, bajo la presidencia de Companys, los escamots de Esquerra, en alianza con patrullas de CNT-FAI, se dedicaron a sembrar el terror por las calles de Barcelona asesinando gente a mansalva. ¿Conoce Mas la hoja de ruta de la ANC? ¿Le ha dado su visto bueno? ¿Qué opinan al respecto las nobles gentes de Sarrià-Sant Gervasi, incluso las clases medias del Eixample…? 

Ni una palabra dice el programa hacia la felicidad de la ANC sobre la corrupción galopante que vive Cataluña gobernada por una elite cleptómana, acostumbrada a llevárselo crudo a Suiza tanto con CiU como bajo el Tripartito (allí también estaba ERC); ni sobre ese 30% de catalanes pobres que se darían por satisfechos con poder tocar hoy una parte, siquiera pequeña, del paraíso en el que vivirán cuando se separen de España, nada de los servicios públicos que no funcionan, de la Sanidad recortada, de la vida cada día más difícil, de la paupérrima calidad democrática con que desde siempre les vienen obsequiando una clase política que ha optado por convertirse en cabeza de ratón en lugar de cola de león, resuelta a sacudirse la fiscalización de una Justicia que, más o menos independiente, puede ponerle, si la cosa se tuerce, de patitas en la cárcel. Reflexión de un nacionalista en un foro esta misma semana. “Claro que también hay corrupción en Catalunya. Pero la creación de un nuevo Estado ha de comportar cambiar las reglas de juego y hacer que las cosas funcionen mejor”. ¿No es enternecedor? ¿No hemos de reírnos de los nacionalismos? Ocho apellidos catalanes. 

Ni una palabra dice el programa hacia la felicidad de la ANC sobre la corrupción galopante que vive Cataluña

Y en Madrit todos callados, o casi. En realidad, el único español con mando en plaza que habla es que el debería estar callado, en una de esas llamativas sinrazones que hacen de este conflicto algo que roza lo kafkiano. Porque de defender la unidad de España, es un decir, parece estar encargándose… ¡El ministro de Asuntos Exteriores! ¿Cabe mayor incoherencia, más sublime desatino? Por esta vía, el locuaz García-Margallo nos sorprenderá un día de estos llamando a consultas al embajador de España en Barcelona. ¿Qué pueden hacer los españoles sensatos ante esta avalancha de estulticia? Ocho apellidos vascos nos marca el camino: con el nacionalismo catalán decidido a rendir al contrario por aburrimiento -a la independencia por el cansancio-, tal vez a Juan Español no le quede otra salida para mantener incólume su salud mental que tomarse el nacionalismo a cachondeo. Reírse del nacionalismo.

Moncloa dice que sí, que tiene un plan…

Moncloa dice que sí, que está en ello, que una vez recuperado el pulso de ese enfermo terminal que económicamente era España hace apenas un año, ahora toca ocuparse de Cataluña y a ello se dedica en cuerpo y alma el señor Rajoy, en ello está, y claro que hay un plan definido, faltaría más, pero si uno pregunta de qué va ese plan, qué dice, qué cuenta, entonces se encogen de hombros, sonríen y cambian de tercio. Misterio. Ninguno hay, por contra, en la Generalitat. Mientras con Adolfo Suárez agoniza el espíritu de la Transición, el proceso de ruptura de España está en marcha, y no pasa día, no corre semana, sin que Mas y su entorno anuncien un paso al frente, como ese registro de catalanes en el extranjero que la Generalitat ha puesto en marcha para poder votar en el referéndum. El independentismo hace músculo, afila sus garras, como esos gatos que en el mejor sillón de casa ejercitan sus uñas de cara a la pelea nocturna en el tejado. Mientras pide diálogo, don Arturo no deja de dar pasos hacia el abismo. Mas es el tipo elegante que, después de darte una patada en la boca, te pregunta educado si te ha hecho daño, si te ha dolido, para a continuación pedirte una respuesta “sin insultos, agresiones, ni menosprecios” (sic).

De momento, la acción la ponen unos y el silencio contemplativo otros. Ponen también la cara. Y la pasta. La Generalitat, que se ha comido ella sola el 40% del Fondo de Liquidez Autonómica (FLA), está quebrada, al punto de seguir sin poder emitir deuda por culpa de un déficit –los ajustes del gasto han sido mínimos- que financia Madrid y de una deuda completamente desbocada. Ante el fracaso en la gestión y la renuncia a mejorar el día a día de los ciudadanos con una eficaz gestión de los recursos disponibles, Mas y los suyos optaron por entregarse en brazos del mito secesionista como panacea de todas las desgracias. España nos roba. La independencia como maná. Nadie ha dicho una palabra en Cataluña de los costes de la aventura secesionista, del coste de montar la estructura de un Estado. Todo serán ventajas con la independencia, porque viviremos igual de bien y encima tendremos 16.000 millones de más. Crece la clientela. Ante planteamiento tan viciado de origen, tan torticero, defender el referéndum como un ejercicio de democracia es mancillar la esencia de la democracia y ofender la inteligencia de los ciudadanos con capacidad para pensar por su cuenta. ¿Qué hacer ante tanta sinrazón? Tal vez solo reírnos de los nacionalismos.

P.D. “Ocho apellidos vascos” recaudó este viernes en toda España un 53% más que el anterior, volviendo a llenar los cines de Baracaldo, a pesar de la feroz crítica del diario Gara a la película.  

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