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El atentado de El Madrigal no procede del mechero

No hay conexión. Ninguna por más que busquen. El energúmeno que lanza un mechero a Cristiano en la cabeza es un imbécil superado por un arrebato de malentendida rivalidad deportiva y desprecio por el jugador agredido. Lleva un mechero al fútbol para fumar y no hay control de seguridad que se lo pueda confiscar. Luego, repentinamente cambia su uso de forma insensata y lo utiliza de objeto arrojadizo. Grave. El sujeto no debería poder volver a pisar un campo de fútbol y tendría que ver arañada su cuenta corriente con una multa. Al Atlético se le puede reprochar la escasa colaboración de sus ciudadanos para retener al idiota en el momento de la fechoría y de torpeza por no conseguir identificarle después a través de las grabaciones. La pequeña sanción de 600 euros es un pellizco simbólico (no es el culpable), pero no se puede interpretar maliciosamente como una invitación a reproducir el vandalismo. 

El suceso es tan reprobable como el del sábado pero no tienen nada que ver. Lo de Villarreal no es un impulso futbolístico y pasional. Es un atentado premeditado todavía no se sabe con qué fin. En el mejor de los casos, simplemente para hacer daño y dar la nota. El arma empleada, ese bote de gas lacrimógeno, no tiene un uso alternativo que sirva de coartada para llevarlo encima. No tiene más finalidad que ser lanzado. Muy grave. Muy serio. El delincuente que lo arrojó no debería tenerlo en su poder (primer defecto de seguridad: ¿cómo pudo conseguir el objeto?) ni haber superado los controles para introducirlo en El Madrigal (segundo defecto, éste del club). Preocupaciones mayores. También cabría el reproche porque las cámaras no identificaran al autor. Pero el Villarreal y sus espectadores fueron y son tan víctimas como el Celta y el fútbol en general del ataque.

El episodio obliga a detenerse. Es necesario conocer cómo ha podido pasar y tomar medidas para evitar que pueda repetirse. Incluso caben castigos una vez se depuren responsabilidades, pero nunca desenfocados de populismo. Todo el peso de la ley contra el culpable, sanciones para los negligentes, pero protección para los inocentes, que no pueden cargar con los pecados de otros. No empecemos otra vez a discutir con cierres de campo.

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