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El primer clásico de tres

Hay tanto en juego como de costumbre, pero menos ruido que nunca. O mucho menos que en el recién concluido trienio del alboroto. El sonido que desprende el Madrid es de confianza y fiesta. Exagerada por la propaganda hasta la deformación, celebrando los títulos antes de competirlos para no romper la tradición, pero convincentemente alegre. Y civilizadamente, sin faltar verbalmente al rival ni dejarse llevar por la altanería. Por ahí los miembros del cuerpo técnico y de la plantilla rara vez se equivocan. Luego el campo dirá otra cosa, porque ahí abajo actuará Pepe y su aparatosidad, incluso Xabi Alonso con silenciador, pero los blancos han contribuido decisivamente a que este clásico llegue sano y salvo. También el Barça, aunque más triste y necesitado. Casi desesperado. Se juega más, seguir con vida en la batalla por el campeonato. Pero tampoco ha perdido las formas. Sus debates son internos y su talante ha sido respetuoso al extremo con el gran adversario. Tanto que, al menos hasta que Alves y Busquets hagan de las suyas, incluso parece un clásico light.

Pero no lo es. Es mucho cartel, con Messi y Cristiano en pleno sprint, el cosquilleo habitual en todos los protagonistas y la mirada encima de medio planeta. El primer partido del siglo de 2014. Con una novedad, más allá de la baja conflictividad previa, ciertamente destacable. Por primera vez en años, pero muchos, desde que el dinero mal distribuido y la mercadotecnia dirigida raptó la Liga para la bipolaridad, el gran clásico tendrá efectos colaterales. Daños o beneficios para un tercero que estará pendiente. Otro equipo con más presencia de la del simple espectador, con intereses clasificatorios en el desenlace. Ya no es postularse a favor de uno en función de las filias y las fobias atemporales, sino atender a la reunión con la tabla de puntos en la mano. El Atlético, aunque jugará horas antes en el Villamarín (obligado a ganar, por cierto), se ha colado en la gran velada del fútbol español. Del resultado final también depende su destino. El clásico es cosa de tres.    

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