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Cultura

Nicolás Sarkozy se vuelve 'culto' para permanecer en el Elíseo

Cuando llegó al Elíseo, en 2007, el presidente Nicolás Sarkozy no se distinguía precisamente por ser un lector inquieto, mucho menos un delicado cinéfilo o melómano de algún tipo. Lo suyo, decía, era la cultura popular. "Un hombre político que no mira la tele no puede conocer a los franceses", decía con sorna el recortado hombrecillo de trajes a medida y zapatos alzados con un diminuto tacón.

"Sólo le interesaban las películas de acción, y si era posible, estadounidenses. Su referencia era Salvar al soldado Ryan, de Spielberg", recordaba en las página de Libération el periodista y escritor Jerôme Garcin. "Lo reivindicaba, no tenía ningún sentimiento de culpabilidad al respecto", añadía el autor de La caída del caballo (1998).

Le han llamado maltratador del idioma, en varias oportunidades, por su mala conjugación verbal y la perpetración de distintos errores gramaticales al hablar. Y por si fuera poco, a su acostumbrado arrojo y capacidad de improvisación, se le atribuye el poco saber estar de los ignorantes, situación que queda patente en la confusión de conceptos tan elementales como religión y raza,  como sucedió hace pocos días, cuando afirmó que dos de los militares franceses asesinados por el islamista Mohamed Merah eran "sólo musulmanes de apariencia", pues, en realidad, eran católicos. Como si todos los musulmanes tuviesen que tener, obligatoriamente, aspecto árabe.

"Su inmersión en los clásicos es compulsiva, con sesiones de hasta 15 películas seguidas de Hitchcock".

Sin embargo, más allá de lo que podría ser un amplísimo catálogo de infelices errores, Sarkozy luce más dispuesto a volver sobre sus palabras y a leer al Proust y al Mallarmé de los que renegó. Para muchos, el refinamiento de tales modos tiene dos causas: la primera, el empeño de su esposa, la ex modelo y cantante Carla Bruni, cuyas sensibilidades superan a las de su marido, y en segundo lugar, las duras exigencias electorales en la carrera hacia la presidencia, que demandan de Sarkozy algo más de esfuerzo e imaginación.

Antes de Sarkozy, todos los presidentes de la Quinta República -fundada por el general Charles de Gaulle en 1958- tuvieron una sólida formación clásica. Por ejemplo, François Mitterrand había hecho de la historia, la geografía y la cultura, una de las llaves de la comprensión de los pueblos. Sarkozy ha tenido que ponerse a la altura de lo que ha dejado, digamos, aparcado durante unos cuantos años:  ha devorado a DostoievskiFlaubert, Balzac, Maupassant;  intenta completar el cine de Dreyer, leyó La cartuja de Parma y a Stefan Zweig.

Para muchos, especialmente para humoristas y contendores políticos, esta reciente afición de Sarkozy por la cultura no deja de ser una maniobra electoral. El mundillo culturalse ha mostrado casi siempre receloso frente al presidente Sarkozy, que ahora intenta hacer méritos para ganarse a la intelligentsia. Hay quienes especulan, y hasta se mofan de que su inmersión en los clásicos la estaría haciendo de forma compulsiva, con sesiones monotemáticas de hasta 15 películas seguidas de Hitchcock. Igual habría hecho con Rossellini o Lubitsch.

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