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Economía

Se rompe la confianza de Europa en Grecia y el espectro del corralito se cierne sobre los helenos

El primer ministro heleno, Alexis Tsipras.

Cuentan que una vez un camarero entró para servir el desayuno en la suite que alojaba a George Best, el gran futbolista del Manchester United premiado con un Balón de Oro y notorio por su relación con las mujeres y el alcohol. Por el suelo rodaban desperdigados regueros de alcohol, billetes de banco, fichas de casino, lencería fina y botellas vacías de Dom Pérignon. En la cama, George Best yacía con una Miss Mundo. De modo que el camarero, alucinado ante tal espectáculo, no tuvo otra ocurrencia que preguntarle: "Dios mío, George, ¿qué ha podido ir mal?".

Sentado en la barra de un bar de Atenas, el periodista griego y autor de la biografía no autorizada de Yorgos Papandreu, Yannis Symeonides, relataba esta historia del malogrado futbolista a la hora de responder a la pregunta de cuándo se jodió Grecia. Miles de personas cobraban pensiones de sus familiares difuntos, un tercio de los funcionarios se retiraba antes de los 55 años, los jóvenes podían estudiar en universidades extranjeras a cargo del Estado, la evasión fiscal estaba a la orden del día, los políticos compraban votos a costa de subsidios, sectores enteros estaban protegidos de la competencia y el número de empleados públicos se disparó hasta tal punto que un día Papandreu se vería obligado a reconocer ante Merkel que no tenía ni remota idea de cuántos había...

Kostas Karamanlis llegó a ordenar una nueva ronda de gasto ocultando el déficit y la deuda

Dentro del euro, el dinero fluía con facilidad. En la práctica se financiaba sin problemas al Sur para que éste comprase más productos alemanes. Y así nada podía ir mal. Como en cualquier otra adicción, cuando se vio que la máquina estaba gripada, el primer ministro Kostas Karamanlis incluso ordenó una nueva ronda de gasto ocultando el déficit y la deuda. Sólo que entonces se cruzó la crisis financiera y la situación se tornó insostenible para el Gobierno de Nueva Democracia. El propio Karamanlis tuvo que reconocer que la fiesta tocaba a su fin. Las luces y la música se apagaban. Había que recortar. Se convocaron elecciones, y en octubre de 2009 Yorgos Papandreu, del que su padre dijo que destrozaría el Pasok si algún día llegase a presidirlo, prometió que la francachela podía continuar. “Hay dinero”, fue el lema de su campaña electoral. Imagínense la estupefacción en la Unión Europea y en una Alemania que habían cometido el pecado original de guardar convenientemente en un cajón el informe que sostenía que Grecia no cumplía con los requisitos para entrar en el euro.

El Pasok de Papandreu ganó las elecciones basándose en una gran mentira. De modo que cuando Europa le impuso un implacable plan de ajuste, el primer ministro griego se sacó de la manga sin avisar la convocatoria de un referéndum, alegando que él no tenía un mandato para eso. Acto seguido, desprovistas de un cortafuegos, las primas de riesgo de toda la periferia europea se incendiaron. A ese iluminado había que pararle los pies. Papandreu había dejado de ser un interlocutor válido. Y el ejecutor directo fue el presidente de la Comisión Europea, Jose Manuel Durao Barroso, quien contactó con el ministro de Finanzas, Evangelos Venizelos, y el entonces jefe de la oposición, Andonis Samaras. Juntos tramaron el apuñalamiento de Papandreu. A los tres días, le sustituyó en el cargo Lucas Papademos, un tecnócrata respaldado por el Pasok y Nueva Democracia, con el objetivo de intentar arreglar Grecia.

En el verano de 2012, Samaras ya era el primer ministro y, cómo no, intentó otra vez librarse de las medidas de austeridad. Hartos, los alemanes se mostraron incluso dispuestos a soltar lastre y dar la patada a Atenas. Del mismo modo que ahora, el BCE subió la temperatura rechazando los bonos griegos y restringiendo la liquidez a la banca helena. En aquellas fechas, prácticamente todos los días llegaba un cargamento de dinero al país porque no tenía la capacidad de imprimir moneda. Asediado por un credit crunch, Samaras finalmente capituló y se comprometió a tomar medidas. Al ingresar el dinero del rescate, el primer ministro declaró que Grecia nunca más podrá poner en peligro el euro (sic).

Otra vez un referéndum 

Y ahora la historia se repite por enésima vez. Sólo que la trama se complica y se acerca hacia un desenlace trágico. Con la economía de vuelta al crecimiento y creando empleo, Syriza jugó desde el primer momento a hacer política. De poco les ha importado cortocircuitar durante cinco meses la recuperación emprendida. En realidad, su estrategia se ha basado en empuñar la bandera del nacionalismo en un intento a la desesperada de consolidarse en el Gobierno como la única formación que plantó cara a la Troika. Y para ello no ha dudado en coquetear incluso con Rusia y China. Pero ni Moscú ni Pekín quieren nada de los griegos, salvo acuerdos comerciales. Pocos dineros pueden brindar unas arcas rusas esquilmadas por su enfrentamiento con Occidente y el desplome de la cotización del petróleo.

En lugar de reforzar la recuperación económica en marcha, Syriza abogó por recontratar funcionarios, abrir la televisión pública, subir impuestos, crear nuevos subsidios, controlar las empresas, los bancos, los medios de comunicación y la agencia estadística, reforzar la negociación colectiva y deshacer la reforma laboral, precisamente el tipo de políticas que suenan a una nueva fiesta pero que hacen perder la competitividad y engordar el Estado con los resultados ya conocidos.

Syriza prefirió recontratar funcionarios o reabrir la televisión pública antes que reforzar la recuperación

Aún así, sumidos en la asfixia financiera y tras mucho marear la perdiz, el Gobierno de Syriza poco a poco cede y acepta el ajuste que Europa le exige. Si bien pide poder elaborarlo tal y como ellos consideren adecuado. Es decir, a fuerza de subir todavía más impuestos. Cual Orfeo siguen paralizados mirando hacia atrás, empecinados en recuperar lo que ya nunca volverá.

Los giros de última hora, los pasos atrás, las acusaciones vertidas sobre los acreedores, las promesas incumplidas, la poca transparencia con las estadísticas, las declaraciones grandilocuentes, el rechazo al control de los hombres de negro, los flirteos con rusos y chinos, la insistencia en subir impuestos... Un día tras otro, la confianza de Europa hacia los griegos se rompe. Y precisamente la confianza se antoja esencial para volver a darles dinero. Los halcones del Eurogrupo reclaman a Atenas un sacrificio, un recorte que demuestre su compromiso con el paquete de reformas y que evite el excesivo hincapié que Syriza pone en los impuestos, tan nocivos para el crecimiento y la inversión como difíciles de recaudar en un país hundido en la economía informal.

Sin embargo, Tsipras se niega a suprimir el alza de las cotizaciones y el impuesto extraordinario sobre las grandes empresas para sustituirlos por recortes. Pese a que las propuestas en el fondo no están tan alejadas, tilda lo exigido por Bruselas de humillación y convoca un referéndum en el que va a hacer campaña a favor del No a las medidas.

De nuevo, para Tsipras todo se reduce a una cuestión política. Trata de quitarse la responsabilidad de encima y someter de paso a su partido, el cual amenazaba con hacer estallar el Gobierno. El propio Varoufakis trasladó a los socios del Eurogrupo que el resultado sería un Sí. Pero incluso saliendo el Sí en la votación, ¿qué credibilidad va a tener el Gobierno para aplicar el programa por mucho que haga cambios en su composición? ¿Y si Tsipras ya sólo quiere salir del euro y optar por una solución a la argentina impagando en todo con un nuevo dracma más competitivo que además le permitirá vivir del sol y playa aunque ello implicase abandonar cualquier esperanza de modernizar el país y suponga fugas de capitales, meses o años sin financiación, cadenas de defaults e, incluso, el retorno temporal al trueque? Desde luego, la apuesta de Tsipras presenta un altísimo riesgo de accidente en los próximos días. No es de extrañar que cobre fuerza la tesis de que simplemente quiere escapar de la jaula de la moneda única para poder imprimir billetes que financien políticas de estímulos y gasto.

A la luz del evidente chantaje que supone la convocatoria de referéndum, el Eurogrupo se ha negado a conceder un solo euro más. En la Europa que lidera Alemania, cada país debe tener autonomía financiera, lo que en estos casos implica unas severas dosis de austeridad que Grecia se niega a digerir pero que sí que han aceptado Portugal, Irlanda o los países bálticos. Sin ese compromiso con las reformas, el programa expira el martes. Es decir, los griegos votarán el sábado sobre un plan de ajuste que ya se ha cerrado y que en cualquier caso precisaría de una nueva aprobación con todo el tiempo que eso requiere. 

Palabra del BCE

Entretanto, el impago al FMI hará que este organismo no quiera aportar más dinero para el salvamento. Y el BCE tendrá que considerar si desenchufa a los bancos de la línea de liquidez que los mantiene en pie. Al cierre de esta edición, el impago al FMI el próximo martes 30 es lo de menos. Si el banco central no lo remedia, en cuestión de días las entidades pueden carecer de euros para atender un pánico bancario que podría acabar desencadenando la salida de Grecia de la moneda única.

Así que este domingo recae una descomunal responsabilidad sobre los hombros del BCE. Su consejo tiene que decidir entre una cosa muy mala y otra peor, entre si prorroga o no sus ayudas a las entidades helenas pese a la presión en contra del Bundesbank. Haga lo que haga, la decisión de cerrar el grifo se antoja harto complicada, máxime cuando es más fácil gestionar un impago que la salida del euro. O dicho de otro modo, sería bastante más fácil manejar un default soberano dentro del euro que una quiebra soberana y bancaria fuera de la moneda única.

Por razones de legalidad, en cuanto Mario Draghi tope o retire la facilidad de liquidez a la banca griega, ésta apenas aguantará el temporal, lo que abriría la puerta a cualquier escenario. Lo lógico sería que el Ejecutivo heleno decidiese mantener las entidades cerradas a la espera de encontrar una solución, una opción muy eficaz contra el pánico bancario pero que puede parar en seco la economía. La otra posibilidad menos eficaz pero a la vez menos dañina es la de imponer un corralito que limite las retiradas de depósitos. Mientras que las clases altas hace ya tiempo que se llevaron el dinero, la decisión de Syriza hundirá a las clases medias. Por no hablar de que durante este ejercicio de irracionalidad cabe la posibilidad de que el BCE acabe calificando a varios bancos griegos como insolventes al estar cargados de bonos basura del Estado griego y carecer de liquidez. De hacer eso, el fondo de rescate bancario heleno no tendría ni de lejos los recursos suficientes como para recapitalizar los bancos. Tan sólo podría apuntalar el sistema financiero creando una nueva moneda a fin de evitar una quita bestial sobre los depositantes.

Las clases altas griegas ya se llevaron su dinero al extranjero, las que sufrirían un corralito serían las clases medias

Al desplomarse la recaudación, el Gobierno de Syriza también se vería forzado a emitir pagarés con tal de pagar nóminas y pensiones. De inmediato, esos pagarés valdrían mucho menos que el nominal porque evidentemente los respaldaría un Estado en quiebra. A lo bruto, el ajuste sería mucho mayor que el que se pretendía alejar.

Pese a que Bruselas ha dejado la puerta abierta al rescate hasta el martes, las autoridades europeas sostienen que esta vez el cortafuegos está preparado. Después de haber tolerado mucho a los helenos, en esta ocasión el BCE cuenta en principio con los instrumentos para atacar cualquier fuego que provoque Grecia. Tiene el respaldo legal del Supremo Europeo, el programa de compra de deuda conocido como OMT y la expansión monetaria bautizada como QE. Además, el flotador griego sirvió para hacer una quita a los acreedores privados y quitárselos de en medio. La exposición de la banca a Grecia es sencillamente ridícula.

Por el contrario, los Gobiernos europeos, el FMI y el BCE sí que tienen mucho que perder: los países han prestado 145.000 millones a través de los fondos de rescate y 52.000 millones en préstamos directos. El FMI entregó a Grecia unos 21.000 millones. Y el BCE inyectó unos 27.000 millones al Estado y unos 100.000 millones a la banca. Aunque con pérdidas para todos, el sistema está listo para echarlos, aseguran las más altas instancias de la UE.

Sin embargo, está por ver que el BCE de verdad pueda contener una huída en masa de inversores. A principios de mayo, la intervención del banco central no impidió que las primas repuntasen con fuerza. La decisión del Gobierno heleno abre la puerta a una cadena de eventos que podría acabar con Grecia fuera del euro e inspirar la desconfianza hacia la periferia y, sobre todo, España, especialmente penalizada por el riesgo de que acabe con un Gobierno de coalición que incluya a Podemos.

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