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Economía

Tras el espectacular dato de empleo, ¿asistimos al despertar de la economía española tras seis años de penurias?

La vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, junto al ministro de Hacienda Cristóbal Montoro y el titular de Economía, Luis de Guindos.

La Encuesta de Población Activa arrojó esta semana la creación de 400.000 empleos, 100.000 más de los que esperaba cualquier casa de análisis. Pero los buenos datos no se quedaron ahí: pese a los sueldos más bajos, casi la mitad de esos puestos de trabajo fueron indefinidos y a tiempo completo, señal inequívoca de una mayor confianza respecto al comportamiento de la actividad. Sólo superada por Alemania y Letonia, la economía española lidera el crecimiento en la zona euro. Las revisiones al alza de las estimaciones son ya un aluvión. En definitiva, la recuperación sigue tomando cuerpo con mucha más fuerza de lo previsto por ningún experto. Casi eufórico en la creencia de haberle dado la vuelta a la economía, el equipo económico del Gobierno apuesta por retrasar las elecciones todo lo posible porque cuanto más tarde sean más se notará el cambio de tendencia.

Ahora bien, ¿qué esconden estos datos?, ¿por fin asistimos al despertar de la economía española tras seis largos años de penurias? Todo apunta a que sí. Sólo que lo hace de una forma poco sana y, por lo tanto, bastante preocupante, máxime con los ingentes problemas de paro, deuda y competitividad que aún hay que corregir.

Desde comienzos de año, la banca apenas remunera los depósitos. Y ello ha provocado que en el primer trimestre del año los hogares retiren esos recursos de las entidades para destinarlos a otros menesteres: una parte se ha colocado en fondos de inversión. Otra se ha dedicado a la compra de viviendas, lo que ha ocasionado una estabilización de las ventas en enclaves como Madrid. Y lo más importante, en cuanto los españoles han perdido el miedo a quedarse sin trabajo, una porción muy sustancial de esos dineros se han ido al consumo. Se acabó eso que los economistas llaman el ahorro preventivo. Tras seis años aguantando con el puño prieto, los ciudadanos que aguantaron su empleo han tirado la casa por la ventana y han vuelto a adquirir bienes de consumo duradero. Sobre todo se han lanzado a la renovación de la flota de automóviles, especialmente animados por las ayudas del Plan PIVE.

Es más, por primera desde que hay datos, el conjunto de las familias ha gastado por encima de la renta disponible que ha generado. O lo que es lo mismo, se ha producido un desahorro. A su vez, este fenómeno ha disparado las importaciones, deshaciendo el superávit financiero con el exterior que tanto sudor y lágrimas nos costó alcanzar. En resumidas cuentas, el Ejecutivo ha subsidiado a los españoles para que compren coches germanos y eso hunda nuestra capacidad de financiación con el exterior, imprescindible para poder pagar la deuda. De traca.

Las empresas que exportan de modo habitual siguen siendo prácticamente las mismas

Pero lo peor de todo es que este fenómeno pone en duda parte de nuestro proceso de reestructuración de la economía. Se suponía que con la devaluación interna se lograría sustituir productos que antes importábamos por productos locales. Sin embargo, a la luz de estos datos, parece que ese efecto sustitución no está funcionando como debería.

Al mismo tiempo, las exportaciones han sufrido una ralentización desde mediados del año pasado. De un lado, el euro resulta un lastre. La voluta europea sigue sobrevalorada debido a que convivimos con el gigante alemán, que es generador de ahorro y por lo tanto acreedor respecto al resto del mundo, lo que a su vez hace al euro una divisa estructuralmente fuerte y un obstáculo para nuestras exportaciones, más sensibles al precio.

Por otro lado, la caída de la demanda externa nos afecta. Europa crece a duras penas. Alemania exporta mucho pero consume poco. Italia y Francia están estancadas. Y los países emergentes han reducido sus tasas de crecimiento. Así las cosas, ¿quién nos va a comprar los bienes y servicios?

Y por si fuera poco, además hay un problema estructural de fondo: las empresas que exportan de modo habitual siguen siendo prácticamente las mismas. El resto no reúne el tamaño suficiente como para poder conquistar mercados fuera. Y el escaso tamaño también se antoja un óbice para el desarrollo de estructuras más intensivas en innovación. Hay que atajar de frente este freno al crecimiento de nuestro sector exterior.  

Y toda esta combinación de factores se traduce en que, por primera vez en la crisis, el déficit comercial empeoró durante dos trimestres seguidos, a pesar la caída de los precios del petróleo.

Semejante modelo de crecimiento se agota en sí mismo. El aumento del consumo es imprescindible para que la economía arranque, pero quizá ha comenzado demasiado pronto, sin haber alcanzado todavía un equilibrio virtuoso. Se aprecia una suerte de prisa por quemar etapas dopando la demanda interna. Y, para colmo, se pretende usar la reforma fiscal al objeto de poner más dinero en los bolsillos y acelerarla todavía más, cuando en realidad hubiese sido mucho más sostenible emplear la rebaja fiscal en reducir cotizaciones para seguir profundizando en la ganancia de competitividad de una forma menos dolorosa, tal y como pide la Comisión Europea.

La misión de este Gobierno debería consistir en pergeñar un gran pacto nacional por la exportación 

Un crecimiento de calidad ha de basarse en las exportaciones, la inversión y el ahorro. Parece que la inversión empresarial resurge después de años bajos mínimos. Pero fallan las exportaciones y el ahorro. Este último resulta además esencial para financiar un incremento sustancial de la inversión que contribuya al cambio de modelo.  

Sin embargo, entretanto la deuda externa ha vuelto a tocar un pico histórico. Con los pasivos frente al exterior situados en un exorbitante cien por cien del PIB, la economía española precisa desesperadamente generar superávits para poder abonar sus deudas. De lo contrario, continuará siendo muy vulnerable a cualquier movimiento de los mercados precisamente en un momento en el que muchos analistas señalan que los activos de deuda pública están sobrevalorados. Por no hablar de la amenaza cada vez más real de que en las elecciones generales se obtenga un parlamento fraccionado que incluso podría trastocar toda la agenda reformista. O del reto soberanista en Cataluña.

Elementos positivos

Dicho esto, no todo son señales sombrías. El alza de las importaciones también ha respondido a la necesidad de recomponer el stock y de invertir de nuevo en bienes de equipo, dos elementos que presagian que las empresas se rearman para una recuperación de la demanda.

El Plan PIVE y el efecto fin del ahorro preventivo tienen poco recorrido y dejarán pronto de impulsar las importaciones. Lo natural y positivo sería que el desahorro sea sustituido por la creación de empleo como motor de la demanda, siempre y cuando el repunte recién experimentado en la EPA no se revele en los próximos trimestres como algo meramente estacional. Y si bien existe una presión a la baja sobre los salarios de los nuevos trabajos, al crearse empleo la renta disponible total subirá y empujará al alza el consumo, a pesar de que en los últimos meses se ha registrado una reducción de la renta de los hogares motivada por los menores desembolsos en prestaciones por desempleo, bien sea por los recortes aplicados, bien sea porque algunos parados se quedan sin cobertura.

 La recuperación sigue tomando cuerpo con mucha más fuerza de lo previsto por ningún experto

Y lo lógico es que las exportaciones retomen su senda al alza conforme la recuperación se asiente en el extranjero. De hecho, los datos entre abril y mayo ya apuntan un retorno de los crecimientos en el sector exterior.

Sea como fuere, a los actuales ritmos de crecimiento del PIB, se antoja francamente difícil que podamos corregir pronto los ingentes desequilibrios por exceso de deuda y número de parados. Hay que apuntalar el crecimiento volcándose en el exterior al tiempo que las Administraciones Públicas disminuyen su déficit presupuestario. No en vano, en tanto en cuanto siga generando déficits, el sector público se come todos los esfuerzos de amortización de deuda del sector privado y continúa elevando el endeudamiento con el exterior. Si bien es cierto que el BCE ha dado la señal de que avalará esta burbuja que nos sostiene en los mercados, se trata de una compra de tiempo que no podemos desaprovechar. La misión de este Gobierno debería consistir en pergeñar un gran pacto nacional por la exportación que ayude a cambiar de una vez para siempre el patrón de crecimiento. De lo contrario, corremos el riesgo de vernos abocados cada cierto tiempo a acometer una nueva devaluación interna, igual que ocurría cuando devaluábamos la peseta una vez tras otra. 

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