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Economía

Del desvalimiento de España y de cómo se podría empezar a ver luz al final del túnel

Luis de Guindos, a la izquierda, y Mariano Rajoy.

El verano, con las estrellas de la política de vacaciones, suele ser territorio propicio para la aparición en escena de los “teloneros” de la Administración y los partidos, gente que encuentra su minuto de gloria en prensa, radio y televisión a cuenta de la sequía informativa propia de la estación. El viernes, fue una telonera tan cualificada como Ana Botella la que, lejos de su especialidad –si es que alguna tuviere-, echó su cuarto a espadas en terreno tan resbaladizo como el del rescate a España, asunto del que tanto y desde hace tanto tiempo se viene hablando. Dijo la alcaldesa de Madrid que “según todos los indicios y datos económicos, incluida la situación de la prima de riesgo, parece inevitable que el Gobierno tenga que solicitar algún tipo de rescate a la Unión Europea”.

Aparentemente repuesta del susto que los bomberos madrileños le procuraron durante la procesión de La Paloma, la doña sostuvo que, en su opinión, se tratará de un “rescate blando”. Lo cual es ir mucho más allá de las tibias declaraciones de Mariano Rajoy al respecto -ni sí ni no, sino todo lo contrario- después de despachar con el Rey en Mallorca esta misma semana. El interés de Botella y de todo lo que Botella pueda decir o hacer radica en ser la voz de su amo, ex presidente del Gobierno y auténtico poder fáctico dentro del PP, además de alguien que, como tantos españoles afectos a la causa de la derecha, despotrica en privado de la labor del Gobierno Rajoy. Aznar y su señora, en todo caso, dicen lo que la mayoría de los ciudadanos informados piensan al respecto: que el rescate es inevitable.

"Si preguntas a los miembros del Gobierno si van a acabar pidiendo el rescate, se encogen de hombros, no saben nada"

Con los mercados de capitales cerrados a cal y canto para la deuda española pública o privada, al Gobierno no le queda otro camino que pedir una línea de crédito a la única instancia que puede facilitarla. Mario Draghi, presidente del BCE, señaló el camino a seguir en su polémica intervención del 2 de agosto, al apuntar al Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) como el vehículo adecuado para las compras de deuda, con la condición de que los países, de decir, sus Gobiernos, reclamen la ayuda, pidan el rescate, cargando, además, con las exigencias macroeconómicas que el auxilio conlleva. Todo ello con el lenguaje críptico, equívoco, que caracteriza las intervenciones de Draghi y el comportamiento de las instituciones europeas; más que crítico, inescrutable, casi indescifrable y solo válido para auténticos expertos, reflejo de la pérdida de pulso y el enmascaramiento del Poder que hoy distingue a un proyecto dizque colectivo, donde los nacionalismos de nuevo barren cualquier idea de Europa como patria común.

En este marco, el Gobierno esta “cerrado por vacaciones”. Sobrecoge estos días constatar la situación de desvalimiento del Ejecutivo sobre lo que puede pasar con España, ello a las puertas de un mes de septiembre que se antoja decisivo para la causa española. Ni el Presidente ni sus ministros saben nada, y así lo manifiestan sus miembros en privado. “Si les preguntas si van a acabar pidiendo el rescate, se encogen de hombros. No tienen respuesta. No controlan la situación, están al albur de los acontecimientos. Hace dos semanas largas que De Guindos no habla con Draghi, que está de vacaciones, lo mismo que el ministro alemán Schäuble y el propio Monti. Esa es la situación de nuestro Gobierno”, asegura uno de los más prominentes líderes empresariales españoles.

El Gobierno no sabe lo que va a pasar con España

Desvalimiento e indefensión. “No tienen información sobre lo que realmente quieren hacer los alemanes, que son los que manejan el cotarro”, prosigue la misma fuente, “No saben lo que piensan y cómo piensan, lo cual me llama la atención, porque cuando yo me siento a negociar con un colega a quien le interesa hacer un negocio conmigo, al final de la sentada sé si me ha mentido o me ha dicho la verdad, sé lo que piensa, me entero de cojones, vaya si me entero… Pues bien, éstos no saben de qué va la señora Merkel después de casi nueve meses en el Gobierno”. Lo cual dibuja una escandalosa situación de indigencia, por demás llamativa para el Gobierno de la cuarta economía de la zona euro, un país que no es precisamente Malta o Chipre y que merece un respeto. El resultado es que el Ejecutivo de Rajoy se mueve en el terreno de las conjeturas sobre lo que, en el fondo, Alemania quiere hacer con el euro y, por ende, con España e Italia. La imagen de balsa a la deriva es más válida que nunca.

El Ejecutivo parece tener sus esperanzas puestas en la cumbre hispano-alemana que se celebrá el 6 de septiembre

País indefenso y/o sin defensas, que tiene una moneda pero no un banco central detrás (caso de la peseta, antaño, y el Banco de España), que participa en una divisa común pero que no tiene voz ni voto, en el fondo, sobre el banco central encargado de su defensa, ni sobre la capacidad del mismo para actuar como prestamista de última instancia. País sometido al albur de circunstancias que no controla, inmerso en una pérdida de soberanía que recuerda la tantas veces mentada crisis del 98. Si hace 114 años fueron los EE.UU. de América quienes jugaron con nuestra vieja flota de madera y nuestro destino en aguas coloniales, ahora es Alemania la que –pecados españoles aparte, reiterados y cuantiosos, cierto- enreda con nuestro futuro, en lo que parece una falta de respeto a España y los españoles.

Lo que ocurre es reflejo de dos de los más graves problemas que afectan a este Gobierno: de gestión -equipos técnicos de bajo o muy bajo nivel-, por un lado, y de información –la eterna asignatura pendiente-, por otro. Y de un presidente que, en las escasas cumbres comunitarias a las que ha asistido, rehúye el contacto directo de sus colegas a causa de su inseguridad con el inglés, y reorienta la gestión de los asuntos pendientes, algunos de ellos claves, a los contactos personales que pueda mantener el ministro de Economía.  

En este marco, el Ejecutivo parece tener sus esperanzas puestas en la cumbre hispano-alemana a celebrar en Madrid el próximo 6 de septiembre, y a la que, con la canciller al frente, acudirá un nutrido grupo de empresarios germanos dispuestos, dicen, a invertir en España. Se supone que para entonces nuestro Gobierno debería conocer ya las claves de su futuro inmediato, que es el nuestro, más que nada porque no tendría sentido tamaño aquelarre sin que antes o durante se despejaran las incógnitas que rodean a España y su deuda, que también es la nuestra. Empresarios alemanes, pero también españoles, claro está: “Yo ya les he advertido que se anden con cuidado, que pueden perder el mercado del sur de Europa con sus tácticas, porque ahí abajo, les he dicho, la gente está muy cabreada con vosotros…”

¿Una mínima luz al final del túnel?

Cabreada por distintos motivos. Con Alemania y los países de la cuenca mediterránea ocurre como con el célebre arranque de Anna Karenina, la novela de Tolstói: “Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada”. Como en casa de los Oblonsky, también aquí está todo trastocado. De Guindos -que ayer mismo reclamaba la intervención en los mercados del BCE “contundente y sin límites” comprando deuda española- y su gente andan enfrascados en la redacción del Real Decreto-ley que el próximo día 24 pondrá letra a la música de las obligaciones contraídas en el memorandum of understanding (MoU) que acompañó la concesión de los 100.000 millones para el rescate bancario. En espera de que para la burra alemana, el Ejecutivo contempla la posibilidad de utilizar el dinero sobrante de esa línea de crédito que no se use con la banca en la refinanciación de los 27.000 millones largos de deuda que vencen en octubre, una alternativa abierta en su día por Bruselas. La especulación más llamativa que maneja Moncloa este mes de agosto se centra en la especie de que Alemania ha decidido ya expulsar a Grecia del euro, una medida que se anunciaría en septiembre y que sería una baza que permitiría a Merkel presentarse ante su Parlamento para argumentar que, una vez castigados los malos, habría llegado la hora de establecer un cordón de seguridad en torno al euro que, naturalmente, tendría que incluir a Italia y España.

¡Germania rules! Mientras tanto, empresarios y banqueros siguen enviando constantes mensajes al Gobierno Rajoy apelando a la necesidad imperiosa de no bajar la guardia y hacer los deberes en casa, al margen de lo que en su momento decida Merkel. El control del déficit sigue siendo la clave del arco de nuestro futuro inmediato, lo que es tanto como poner la pelota en el endeble tejado de un Montoro políticamente tocado. Si a finales de año el problema del saneamiento de nuestros bancos estuviera resuelto, como debe ser el caso, y si en diciembre el Gobierno consiguiera enviar a los mercados el mensaje de que ha sido capaz de controlar el déficit público, de forma que el guarismo final para 2012 quedara en torno al seis y pico, aunque pasara unas decimitas del 6,3% comprometido, y si además las exportaciones siguieran tirando, entonces y solo entonces esta horrenda crisis podría empezar a enseñar otra cara incluso en la primera mitad de 2013, mostrar una mínima luz al final del túnel de estos ya cinco años de aguda crisis, una llamita de esperanza en el mundo perdido y añorado de la vuelta al crecimiento. Todo, como casi siempre, depende de nosotros. 

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