Quantcast

Economía

¿Conseguirá despegar la economía española en 2014? Los cinco retos del año que empieza

El presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, junto al ministro de Economía, Luis de Guindos.

La economía española se aferra a una recuperación todavía muy tenue como a un clavo ardiendo. Después de seis años en los que los ciudadanos han soportado con ejemplar estoicismo reveses y rigores, angustias y padecimientos, el Gobierno Rajoy confía en que el ejercicio 2014 sea el de la salida de la crisis. ¿Conseguiremos de una vez por todas escapar de lo que tiene todos los visos de convertirse en una década perdida?

Si en algo coinciden los analistas, desde Funcas a BBVA pasando por Citi, Flores de Lemus o el Instituto de Estudios Económicos, es en que durante 2014 habrá, salvo accidentes, un cierto rebote de la actividad. Tras haber sufrido entre junio de 2012 y junio de 2013 un sinfín de turbulencias sobre los parqués, las palabras de Draghi garantizando que haría todo lo necesario para salvar al euro obraron el milagro. La sangría se detuvo. Y aunque sólo sea por puro efecto estadístico, desde entonces todo mejora al compararlo con ese periodo de alta inestabilidad y primas de riesgo desbocadas.

Después de un tropezón momentáneo, las exportaciones volverán a tirar, tal y como presagian los buenos datos de producción industrial obtenidos en Italia, Alemania y por lo general en toda Europa, con la clamorosa excepción de Francia, siempre alérgica a las reformas y verdadero talón de Aquiles de Europa. La inversión foránea ha inyectado unos 40.000 millones de euros en empresas españolas a lo largo del 2013, y la inversión en bienes de equipo, preludio imprescindible de cualquier recuperación, presenta dos trimestres seguidos de avances interanuales. El consumo interno ha experimentado un leve repunte, aunque bien mirado otra vez ha sido a costa de un incremento de la deuda de las familias debido a que sus rentas siguen contrayéndose. El empleo ha frenado su ritmo de destrucción y podrían crearse puestos de trabajo netos en el segundo trimestre del año, si bien éstos se generarán fruto del reajuste de plantillas una vez estabilizada la economía y, por consiguiente, serán pocos, temporales y a tiempo parcial.

“Aún es pronto para lanzar las campanas al vuelo, pero el Gobierno cree que se está produciendo un cambio de ciclo. Tardará en notarse a pie de calle, pero este año y por primera vez en la crisis puede haber sorpresas muy positivas”, explica un alto cargo del área económica. Y añade: “Conforme se consoliden estos primeros indicios de crecimiento, la prima de riesgo continuará descendiendo y el mercado dejará de considerar que tenemos un problema acuciante de deuda. Sin embargo, el crecimiento no será robusto en tanto no haya crédito, y lo más probable es que esto no ocurra hasta bien entrado el 2015, justo el año de las elecciones. El drama de Rajoy consiste en que, después de haber acometido las reformas y haber sentado las bases de una mejora, bien podría perderse la recuperación”.

Es decir, este 2014 podría definirse como un ejercicio de transición, en el que el bolsillo del ciudadano apenas notará el alivio y en el que difícilmente se resolverán los problemas de fondo, pero en el que España se la juega en varios frentes si de verdad quiere romper con una espiral de estancamiento a la japonesa. Los retos son ingentes y podrían resumirse en cinco bloques: el crecimiento y la inversión productiva; el gasto público del Reino de España; el desendeudamiento; la banca y el crédito; el BCE y la inflación; y por último el empleo, la formación y la competencia. 

El crecimiento y la inversión productiva

El crecimiento es un reto para el conjunto de Occidente. Hace poco, el exsecretario del Tesoro estadounidense, Larry Summers, pronunciaba un discurso en el que lanzaba una pregunta harto inquietante: dado que antes de la crisis se expandió brutalmente la liquidez y eso no generó inflación, ¿acaso es posible que ya sólo se pueda crecer a fuerza de burbujas? De hecho, con la banca todavía renqueante y los hogares y empresas aún muy endeudados, toda la liquidez provista por los bancos centrales se ha dirigido hacia los mercados financieros y la deuda pública. Y al comprobar cómo se han disparado las bolsas y cómo han retornado a los niveles de 2007 las emisiones de bonos basura, algunos economistas apuntan de nuevo a las señales de ebullición.  

Para intentar responder a la cuestión planteada por Summers, quizás haya que repasar el origen de la actual debacle: entre los alemanes que han construido una industria imbatible y ahorran para la vejez, los chinos que cimentaron un modelo de crecimiento basado en sus bajos costes y en consecuencia generan unos excedentes formidables, y los emergentes que están escarmentados por la crisis de los 90 en la que padecieron insufribles ajustes porque carecían de reservas, todos acumularon ingentes cantidades de ahorro en los años previos al crack. Y con ese mar de liquidez abarataron el coste del dinero. Tanto que se podían cosechar pingües beneficios simplemente moviendo los fondos de un lado a otro, en especial hacia los países con déficits comerciales y por tanto necesidades de financiación. Y en éstos el destino ideal era el mercado inmobiliario, que supuestamente se trataba de una inversión a prueba de tontos debido a que disponía de un colateral cuyos precios vivían un alza constante.

Al mismo tiempo, la baja inflación mantuvo la ilusión de que el carrusel podía seguir girando y girando sin pausa. Y como resultado, se marginó la inversión productiva, aquella de rendimientos más lentos pero que precisamente garantiza unos crecimientos más sostenibles.

Dicho esto, ¿y si esa baja inflación se basó en una serie de factores cuyos efectos positivos se han agotado, como una demografía favorable que elevó la oferta laboral, la extensión de la educación o la apertura de mercados producto de la globalización?, ¿y si todos esos beneficios ya no suponen un acicate para el crecimiento, al tiempo que hemos aparcado la inversión productiva y encima tenemos que desendeudarnos? Entonces, la conclusión obvia es que las tasas de PIB anteriores son inalcanzables en las condiciones actuales, y por ende los Gobiernos tan sólo están demorando las difíciles decisiones de reducción del gasto y reformas. Máxime cuando, como siempre recuerda David Taguas, el excesivo gasto público está sofocando las rentas familiares, lo que a su vez impide que se regenere el ahorro interno, algo esencial para que luego aumente la inversión y, en definitiva, el crecimiento sostenible.

El gasto público del Reino de España

“España tiene desgraciadamente una economía de servicios basada en la demanda interna, y no veo una recuperación vigorosa hasta que los impuestos dejen de cebarse con la clase media, que es la que tira del consumo. Las Administraciones tienen que apretarse más el cinturón para rebajar la presión fiscal”, sostiene Víctor Alvargonzález, director de inversiones de Tressis.

Si bien es cierto que en 2012 hubo un esfuerzo para recortar el gasto, en 2013 el grueso del ajuste se confió a una mayor recaudación. En el transcurso de los últimos doce meses, los desembolsos del Estado han avanzado alrededor de un 6 por ciento: la partida de prestaciones por desempleo se enquistó en los 30.000 millones anuales pese a los recortes; la paga extra aumentará en 4.500 millones los pagos del conjunto de las AAPP; el gasto en pensiones sube a un ritmo del 5 por ciento al año y los intereses de la deuda todavía engordan a razón de un 10 por ciento anual incluso con la prima de riesgo a la baja.

Todo lo cual pone el acento sobre los ingresos fiscales. Sin embargo, pese a haber subido impuestos a todo lo que se mueve, el Fisco apenas ha recaudado hasta noviembre unos 1.400 millones más que el año pasado, prácticamente un 1 por ciento más. Por mucho que Montoro aplique ajustes contables, frene pagos y encuentre superávits milagrosos en Ayuntamientos, difícilmente se cumplirá con el objetivo de déficit del 6,5 por ciento comprometido con Bruselas. Y aún hay que rebajar el agujero presupuestario en más de 35.000 millones de aquí a 2016, sin que exista un plan coherente para llevar a cabo tamaña proeza y reconducir así el descontrol de la deuda pública.

No obstante, incluso enfrentados con estos números, tanto Rajoy como su ministro Montoro se mantienen firmes en el error, empeñados en que el problema es de recaudación. O dicho de otro modo, se muestran tan contentos con la elefantiásica estructura del Estado, la multiplicidad de niveles administrativos y la abundancia de órganos de dudosa utilidad… De ello se infiere con facilidad cuál es el verdadero objetivo de la próxima reforma tributaria que prepara el Gobierno: aunque anuncien rebajas selectivas de impuestos, el propósito inconfesable no es más que un incremento de la presión fiscal, un hecho que entorpecerá el necesario proceso de desapalancamiento del sector privado.

El desendeudamiento

En los últimos tres años, los hogares y las sociedades no financieras han recortado su deuda en más de 280.000 millones de euros. Sin embargo, sus cargas todavía resultan elevadas y ascienden al 86 por ciento del PIB en el caso de las familias y al 129 por ciento del PIB para las empresas. De acuerdo con las estimaciones del gabinete económico de Barceló y Asociados, si la meta se fijase en situar la deuda en los niveles medios del periodo 2000-2007, entonces tan sólo se ha recorrido un 30 por ciento del ajuste. De modo que aún queda por delante una corrección importante, aunque ésta se facilitaría bastante si empezaran a registrarse crecimientos tangibles. Una vez más, los sacrificios del sector privado contrastan con el descontrol experimentado en la deuda pública, que se aproxima peligrosamente al cien por cien del PIB desde el 36 por ciento anotado en 2007.

La banca y el crédito

El proceso de reducción de la deuda es compatible con un ligero aumento del crédito hacia los sectores productivos. Sin embargo, el crédito a las pymes continúa desplomándose y el poco que hay se encuentra a tipos absolutamente prohibitivos. “Hemos pasado de una situación en la cualquiera recibía un préstamo a otra en la que prácticamente todo el mundo es insolvente excepto el Estado. Y diría más, no se podrá cumplir con las metas de déficit fijadas por Bruselas a menos que se retome el crédito”, señala una fuente gubernamental.

Pese a la reforma financiera, el problema estriba en que la banca todavía no está lo suficientemente recapitalizada, a la vez que sufre una morosidad muy alta, unos tipos muy bajos que erosionan sus márgenes y sólo hace negocio con la deuda pública. Por si esto fuera poco, durante el 2014 los bancos se someterán al examen del BCE, lo que está provocando una restricción crediticia todavía mayor, pues las entidades no quieren contraer más riesgos con tal de no verse penalizadas en dichas pruebas. Es más, ahora que tienen que provisionar las refinanciaciones, ¿cuántas más Fagores o Sacyres aparecerán a lo largo de 2014?, comentan en privado ejecutivos de la banca.

Así las cosas, el BCE tiene la difícil misión de saltarse los intereses nacionales y establecer desde el principio una reputación como supervisor de la banca imponiendo un examen creíble de los balances bancarios y exigiendo las consiguientes recapitalizaciones.

El BCE y el riesgo de inflaciones bajas 

Por el momento, BCE y Gobierno atribuyen las inflaciones bajas al fin del impacto del alza del IVA, el menor incremento de los precios marcados por la Administración y el retroceso del precio del petróleo. No obstante, persiste el riesgo de unas inflaciones demasiado bajas y, por lo tanto, crecimientos anémicos. Pese a toda la impresión de billetes, los salarios se estancan, el paro se enquista, los intereses tocan suelo, la deuda pública se dispara y las compañías no invierten.

La semana pasada, Goldman Sachs afirmaba que el BCE no ha conseguido eliminar la fragmentación financiera en la zona euro y que una prima de riesgo de 200 puntos todavía es muy alta. “Da casi igual tener 100 o 200 puntos de diferencial: a largo plazo es la muerte. Hay que llevarlo por debajo de los 100”, explica una fuente gubernamental.

Además, en tanto en cuanto la Fed sea más activa y EEUU tenga inflaciones más altas, el euro no podrá perder su exceso de músculo ligado a Alemania y devaluarse frente al dólar, lo que continuará torpedeando nuestras exportaciones.

Lastrados por unas tasas de desempleo descomunales, basta por otra parte con que la Fed recorte estímulos o con que se defrauden las expectativas de crecimiento para que el mercado pueda poner otra vez pies en polvorosa. Con todo, la buena noticia del 2013 reside en que el banco central capitaneado por Mario Draghi ha demostrado su capacidad para proteger al euro.

El futuro se presenta un poquito más soleado, pero las deudas son aún exorbitantes, el paro bestial y el gasto público incontinente. Tras haber parado la máquina de imprimir billetes y reducir su balance en un 26 por ciento desde mediados de 2012, la sombra de la duda permanece sobre el BCE. En parte acomodado en la complacencia y en parte frenado por sus halcones del norte, existe el peligro evidente de haga en pos del crecimiento demasiado poco y demasiado tarde, exactamente igual que ocurrió en Japón.

El empleo, la formación y la competencia

Si las telecos por fin ha bajado precios después de varios años de crisis, ¿qué sucede con el resto de parcelas reguladas como la energía? A todas luces, faltan reformas que fomenten la competencia.

Por último, respecto al empleo se antoja esencial el uso de la formación para reciclar hacia otros desempeños a los trabajadores de los sectores agotados como la construcción. De lo contrario, corremos el riesgo de que no puedan participar de la recuperación, sea del tipo que sea. 

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.