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Cultura

¿Y si en lugar de fútbol, Pedrerol hablara de libros?

Una captura de pantalla del especial de José Mota, en 2014. Convirtió 'El chiringuito de jugones' en uno de lectores.

Fue la última columna que Francisco Umbral (1932-2007) publicó antes de morir. Acaso reblandecido por la cercanía de su propio final, o quizá exhausto de las exigencias de la vocación, en aquel texto Umbral echaba de menos, con más acritud que melancolía, aquel Madrid en el que "los escritores iban de escritores por la calle"; ese tiempo en el que, así como una pintura visible y catalogable, existía también una cultura general o al menos una sensación de pudor ante la propia ignorancia. "Ahora, si quieres conocer una verdadera cultura tienes que irte al fútbol. En el fútbol en seguida se aprende algo y los más eruditos recurren al Marca (…) Es cuando se oye decir al obreraje: pásate, macho, el Marca con las alineaciones". No pensó Francisco Umbral que la frase se quedaría pálida, que su propia idea de catástrofe iría a peor. Si bien es cierto Marca sigue siendo la cabecera con más lectores en España (2.242.000), dista mucho de ser lo que hasta entonces. En diciembre de 2016, el deportivo cayó en sus ventas un 9.2% con respecto al mismo mes del año anterior, que ya traía consigo un desplome acumulado del 8%. La gente ya no lee ya ni siquiera las alineaciones.

"Pásate, macho, el marca", escribió Francisco Umbral en su última columna. Diez años después, la gente ya no lee ya ni siquiera las alineaciones.

La tertulia futbolística El Chiringuito de jugones tiene casi el mismo tiempo en la televisión que Umbral de muerto. Desde su creación en 2008, en aquel entonces con el nombre Punto y pelota, el programa conducido por Josep Pedrerol pasó de una cadena a otra, a la vez que consiguió aumentar su audiencia de un 3% al actual 6% (la media roza el 5.4%) en su franja horaria: de las doce de la noche hasta las tres de la mañana –la misma , por cierto, en la que a veces se trasmite ballet en la Dos–. Que los futboleros serios afeen este tipo de periodismo por su manifiesta incitación a la violencia y espectacularización de la información deportiva es más que comprensible. Por no hablar del exagerado madridismo, que incluso a los merengues nos resulta incómodo. Es cierto que el auge de las redes sociales y la crisis de la prensa en papel –hecatombe económica y de credibilidad– ha favorecido el adelgazamiento en las ventas de los tabloides deportivos, pero, sea cual sea la razón, una cosa queda clara: Umbral se equivocó. Porque hasta el Marca ha perdido lectores.

La tertulia futbolística El Chiringuito de jugones tiene casi el mismo tiempo en la televisión que Umbral de muerto... ¿Qué ha pasado?

El fútbol y la literatura comparten cierta atracción –¿recuerdan aquel relato de Horacio Quiroga, Juan Polti, half-back? –. De hecho, de un tiempo a esta parte todo columnista que se precie de tal debe escribir de fútbol, incluso aunque no sepa. Ya ni hablar de Javier Marías –el primero que llamó ‘cenizo’ a Mourinho- o de aquellas catedrales en la materia como Roberto Arlt, Manuel Vázquez-Montalbán o Eduardo Galeano, amén de Juan Villoro, Rodrigo Fresán o Edmundo Paz-Soldán, futboleros redomados. Los lectores debemos al buen periodismo deportivo las más hermosas y brillantes páginas de los últimos años. Cuando Santiago Segurola dirigía la sección de Deportes de El País, pidió a Enric González (que trabajaba como corresponsal en Roma) una columna semanal que dio origen a Crónicas del Calcio, un libro en cuyas páginas el periodista es capaz de explicar a la Juventus como la encarnación de poderío de la burguesía industrial o al Milan como una rara combinación de aristocracia y proletariado. Una radiografía de la sociedad italiana en las gradas del estadio de la Roma o del Nápoles. El periodismo deportivo, cuando está bien escrito, no tiene nada que envidiar a la literatura, aunque Umbral diga misa.

Que los lectores debemos mucho al fútbol es tan cierto como que no hemos sabido devolverle con libros, las horas de felicidad o drama que nos ha dado

Que los lectores debemos mucho al fútbol es tan cierto como que no hemos sabido devolverle con libros, las horas de felicidad o drama que nos ha dado. El fanatismo tertuliano, que huye de cualquier matiz y se decanta en las versiones sintéticas y sencillas de los hechos, tiene otras reglas. Unas cuya capilaridad es realmente pasmosa: su capacidad de irrigar la perpetua crispación. Pero… ¿qué ocurriría si ese formato fuera, por un día, sometido al truco del Caballo de Troya? Sí, ¿qué pasaría si en lugar de fútbol, Josep Pedrerol dedicara sus largas homilías a los libros? ¿Si en vez de discutir con Cristóbal Soria por CR7, Tomás Roncero lo hiciera, por ejemplo, por los prejuicios lingüísticos en el DRAE? ¿Y si la bronca se montara no por la renovación de tal o de cual jugador sino por la concesión del Nobel a Bob Dylan en lugar de a Leonard Cohen o… ¡Philip Roth!? ¿Qué ocurriría si todo ese fanatismo se volcara en los libros? ¿Discutiríamos quién es el ganador ya no del duelo Messi-Cristiano, sino del debate Francisco Rico- Pérez-Reverte?

Algo en Pedrerol delata que, de haber vivido en el Siglo de Oro, seguro él sería más del Quijote de Avellaneda que el de Cervantes

¿Qué pasaría, insisto, si Pedrerol se viese poseído por un raro espíritu y comenzara a recitar incontroladamente páginas de Risa en la oscuridad, de Nabokov? A veces, claro, hay que tener cuidado con lo que se desea. Quizá, imbuidos en ese espíritu de arena romana, la gente terminaría quedando para pegarse porque Proust es mejor que Joyce, en lugar de leerlos. Pero en todo esto hay un asunto más… Algo en Pedrerol delata que, de haber vivido en el Siglo de Oro, seguro él sería más del Quijote de Avellaneda que el de Cervantes. Resquemores a un lado, hay que decir que José Mota hizo un experimento parecido en el especial de Navidad de 2014, al parodiar la tertulia deportiva. La llamó Chiringuto de lectores. Resultaba tan hilarante como inverosímil ver a un Tomás Roncero y a un Hugo Gatti caricaturizados discutir por asuntos humanísticos y académicos. Pero Mota no ha sido el único que ha arrojado luz sobre la sequía lectora en el fútbol, incluso hubo quienes intentaron ponerle remedio. En su época en el Real Madrid, el diplomático Inocencio Arias puso en marcha una campaña para propiciar la lectura. Aparecía él, sentado en el banco de un campo de fútbol, leyendo El guardián en el centeno, de Salinger.

 Una imagen de la campaña de incentivo a la lectura, incluida en las memorias de Inocencio Arias.

No tiene sentido dar esquinazo intelectual al deporte, porque se convierte en terreno perdido. En el fútbol ha habido grandes lectores y divulgadores: Pep Guardiola es un lector voraz de Enrique Vila-Matas; el año en que recibió el Nobel, en 2010, Mario Vargas Llosa tuvo el saque de honor en el Bernabéu en un partido del Real Madrid contra el Valencia; Esteban Granero, antes de ‘desaparecer’ futbolísticamente, era un lector asiduo y hasta asistió a talleres de escritura creativa en el Hotel Kafka; con sus más y sus menos, Jorge Valdano hizo mucho para derribar los prejuicios literarios hacia el fútbol y viceversa; Miguel Pardeza, de aquella mítica Quinta del buitre, publicó una novela, Torneo (Malpaso)… Y ya ni hablar de la estrecha relación que tuvieron Albert Camus, Passolini o Miguel Delibes con el fútbol… ¿Por qué no delirar, al menos un día, con una discusión que tenga sentido? Es entonces cuando vuelve, como extinta reprimenda, aquel "Pásate, macho, el marca"de Umbral. Ni él ni nosotros pensábamos que las cosas podían ir a peor.

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