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Cultura

Las últimas palabras del Ché Guevara que nadie conoce

Ernesto Ché Guevara.

El próximo 14 de mayo se cumplen 50 años de la muerte de Ernesto Ché Guevara. Médico y guerrillero insurgente junto con Fidel Castro, el argentino asaltó el Cuartel Moncada en 1953, formó parte del Movimiento 26 de julio y se internó en la Sierra Maestra desde donde planeó el ataque al tren blindado que precipitó la caída del dictador Fulgencio Baptista. Aunque en un comienzo se dedicó al área económica del gobierno, partió en un viaje por Latinoamérica justamente con la intención de extender y promocionar la Revolución. Nunca regresó. Fue ejecutado en 1967 por el ejército boliviano.

Objeto de la cinematografía y la iconografía Pop –verbigracia Diarios de motocicleta-; héroe mudo convertido en pegatina de dictadores y adanistas, Guevara padece el síndrome de ser, a la vez, frívola prenda y un bien activo en el mercado de la polémica. Sin tumba conocida y encerrado en el mundo de los vivos, la sospecha es su mayor sarcófago.Las restricciones informativas impuestas por el régimen cubano en las últimas décadas y una tendencia siempre épica al momento de narrar su vida, hacen de Ernesto Ché Guevara un recurso renovable. Cualquier nueva pesquisa lo renueva, lo revaloriza. Su estatura de mito es, y sigue siendo, un cheque en blanco.

Después de Jorge Castaneda, una de las aproximaciones más interesantes ha sido la de Jon Lee Anderson , periodista de The New Yorker y autor de La caída de Bagdad, con el libro Ché Guevara. Una vida revolucionaria (Anagrama), una biografía en la que el reportero se proponía mirar al Ché lejos del mito. En aquella páginas, que conviene leer este año, Anderson ofrece a los lectores datos nuevos sobre la ejecución del Ché y arroja luces sobre el papel de los militares bolivianos y los agentes de la CIA en la ejecución de Guevara.

Anderson ofrece a los lectores datos hasta ahora desconocidos sobre la ejecución del Ché y arroja luces sobre el papel de los militares bolivianos y los agentes de la CIA

Jon Lee Anderson fue  a la caza del médico argentino que acompañó a Fidel Castro en el triunfo de la revolución cubana y lo hizo en un volumen de más de 700 páginas dividido en 3 partes y 30 capítulos a los que se incorporan dos apéndices de especial atención, entre ellos, una nota sobre las fuentes (las cuales pasan de 200 y se reparten entre Cuba, Argentina, México, Moscú, Bolivia, Paraguay, Reino Unido, Alemania y Washington) y en el que se despejan y abren por igual nuevas preguntas. Anderson cuenta con un testimonio de primera mano: Aleida March, la viuda del Ché, pero también con informes que arrojan luces –y nuevas sombras- al episodio de su muerte. El grueso de los hallazgos de ese libro están en Bolivia como destino político y final de un hombre que se había convertido en la figura internacional más potente de la Revolución Cubana y que emprendió su rumbo, con una milicia poco organizada y en condiciones militarmente poco fiables, a la selva boliviana.

Anderson fue el primero autorizado en consultar las notas que el teniente coronel Andrés Selich hizo después de la captura del Ché,

Anderson fue el primero autorizado en consultar las notas que el teniente coronel Andrés Selich hizo después de la captura del Ché, y en las que el militar revela partes de la conversación que tuvo con Guevara antes de que éste fuese trasladado al sitio donde fue ejecutado. La conversación, reproducida en el volumen, agrega nuevas preguntas alrededor del hecho histórico del asesinato, una ruta que Anderson construye, alimenta y enriquece desde Bahía de Cochinos como episodio histórico: la volatilidad y el escozor político que generaba la preponderancia del Ché en el contexto internacional de ese entonces. Esa cadena descriptiva, que Anderson adereza con a veces teatrales y crípticos pasajes narrativos, llega a su punto clave periodístico en el episodio Selich, el gran hallazgo de este volumen.

"Gary Prado, digno y cortés, y Andrés Selich con arrogancia, se aproximaron al Ché esa misma noche con la esperanza de interrogarlo. Volvieron a intentarlo al amanecer, pero el preso seguía encerrado en su mutismo"

Para contrastar, conviene una revisión de La Vida en Rojo, Una biografía del Che Guevara, (Alfaguara 1997), escrita por Jorge Castañeda y considerada por los estudiosos una de las más serias y sesudas dedicadas al argentino. En sus páginas, Castañeda apunta sobre Selich las siguientes referencias: "Gary Prado, digno y cortés, y Andrés Selich con arrogancia, se aproximaron al Ché esa misma noche con la esperanza de interrogarlo. Volvieron a intentarlo al amanecer, pero el preso seguía encerrado en su mutismo. Al día siguiente, cerca de las 6.30 de la mañana, arribó un helicóptero de Valle Grande con tres pasajeros: el piloto, el comandante Niño de Guzmán, el Coronel Joaquín Zenteno, jefe de la Octava División y el radio operador de la CIA enviado a Bolivia (Pág.. 487)”. Castañeda no reproduce ningún diálogo.

En el capítulo de la muerte, finaliza el comentario de Selich aún sin alusión alguna: "Los militares bolivianos que intercambiaron algunas palabras con él aquella noche -sobre todo Zenteno y Selich- murieron antes de que la sabiduría que confiere la edad pudiera garantizar la veracidad y precisión de su testimonio. Seguramente Ernesto Guevara enfrentó la muerte con el enorme coraje que forjó y acaricio durante su vida, y también con el miedo que sentiría cualquiera que amando la vida tanto como él se encuentra a punto de perderla." (Pág. 492).

Anderson enriquece el libro de Castañeda. Transcribe y reproduce exactamente cómo fue la captura e interrogatorio del argentino y establece unas posibles escenas específicas que permiten reconstruir el orden de los hechos en La Higuera

Anderson enriquece el libro de Castañeda. Transcribe y reproduce exactamente cómo fue la captura e interrogatorio del argentino y establece unas posibles escenas específicas que permiten reconstruir el orden de los hechos en La Higuera. Según llega a escribir el propio Anderson, según el informe de Selich, ninguno de los oficiales de La Higuera –incluidos Félix Rodríguez (CIA) y él mismo- estaba de acuerdo en la decisión de ejecutar a Guevara. Se narra, incluso, un episodio en el cual el propio Guevara le dice a Selich: “Fracasé. Se acabó, ésa es la razón por la que me encuentra así de deprimido”. Avanza Anderson en la descripción del diálogo, contrastado con los informes de los otros dos oficiales presentes (el capitán Prado y el teniente coronel Miguel Ayoroa), y agrega la frase proferida por Selich luego de que el Ché contestara con evasivas a la pregunta sobre por qué Bolivia como lugar para una invasión: "Mírelos coronel. Estos muchachos tenían todo lo que querían en Cuba, y sin embargo vinieron aquí a morir como perros".

"Mírelos coronel. Estos muchachos tenían todo lo que querían en Cuba, y sin embargo vinieron aquí a morir como perros"

Anderson detalla, también, los conflictos alrededor de cuáles agentes debían custodiar al Ché: "El 9 de octubre a las 6.15, un helicóptero aterrizó en La Higuera. Traía al coronel Joaquín Zenteno Anaya, al capitán Ramos, el agente de la CIA Félix Rodríguez". Narra Anderson, ya a partir del informe de Félix Rodríguez, que a las 12.30 llegó un mensaje del presidente Barrientos y del alto mando militar en La Paz para el coronel Zenteno Anaya, quien dio la orden a Selich de ejecutarlo. "Según los apuntes de éste –afirma Anderson- la orden era proceder a la eliminación del señor Guevara".

Aunque Miguel Ayoroa era el encargado de las ejecuciones, Félix Rodríguez dice haber sido él y no Zenteno Anaya quien recibió la orden de matar al Ché. Incluso, se demora Anderson en explicar que Rodríguez conversa con el Ché en varias oportunidades y lo fotografía antes de la ejecución. Deja claro Anderson que la ejecución del Ché ocurrió por separado de Willy y Pablo de Chang, quienes fueron ejecutados a la vez por "voluntarios" del ejército boliviano. Aún sin construir, pero servidas las piezas para un rompecabezas, Anderson nutre todavía con estos datos y le da musculatura a la ejecución, que describe  a partir de los diálogos reflejados en los informes militares y, por supuesto, los de la CIA. 

 Un detalle de la portada del libro de Jon Lee Anderson.

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