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Ancelotti no está para esto

Señalar a Undiano y sus equivocaciones es un artificio de distracción de manual, una fórmula que actúa de sedante en la calle y que libera de la autocrítica, pero el Madrid sabe que la verdadera responsabilidad del clásico la lleva dentro. Y que afecta directamente a su entrenador, que a estas horas está mucho peor considerado en los despachos y en las tribunas de lo que estuvo. Y que sigue perdiendo crédito ante los jugadores, cada vez más convencidos de que sus decisiones llevan carga política e influencia exterior. Ancelotti sale tocado.

Una protrusión la tiene cualquiera, pero Bale no está hoy para jugar en el Madrid. Y sin embargo, la jefatura del club supo lanzar el mensaje por los cauces ordinarios de que sería una gran noticia que el galés fuera titular en el Camp Nou. Las sospechas sobre su salud, el dinero invertido, el murmullo permanente, la mirada atenta de todo el planeta sobre el partido, convertían la presencia de Bale casi en una necesidad institucional. Y Ancelotti es el que decide, pero también sabe escuchar.

Por los cambios en la posición editorial de aquellos periodistas a través de los cuales se lee nítidamente el Madrid oficial, estaba claro desde el jueves dónde encontraría Ancelotti ese hueco para Bale que tanta ilusión haría en los despachos. Pero la salida de Benzema no implicó finalmente sólo una plaza libre en el once sino también una descolocación que salpicaba a Di María, el jugador más en forma del equipo, y a Cristiano, la gran estrella. Bale no sólo jugó fuera de forma sino fuera de sitio.

Luego estuvo la ocurrencia de Sergio Ramos como centrocampista, que sonó a paso atrás, a improvisación sin trabajar e incluso a debilidad de carácter. De las tres interpretaciones sale mal parado el técnico. Malo el defensivismo en sí de la idea, pero peor que el experimento no fuera previamente ensayado, que el central conociera la idea el viernes y sus compañeros tan sólo unas horas antes de comenzar el choque. Malo también que el presunto ardor y capacidad de mordisco que implicaba su presencia en la medular fuera en falso, que durante el primer tiempo el equipo jugara más a contemplar que a presionar. Pero lo que peor llevan los que obedecen a Ancelotti es la sensación de que no se atrevió a sentar a Pepe o Ramos, al que tuvo que forzar un sitio para no mandarle al banco con la entrada de Varane. El puesto con más candidatos en la plantilla lo ocupó el día clave un defensa reconvertido. Una forma de lesionar la autoestima de los mediocentros.

El Madrid sigue sin saber exactamente hacia dónde va. Ancelotti no da pistas de lo que pretende ni siquiera de si lo tiene claro. El sábado probó el enésimo plan, el once más raro de todos los posibles, y le salió mal. Cada día que pasa más grande parece quedarle esto. El Madrid hoy habla de árbitros, pero su conversación pendiente es de fútbol. Es ahí donde están sus males.

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