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Cultura

La relación de los políticos con la moda. Cómo se visten y porqué.

Hay un lenguaje, una psicología y un protocolo del vestido. Ya lo dice el lugar común, toda estética exhibe una ética. Quien a estas alturas piense que el ropaje es una nimiedad incurre en la misma necedad de quienes le otorgan excesiva atención. De lo contrario, podría preguntársele a Francisco Camps: un ejemplo de la delgada línea que divide la sintonía entre lo que se dice de lo que se viste. ¿La mujer del César no sólo debe de ser honesta sino también parecerlo?

Consciente de lo poco –y lo mal- que se ha tratado este tema en España, la periodista Patrycia Centeno ha escrito un magnífico ensayo titulado Política y moda. La imagen del poder (Península, 2012). A lo largo de sus páginas, Centeno combina datos, anécdotas y aspectos históricos con la misma elegancia y originalidad con que combina un anillo exagerado con la sobria blusa que viste esta mañana durante esta entrevista.

Nada queda sobrentendido en las páginas de Política y moda. Sin caer en la tentación de lo enciclopédico, Centeno se permite lo histórico a través de una prosa periodística ágil. Con ella, el lector se pasea por el Antiguo Egipto donde ya se indicaba la pertenencia a un determinado rango social mediante el tejido del vestido; incluso se refiere a la edad media, en la que las rivalidades podrían librarse, también, entre los armarios, verbigracia, la batalla estilística entre Enrique VIII de Inglaterra, Francisco I de Francia y Carlos I de España. Se dice, incluso, que Isabel I llegó a reunir más de 3.000 vestidos, sin contar la ostentación, extravagancia y desatinos del guardarropa y las joyas de María Antonieta –en el contexto de los excesos de su Corte- que terminaron llevándola a la Guillotina.

Al entrar en materia, Centeno entra toca la política española, pasa de describir cómo una cierta clase política nacida de la transición hacia la democracia, utilizó la vestimenta para encarnar, en la ropa, la simbología de una sociedad que se abría hacia nuevos valores: “El suéter cuello alto de Adolfo Suárez, las coderas de Felipe González, la chaqueta de lana con cremallera de Marcelino Camacho –en sustitución del temido uniforme militar- son sólo algunos de los ejemplos que se registraron”, escribe Centeno.

A diferencia de la década de los ochenta, donde las ideologías buscaban diferenciarse, los tejidos delicados –las sedas, gamuzas, trajes sobrios y conservadores- para la derecha y los otros más resistentes y toscos –la pana, el vaquero- para la izquierda, hoy “en su afán de centro” y en lo que Centeno considera “su falta de mensaje”, los políticos han descuidado su imagen, “confundiéndose unos con otros, y es lo peor que se puede hacer, la política busca diferenciarse”.

“El Felipe González que usaba coderas y apostaba por la pana en los 80 era rupturista, acompañaba su discurso con una imagen, una indumentaria. Cuando Tomás Gómez lo intentó en las primarias en que ganó a Trinidad Jiménez apareció con un cuello alto y una americana de pana, justamente para resaltar que él volvía a la fuente original de la izquierda y que el resto eran unos burgueses”

-Pero le ocurrió un poco esto de … “no hay nada peor que una imagen nítida para un discurso borroso"

-Cuando alguien tiene las ideas claras, cuando tiene algo qué decir y habla bien, su imagen podría ser secundaria, pero cuando no tienes nada qué decir, por muy buena que sea tu imagen o la que intentas construir, se vuelve en tu contra.

-En ese escaparate político de personalidades que necesitan diferenciarse entre sí  ¿cómo ‘viste’ su mensaje Esperanza Aguirre?

-Esperanza Aguirre es de la que mejor sabe hacerlo. Ella coloca un mensaje y sabe muy bien qué hacer para centrar la atención en él. Cuando quiere que la escuchen adapta su vestimenta y cuando no quiere que la escuchen, coloca algo que distraiga, una chaqueta con estrellas al estilo del de la comunidad de Madrid. Se cuida mucho, además. Es muy consciente de cómo es políticamente y de adónde quiere llegar. Ella sabe que la gente no quiere verla cambiar de modelos todo el tiempo, por eso conscientemente repite algunos vestidos, cuando sabemos perfectamente que le encantan los zapatos y que  pueden comprarse todos los que quiera.

-¿Quién sabe capitalizar políticamente su aspecto del lado masculino?

-Sin duda, Durán i Lleida. Me explico, la moda es un sistema que tiende a la caducidad, que busca justamente que unas tendencias pasen para dar cabida a otras. La política busca, en cambio lo contrario, busca dejar mensajes que permanezcan …

-¿Y en ese aspecto, qué hace Lleida?

- Dentro de su estilo conservador sabe manejarse. Es un hombre lo suficientemente seguro de su discurso para sin, ningún problema, agregar unas gafas estridentes o rojas, que crean un punto elegante en su forma de vestir. Lleva gabardinas. Lo que quiero decir es que tiene la seguridad suficiente. Un poco como le ocurría a Steve Jobs, que tan sólo con un vaquero y una camiseta negra le bastaba para llegar a ser uno de los hombres más poderosos. En ese caso, la vestimenta transmite lo que el personaje es…  

-Hablemos de la estética -algo ladrillera, algo hortera también- de la corrupción. Ese gusto por el anagrama, por el traje ceñido, algo mafioso, algo gansteril… un perfil tipo Camps, quizás. O los bolsos de Rita Barberá.

-La ostentación no se entiende en política, pero no sólo en crisis. Si estuviésemos en un momento de bienestar económico, el exceso en un político actúa también como una provocación incluso como un distractor y les convierte, por supuesto, es un objetivo visible y en objeto, justificado, de señalamiento. Lo que dices, el Anagrama inmenso de las marcas de lujo, la ostentación, el diferenciarse por un asunto estrictamente asociado a la marca, al poder pagarla.

-Toca usted y documenta en su libro el tema indumentaria-coherencia.Habla  de la afición de Ana Botella por las pieles siendo concejala de Ambiente, pero también de muchos otros ejemplos, entre ellos los de algunos sindicalistas

-Sí, hablo de la bufanda de la marca de lujo Burberry’s de José Ignacio Toxo, el líder de CCOO.

-¿No le parece exagerado acusar a una persona por vestir una prenda que tampoco es un Louis Vuitton?

-No se trata de eso, sencillamente, un líder sindical, que representa los intereses de un colectivo específico y además, a más de cinco millones de parados, por qué escoge justamente una prensa elitista, que no le conecta y que más bien le aleja de su discurso. Es como Marcelino Camacho, a quien le enloquecen los relojes, les colecciona y tiene entre ellos un rolex. Ocurre lo mismo con Ana Botella, entonces concejala de ambiente ahora alcaldesa de Madrid, que usaba pieles de animales estando al frente de la concejalía. José Luis Rodríguez Zapatero, con sus cinturones Hermés.

-Parece inevitable, sin embargo, pensando en los casos de los posados del Gabinete de Zapatero en 2008 para Vogue, o el de Soraya en 2009, para Yo Donna, que el debate moda tenga un sesgo femenino que frivoliza tanto al tema como al personaje… Incluso ocurre con la misma Letizia Ortiz, de quien se habla más pro lo que viste que lo que hace.   

-Eso es cierto. Las mujeres están mucho más expuestas a este tipo de comentarios que los hombres y hasta cierto punto es normal. Culturalmente, está asimilado o estamos mucho más acostumbrados a ver ‘primeras damas’. Nadie sabe quién es o cómo se llama el esposo de Mekel. No así con Carla Bruni o la misma Letizia. Ese papel está caduco. Y ene se sentido, con respecto a la vestimenta, las mujeres políticas deben tener mucho cuidado, que no caigan en el error de ser primeras damas.

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