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Economía

Europa, Merkel y el terremoto de Francia

Sarkozy y Merkel pasean por las playa de Deauville

Noviembre de 2010, romántico atardecer en el balneario francés de Deauville. Cual enamorados primerizos, Merkel y Sarkozy pasean en el magnífico marco de las playas normandas, escenificando su idilio político. Una inspiración que les sirve para fijar las reglas de hierro de los rescates de Estados en dificultades. Según el patrón acordado por el Merkozy, la deuda soberana encajaría quitas. La traición a la periferia se consuma, los mercados entran en pánico y la bala de plata con la que se pretendía matar la crisis acaba siendo un tiro en el pie. Desde entonces, los salvamentos europeos se suceden con los mismos resultados que un bombero pirómano: ahuyentan a los inversores que en principio debían atraer. Y sólo la intervención de Mario Draghi en julio de 2012 detiene la sangría.

Deauville, noviembre de 2010. Ése fue el momento y el lugar en que se traicionó a la Unión Europea. Dos países decidieron por su cuenta y riesgo sobre el destino de los demás. De modo que...¿para qué sirven las elecciones al Parlamento Europeo si Merkel es la que manda? Las decisiones se toman en los Consejos Europeos de jefes de Gobierno. Y ahí siempre se impone Merkel. Las recomendaciones de reformas incluso se ponen por escrito. Y de esa guisa la UE se ha convertido en una suerte de Tourmalet permanente en el que todos los países han de pedalear al ritmo que marcan los germanos. Sin la movilidad laboral para que los trabajadores se desplacen allá donde hay más demanda, sin transferencias fiscales que compensen la asimetría de los schocks, las costuras del euro se resienten. Basta con recordar las palabras del clarividente economista Martin Feldstein en 1997, antes de que se aprobase la creación de la moneda única:

“No hay país en parte alguna del mundo que no tenga su propia moneda. Una moneda nacional es tanto un símbolo de soberanía como la clave de la persecución de una política monetaria y presupuestaria independiente (...) Si la EMU [el euro] entra en vigor, lo que parece cada vez más probable, cambiará el carácter político europeo de tal forma que podría llevar a conflictos en Europa y a enfrentamientos con EEUU”.

El bipartidismo convencional se desmorona en Francia, Reino Unido, Italia y España. Los eurófobos ganan en las dos primeras

"¿Cuáles son las causas de estos conflictos? Al principio habría importantes desacuerdos entre los países miembros de la EMU sobre los objetivos y métodos de la política monetaria. Éstos se verían exacerbados cada vez que el ciclo económico llevara a un aumento del desempleo en uno o varios países. Tales desacuerdos económicos podrían contribuir a una desconfianza más generalizada entre las naciones europeas. A medida que se desarrolle la unión política, nuevos conflictos podrían reflejar perspectivas incompatibles en diversos puntos".

Y aprovechando unos comicios que no valen para nada y que se interpretan en clave nacional, estas elecciones europeas han supuesto el momento en el que los ciudadanos han expresado su desconfianza hacia la Unión Europea. Aunque con matices muy distintos en cada país, el bipartidismo convencional se desmorona en Francia, Reino Unido, Italia y España. Los eurófobos han ganado en Francia y Reino Unido. El propio primer ministro galo, Manuel Valls, tuvo que comparecer para hacer sonar todas las alarmas y calificar el resultado de seísmo político. “El momento que vivimos es muy grave para Francia y para Europa”, declaró.

El crecimiento es anémico y por lo tanto incapaz de corregir el inmenso legado de desempleados y deuda que la crisis soberana nos ha dejado. Así las cosas, la pregunta es insoslayable: ¿hasta cuándo podrá aguantar el bipartidismo convencional en el sur de Europa, incluido Francia?

La semana pasada, el semanario The Economist daba la bienvenida a este varapalo porque representaba la oportunidad de devolver el poder a los parlamentos nacionales, “donde reside la verdadera legitimidad”. Sin embargo, eso significa precisamente reforzar el sistema que ha impuesto Merkel, por el cual los intereses particulares de los países se superponen a los del colectivo. No hay mejor ejemplo que el del BCE: cuando Alemania era el enfermo crónico de Europa, el banco central se amoldó a sus necesidades, provocando burbujas por toda la periferia. En cambio, ahora, pese a que el objetivo de inflación es el 2 por ciento, la institución sita en Fráncfort deja que la media de los precios en la eurozona se sitúe en el 0,7 por ciento con tal de evitar que la inflación en Alemania roce el 2 por ciento. No obstante, ¿acaso no sería más lógico que los alemanes registrasen alzas de precios por encima del 2 por ciento para que la zona euro pueda alcanzar de media un IPC del 2 por ciento?

Las cosas se podrían haber hecho de forma más indolora de haber existido un liderazgo con una visión paneuropea y no exclusivamente germana. Costó más de dos años y la presión de EEUU y China para convencer a Merkel de que había que saltarse la ortodoxia del Bundesbank y restañar la hemorragia de las primas de riesgo. No parece éste el mejor modo de adoptar decisiones. El 'Deutschland über alles', Alemania por encima de todo, no puede ser. Su principal socio, Francia, acaba de pedir socorro.

En el 93, Berlín no se alarmó cuando la crisis monetaria hundió a la libra y a la lira italiana. Pero cedió cuando las sacudidas llegaron a orillas del Sena, como ahora

¿Atenderá Merkel la llamada de auxilio ante el terremoto en Francia? La crisis del Sistema Monetario Europeo en 1993 quizás pueda ofrecer valiosas lecciones. Entonces, como un paso previo a la unión monetaria, las divisas se vincularon para cotizar dentro de una banda de fluctuación del 4,5 por ciento respecto al marco. Sin embargo, en ese momento los germanos estaban absorbiendo a la RDA y prácticamente establecieron la paridad entre los marcos de una y otra Alemania. Semejante canje entre los distintos marcos brindó una capacidad adquisitiva inimaginable para los ciudadanos del Este comunista, pero a la vez generó unas presiones inflacionistas enormes que obligaron al Bundesbank a subir los tipos de interés.

Y para continuar vinculados al marco en el Sistema Monetario, el resto de naciones tuvo que encarecer también el precio del dinero, lo que provocó una recesión. Los países no podían seguir el ritmo de Alemania; y los mercados apostaron por que algunos no aguantarían.

La libra inglesa y la lira italiana no resistieron y fueron expulsadas del Sistema Monetario Europeo. España y Finlandia tuvieron que devaluar. Pero ni por esas cedió Alemania... hasta que las sacudidas llegaron a las orillas del Sena. Sólo ahí los alemanes temieron que se podía destruir el proyecto europeo y volver a la rivalidad de antaño. Alarmados, primero prestaron fondos a los franceses y, al final, se vieron obligados a ampliar el rango de fluctuación hasta el 30 por ciento.

Luego de esta historia se desprenden dos lecciones: la primera, que después de muchos forcejeos y sufrimientos Berlín abre la mano, sobre todo al ver peligrar a sus vecinos galos. Así que es bastante probable que esta vez Merkel capte el mensaje de un Valls comprometido con las reformas pero asediado en las urnas. Y la segunda, dado que del euro no podemos salir sin corralitos y quiebras, que estamos abocados a competir con Alemania. Y cuanto antes nos entre en la cabeza, mejor.

Pese a sus errores, Merkel diagnostica bien el problema europeo: la eurozona abarca el 7 por ciento de la población mundial, el 25 por ciento del PIB global y el 50 por ciento de todo el gasto social que se desembolsa en el planeta. Si no se acometen las reformas, ‘Lifestyle Europe’ es insostenible. Europa ha de apostar por un sistema del bienestar que la hace más cohesionada y eficiente, pero cuyo mantenimiento conlleva altas dosis de responsabilidad y sacrificios por parte de sus ciudadanos. Y los mandatarios del viejo continente deberían mostrar el liderazgo suficiente como para explicarlo, en lugar de retratar siempre como culpables a Bruselas, la Troika o incluso a Merkel. Tras años enquistados en el poder, los partidos tradicionales deberían acometer una regeneración que fuese ejemplarizante y empezase por ellos mismos. De lo contrario, el voto tirará cada vez más, y con razón, hacia los populismos de corte nacionalista, ya sea en París, en Londres, o en Barcelona.

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