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Economía

El líder de la pandilla de un futuro Rey: así era López Madrid antes de ser famoso a su pesar

Javier López Madrid, un carácter de líder truncado por sus problemas con la Justicia

Después de quince años, esta semana Javier López Madrid dejaba su puesto en el consejo de administración de OHL, acorralado por los consejeros independientes de la compañía fundada por su suegro, Juan Miguel Villar Mir. Tres imputaciones, una condena y una detención no constituyen la mejor carta de presentación para un órgano de gobierno y menos aún de una empresa cotizada. Un capítulo más del particular descenso a los infiernos de un personaje cuya trayectoria hacía presagiar justamente todo lo contrario. Un camino menos conocido que dibujó la personalidad de un líder al que todo se le fue de las manos.

A Javier López Madrid nadie tuvo que explicarle conceptos como empresa o liderazgo. Los tuvo siempre en casa, al alcance de su mano. Su padre, Germán López y Pérez de Castrillón, formó parte de aquella elite de empresarios que hicieron fortuna bajo el paraguas del régimen franquista, que le concedió a comienzos de los años 60 la exclusividad para importar a España automóviles de la firma escandinava Volvo. Pero no todo quedó ahí. Perfectos conocedores del mundo del motor aseguran que Germán López no se limitó a cortar el cupón. En pocos países Volvo ha avanzado tanto como en España y ese mérito, como la concesión del caudillo, es también casi exclusivo del empresario que, además, también introdujo en el país marcas como Yamaha y tocó otros palos como el de la distribución, con la fundación de la cadena Simago.

Además de ese privilegiado espejo y el de su hermano mayor Germán, que tomó las riendas de Volvo España, el niño Javier López Madrid se vio rodeado de las más elevadas elites, en especial, en el colegio Santa María de los Rosales, en el exclusivo barrio de Aravaca, a las afueras de Madrid, muy próximo al Palacio de la Zarzuela. Todo una referencia porque entre sus compañeros se encontraba nada menos que un heredero al trono, el entonces príncipe Felipe y actual rey de España, Felipe VI. Aquella relación de críos que comenzó a tejerse por entonces, aunque López Madrid es cuatro años mayor, se ha mantenido prácticamente hasta la fecha y ha resistido los siempre complejos avatares de la adolescencia y la juventud.

López Madrid no sólo fue un fijo en la agenda de Felipe de Borbón y de un selecto pero muy compacto círculo de amistades en el que también destaca Álvaro Fúster sino que, además, fue una especie de líder para todos ellos. Allá donde iba Javier, iban todos, sin poner un pero.

Su pasión, las relaciones públicas

"Si en un grupo de amigos en el que hay un futuro rey hay otro que destaca y se pone al frente, no puede ser un cualquiera", apunta una fuente empresarial que conoce bien la historia de Javier López Madrid. "Era de estas personas que se veía desde el principio que llegaría lejos. Es cierto que ha tenido muchos medios y le han rodeado de lo mejor. Pero no es menos cierto que era brillante, tremendamente inteligente, y con una gran capacidad de liderazgo".

Pero si algo destacan de él las personas que conocen a López Madrid es su habilidad para las relaciones personales, su verdadera pasión. Una cualidad que explotó cuando completó su formación en Suiza. Su agenda volvió plagada de contactos de jóvenes con su mismo perfil: hijos de grandes empresarios, herederos de enormes fortunas, sucesores de magnates del mundo de los negocios. Y de todo el mundo, especialmente de Latinoamérica.

Los caminos de aquellos amigos a los que los estudios separaron volvieron a unirse después. En aquella reducida pandilla  también estaba Silvia Villar-Mir de Fuentes, hija de Juan Miguel Villar Mir, cuya amistad con el entonces rey Juan Carlos venía de lejos. "Silvia y Javier eran muy buenos amigos, tanto que a todos sorprendió su noviazgo y posterior matrimonio", aseguran fuentes cercanas a este círculo.

El obsequio de boda de parte de Silvia llegó coronado con un lazo. Nada de particular, si no fuera porque debajo había un flamante último modelo de la marca alemana de coches de lujo Porsche. Un regalo, sin duda, aconsejado por el padre de la novia, poseedor de una destacada colección de automóviles deportivos.

Aquel Porsche fue uno de los pocos coches que condujo Javier que no eran marca Volvo; de hecho, aún los sigue llevando. Y también todas sus amistades, incluido Felipe VI. Nada casual.

De Londres a Grupo Villar Mir

Por entonces, comienzos de los 90, Javier tenía 26 años y trabajaba en Londres, en banca de inversión, un sector que siempre le encandiló. Y, además, describe muy bien otro de sus rasgos característicos de por entonces: siempre quiso trazar su propio camino. Ni junto a su hermano Germán en Volvo ni, en un primer momento, bajo el ala de su suegro en su imperio industrial. Curiosamente, trabajaba para Schroders en Londres cuando la entidad fue aseguradora de la salida a bolsa de Obrascón, el germen de OHL, en 1991. Cuatro años antes, Villar Mir la había comprado, en quiebra, por una peseta.

A su vuelta a España, y tras unos años de continuidad en banca, López Madrid se incorpora al Grupo Villar Mir, concretamente a Espacio, su división inmobiliaria. Su hiperactividad, sus contactos y su iniciativa convencieron del todo al patriarca Juan Miguel, que hasta el día de hoy sigue prestándole apoyo.

Le siguió ciegamente cuando López Madrid le aseguró que el futuro de OHL, si quería crecer, pasaba por México. Tenía muchos contactos allí, de su época en Suiza. Hizo prácticamente de anfitrión de su grupo de amigos cuando se desplazó a México para asistir a la boda de Ricardo Fúster, hermano de Álvaro, con una de las herederas de Grupo Modelo, el fabricante de la célebre cerveza Coronita. Fue uno más de una larga lista de viajes por la región junto a sus selectos amigos, entre otros, el ahora rey Felipe, del que guardaba numerosos secretos y confidencias.

Ministros en su casa de Sotogrande

Incorporado a Grupo Villar y al consejo de OHL, López Madrid hace lo que más le gusta: las relaciones públicas. Por su casa de Sotogrande pasan todo tipo de personalidades, incluidos ministros, populares y socialistas. Y él no lo pregona a los cuatro vientos pero tampoco hace muchos esfuerzos por ocultarlo. Desde siempre, fue un hombre pegado a un teléfono, incapaz de estar 10 minutos seguidos sin que le entre una nueva llamada.

Aseguran que fue esa especie de obsesión por tejer una especie de red clientelar y no el enriquecimiento personal lo que le llevó a aceptar formar parte del consejo de Bankia, del que después derivaría su quebradero de cabeza con las célebres tarjetas opacas. Su calvario personal había empezado hacía tiempo, con el turbio asunto de la dermatóloga Elisa Pinto, que aceleró una ciclotimia que comparte con su hermano Germán. "En aquella época, Javier era capaz de hablarte a voces hasta el límite de lo tolerable y a los tres minutos pedirte perdón al borde del llanto".

Se permitió el lujo de vocear a demasiada gente, incluso a quien no debía. Por prudencia. Y por tantos años de amistad. El resto de la historia es sobradamente conocida, salvo un final más que incierto.

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