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Cultura

'El cuento de la criada' no es una fábula inocente: es una advertencia

Elisabeth Moss interpreta a Offred, la criada involuntaria de una poderosa familia de Gilead.

Nolite te Bastardes CarborundorumJune encontró la frase grabada a pulso sobre la pared interior de su armario cuando, en la desesperación propia de un largo encierro, se refugió en el habitáculo. Pero en su habitación no había ni libros ni conexión a Internet que le permitieran averiguar su significado. Por eso, tuvo que utilizar sus armas de mujer, flirteando con el Comandante para que éste consultara su diccionario de latín por ella. "No dejes que los bastardos te pisoteen". Ése era el mensaje, una traducción laxa de unas palabras que la criada que le precedió había dejado esculpidas como recordatorio.

Fue una cita de escolar bromista que, para la protagonista de nuestra historia, se convirtió en todo un alegato a favor de la resistencia, del aguante frente a los que querían rebajarla. Porque es en los ambientes más opresivos donde unas palabras, un pequeño gesto, pueden significarlo todo e incluso poner en juego tu supervivencia. Y de eso es de lo que va 'El cuento de la criada'. De la opresión y de la resistencia ante esa asfixia, especialmente cuando eres mujer. 

Bajo un título aparentemente banal se esconde una fábula con pocos visos de inocencia. La ficción de HBO basada en la novela de Margaret Atwood -también guionista y productora ejecutiva de la serie- no podría ser más oportuna en unos tiempos tan convulsos como los actuales, en los que conviene recordar que los derechos son volátiles y que no compensa sacrificar las libertades a cambio de una falsa seguridad. 

A pesar de tratarse de una distopía escrita en 1985, los temas que se abordan en esta ficción creada por Bruce Miller están en plena vigencia. 'El cuento de la criada' no sólo habla de discriminación y derechos civiles, sino también de democracia, libertad y hasta de la necesidad de proteger el medio ambiente -se nos presenta un futuro distópico en el que se han sucedido los desastres medioambientales y en el que la esterilidad se ha convertido en una plaga-. Concluir que la producción sólo gira en torno a la gestación subrogada no podría ser más simplista. 

La serie nos transporta a Gilead, un país ubicado en los antiguos Estados Unidos de América en el que un perverso totalitarismo teocrático se ha hecho con el poder y despojado de su vida y seres queridos a las únicas mujeres fértiles que quedan en el mundo para convertirlas en propiedad del Estado, instruyéndolas para ser esclavas reproductoras de los matrimonios de la oligarquía.

https://youtube.com/watch?v=X9HO210HEz8

Los totalitarismos no se instalan de un día para otro: son fruto de un largo proceso de opresión que empieza con la demagogia política y la instauración de determinadas actitudes sociales, que continúa con la anulación de la cultura y el arte y que, finalmente, desemboca en la subyugación y la supresión de las libertades. 

Es algo de lo que somos conscientes gracias a la delicadeza de la ficción que, a través de continuos 'flashbacks' y pequeñas escenas de la vida pasada de nuestra protagonista, nos muestra ese lento y doloroso proceso. Así, con los recuerdos de Offred siempre presentes -a la que han cambiado de nombre convirtiéndola en una mera posesión masculina-, se descubre que lo que antes era habitual en una sociedad moderna (como que haya libertad de movimiento o que todo el mundo tenga derecho a trabajar) se ha convertido en una excepción, aun habiendo protesta social de por medio (si los demagogos se han hecho con el monopolio de la fuerza y del Estado, ¿quién los va a detener?).

Y en esta tesitura, Elisabeth Moss (Offred) brilla inevitablemente. La joven actriz que se hizo popular encarnando a la Peggy Olsen de 'Mad Men' consigue cambiar de piel y ofrecernos una interpretación sin pegas que pasa por todos los estadios imaginables: desde la plenitud de su vida pasada hasta la rabia de verse presa de la falsedad para sobrevivir, pasando por la apatía, la venganza y la pura tristeza.

El poder del color

Cada capítulo de 'El cuento de la criada' nos envuelve en una atmósfera asfixiante en la que el horror también se palpa en la luz y el color. Se trata de un relato audiovisual tintado de simbolismo, en el que el rojo de las criadas pecadoras contrasta con la pureza del azul de las esposas de los dirigentes o la irrelevancia del beis de las empleadas del hogar.

Yvone Strahovski brilla en su interpretación de Serena Joy, la mujer del Comandante.

En este ambiente en el que todo está tan mimado -los planos, los contrastes, la música-, encontrarnos con grandes interpretaciones es más que una grata sorpresa. No sólo destaca Moss: también lo hacen Joseph Fiennes como el Comandante e Yvone Strahovski como su esposa.

Y mientras que al primer personaje le falta complejidad, el segundo resulta fascinante. Serena Joy es aparentemente el reverso de las mujeres oprimidas sobre las que tiene poder, pero una mirada más profunda nos descubre que tampoco es tan distinta al resto: al fin y al cabo, se trata de una mujer que, para el poder, solo tiene potestad para decidir sobre su maternidad y que ni siquiera cuenta con la posibilidad de leer una copia de su propio libro, ese que ayudó a instaurar el régimen que ahora la acalla.

La coralidad del elenco femenino también ayuda a comprender la perversidad del nuevo régimen, con actuaciones de éxito asegurado como la de la impecable Samira Wiley, conocida por 'Orange is The New Black', o la de Alexis Bledel, que demuestra solvencia tras estancarse durante años como Rory Gilmore.

Feminismo sin alardes

Lo extraordinario de 'El cuento de la criada' es su capacidad para lanzar un potente mensaje feminista y llegar a todo el mundo, ya que la universalidad del relato lo hace apto para todos. Además de bailar entre la distopía y el drama, el intrigante guion de la ficción de HBO engancha de manera dolorosa e inconsciente, haciendo transitar al espectador por una montaña rusa de emociones capítulo a capítulo. En Gilead todo se antoja irreal, pero también plausible; de ahí la punzada constante que se siente capítulo a capítulo y que, gracias a un guion milimétricamente cuidado, nos empuja a seguir visionando. Aunque duela.

En Gilead todo se antoja irreal, pero también plausible; de ahí la punzada constante que se siente capítulo a capítulo y que, gracias a un guion milimétricamente cuidado, nos empuja a seguir visionando. Aunque duela

Es un feminismo sin alardes y poco preocupado por hacer marketing con la causa. La némesis de lo que intenta transmitir 'Las chicas del cable' (demasiado obsesionada con la pose y el hacerse entender). Más allá de la cita en latín, no hay eslóganes ni mensajes obvios: la historia lo dice todo. La ficción se limita a mostrarnos cómo las mujeres serían las primeras oprimidas en un totalitarismo religioso, pero que nadie quedaría libre de sus garras: ni los propios hombres que se aventurasen a desafiar las normas de la teocracia, ni los homosexuales o todos aquellos que mostrasen una 'desviación de género' que pusiera en cuestión el 'orden natural' publicitado. Ni siquiera los niños, que acabarían presos de una realidad paralela. 

**Atención: a partir de aquí hay algunos spoilers**

En el universo creado por Atwood y magistralmente plasmado por la HBO, la culpa siempre recae sobre la mujer. Desde la lacra de esterilidad que ha enviado Dios para castigar su libertinaje -pese a que los varones también la sufren- hasta cualquier problema doméstico. Basta con comprobar el castigo físico que recibe Ofglen (Alexis Bledel) por estar enamorada de otra mujer y ser una 'traidora a su género'; la locura en la que se hunde Janine (Madeleine Brewer) tras arrebatársele a su hija después de un embarazo de usar y tirar; o el destino de Moira (Samira Wiley), a la que acaba resultándole soportable un prostíbulo como Jeazabel's frente a la posibilidad de acabar ejecutada o haciendo trabajos forzados.

Offred (Elisabeth Moss) y el Comandante (Joseph Fiennes) juegan una particular partida de Scrabble.

Y en una sociedad en la que la sexualidad se ha enrarecido y las mujeres están circunscritas únicamente a la reproducción, el amor y el disfrute -elementos que muchas veces damos por hechos- se convierten en una auténtica rebelión. La guinda a este levantamiento se plasma en el último episodio de la primera temporada, cuando la sororidad -primero en forma de cartas y después en un acto colectivo de oposición a lo macabro- aparece como una herramienta revolucionaria. Por ahora no han caído los muros, pero la esperanza se ha empezado a filtrar por ellos. Hulu ya ha renovado 'El cuento de la criada', así que solo queda esperar a una segunda entrega para comprobar si se derrumban.

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