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Cultura

Las muchas muertes de Günter Grass, el escritor que redobla y estremece

El escritor Günter Grass.

El alemán Günter Grass (1927-2015), premio Nobel de Literatura en 1999, ha sido uno de los escritores más polémicos del siglo que le tocó vivir. Su muerte, ocurrida este lunes en la ciudad de Lübecker, según ha informado su editorial, ha puesto punto y final a la vida de un escritor que acumuló entusiastas lectores y no pocos detractores.

Su obra estuvo siempre vinculada al debate y la polémica; al complejo gesto de afirmar y desdecir. Vida y obra: ese barranco inmenso por el que no pocos se despeñan. La mezcla entre realidad y ficción; reflexión política e interpelación individual y colectiva, le hizo merecedor del Premio  Nobel y el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Poco antes de su muerte, en 2012, el alemán publicó un durísimo poema contra el Estado de Israel. Entonces Bernard Henri-Lévy le acusó de senil y necio fascista. Aquel episodio fue bautizado por el filósofo francés como su primera muerte. Y puede, en el fondo, que así fuese.

Convertido con el paso de los años en una figura de peso político e intelectual, Günter Grass desarrolló en su obra, desde muy pronto, la rara propiedad de demoler y estremecer. El tambor de hojalata -su primera novela, publicada en 1959- fue, en opinión de muchos, el libro que cambió el rumbo de la literatura alemana de la posguerra. Ésta, junto con El gato y el ratón yAños de perro forma la llamada Trilogía de Danzig

"Sólo tenía unos doce años cuando supe con seguridad que quería ser artista", aseguró en Oslo.

Aún antes de su publicación, cuando el autor leyó algunos apartes del manuscrito en un congreso del célebre Grupo del 47, la novela fue recibida con entusiasmo. Sin embargo, en medio del ambiente pudibundo de los años cincuenta alemanes hubo reacciones negativas. Grass fue acusado entre otras cosas de pornógrafo y blasfemo.

El tambor de hojalata  está protagonizado por Oskar Matzerath, un niño que se resiste a crecer porque la sociedad pequeñoburguesa del nazismo no le gusta. Vulnerable, enamorado siempre de alguna mujer a la que idealiza y  acaso un superdotado obsesionado por el sexo, Oskar Matzerath está convencido de que su apariencia física a los tres años es ideal, y por eso decide detener su crecimiento. Inseparable de su tambor, Oskar escapa a la guerra  acaso redimido por su talento musical, una especie de alegoría a la creación que se alza clarísima en la novela.

Al escuchar su discurso de aceptación del Nobel, un hilo remoto parece unir fuertemente al escritor con el pequeño Mazterath. Ambos parecían golpear el tambor, para salvarse de algo peor: "¿Cómo me convertí en escritor, poeta, dibujante... todo a un tiempo, sobre un papel espantosamente blanco? ¿Qué orgullo diletante y desmesurado pudo empujar a un niño a tal extravagancia? Porque sólo tenía unos doce años cuando supe con seguridad que quería ser artista. Eso fue cuando, en nuestra casa, muy cerca del suburbio de Danzig-Langfuhrt, comenzó la Segunda Guerra Mundial”.

"Lo que, por amor, no le había ahorrado a mi país, fue leído como si ensuciara mi propio nido"

Grass fue consciente, siempre, de los efectos que su narrativa produjo en quienes le leyeron. "Con la publicación de mis dos primeras novelas El tambor de hojalata y Años de perro y de la novela corta intercalada El gato y el ratón aprendí pronto, siendo un escritor todavía relativamente joven, que los libros causan escándalo y pueden provocar cólera y odio. Lo que, por amor, no le había ahorrado a mi país, fue leído como si ensuciara mi propio nido. Desde entonces se me considera controvertido. Aquí me encuentro, por lo que se refiere a escritores malditos enviados a Siberia o a algún otro lado, en muy buena compañía. No deberíamos quejarnos de ello. Más bien deberíamos considerar estimulante ser permanentemente controvertidos y adecuado también al riesgo de la profesión que hemos elegido", dijo, no sin resabios, en Oslo.

Tallar poesía en lápidas, alzarse con una obra

Günter Grass recibió una sólida formación como escultor y dibujante, pero nunca llegó a acabar el bachillerato. Fue autodidacta: lector, amante de la Historia y con un gran conocimiento de los autores alemanes. Durante la Segunda Guerra Mundial, fue ayudante de artillería antiaérea y luego soldado -un episodio sobre el que arrojaría luz en 2006, no sin polémica-. Finalizada la contienda, trabajó en el campo como peón y en una mina de potasio como minero.

A finales de los años 40, se convirtió en tallista de lápidas sepulcrales, pero posteriormente ingresó en la Academia de Bellas Artes de Düsseldorf, donde aprendió, sobre todo, escultura. En esta época, también formó parte  de un grupo de jazz . En Berlín se convirtió en alumno de Karl Hartung y comenzó a escribir poesía. En esa época, como dice Grass, sus dibujos y poemas se alimentaban de una misma tinta.

En los años 50 y 60, adquirió una serie de convicciones que vertebraron su obra: el mito de Sísifo (la piedra que hay que empujar por la pendiente, aun sabiendo que nunca se quedará arriba); la crítica a Hegel y a Heidegger, así como el entusiasmo por Nietzsche y Schopenhauer. Testigo de su época, escribió una amplia obra ensayística que reúne títulos como El burgués y su voz (1974), Alemania: una unificación insensata (1990), Escribir después de Auschwitz (1990), Discurso de la pérdida (1992) y De Alemania a Alemania (2009).

Grass también produjo una  amplia obra como dramaturgo:  Faltan veinte minutos para Buffalo (1958) y Los plebeyos ensayan la rebelión (1966). Entre su obra poética destacan Últimos bailes (2003), Lírico botín (recopilación, 2006) y Payaso de agosto (2007). Otras obras destacadas son Sacar la lengua (1988), Madera muerta (1990), Hallazgos para no lectores (1997), Acuarelas (2001) y Cinco decenios (2001).

Pelar cebolla, guisar la culpa...

La polémica  persiguió siempre a Günter Grass. En 2006, con la publicación del primer volumen de sus memorias, Pelando cebolla, el autor sorprendió al mundo al confesar que se había alistado a los 17 años en una división acorazada de la Waffen-SS, el aparato militar de la organización nazi SS fundada precisamente el 4 de abril de 1925. Los SS, cuerpo de élite del régimen de Adolf Hitler, perpetraron buena parte de los crímenes alemanes durante la Segunda Guerra, tanto en el frente como en los campos de concentración o de exterminio. El escritor, que se alistó unos meses antes del final de la guerra y ocultó su pasada militancia durante 60 años, aseguró sin embargo, que él no disparó “ni un solo tiro”.

"Es verdad que durante mi adiestramiento en la lucha de tanques, que me embruteció durante el otoño y el invierno, no se sabía nada de los crímenes de guerra"

"Es verdad que durante mi adiestramiento en la lucha de tanques, que me embruteció durante el otoño y el invierno, no se sabía nada de los crímenes de guerra que luego salieron a la luz, pero la afirmación de mi ignorancia no podía disimular mi conciencia de haber estado integrado en un sistema que planificó, organizó y llevó a cabo el exterminio de millones de seres humanos. Aunque pudiera convencerme de no haber tenido una culpa activa, siempre quedaba un resto, que hasta hoy no se ha borrado, y que con demasiada frecuencia se llama responsabilidad compartida. Viviré con ella los años que me queden, seguro", escribió el autor alemán.

Seis años más tarde, en 2012, volvió a avivar la polémica, cuando criticó duramente a Israel de poner en peligro la paz en el mundo. El tema judío, un tema inflamable en una Alemania que aún todavía intenta purgar la culpa del exterminio de judíos durante el régimen nazi, estalló cuando Gräss publicó el poema Was gesagt werden muss (Lo que hay que decir):

"(...) El silencio general sobre ese hecho,

al que se ha sometido mi propio silencio,

lo siento como gravosa mentira

y coacción que amenaza castiga

en cuanto no se respeta;

“antisemitismo” se llama la condena.

Ahora, sin embargo, porque mi país,

alcanzado y llamado a capítulo una y otra vez

por crímenes muy propios

sin parangón alguno,

de nuevo y de forma rutinaria, aunque

enseguida calificada de reparación,

va a entregar a Israel otro submarino cuya especialidad

es dirigir ojivas aniquiladoras

hacia donde no se ha probado

la existencia de una sola bomba,

aunque se quiera aportar como prueba el temor...

digo lo que hay que decir.

¿Por qué he callado hasta ahora?

Porque creía que mi origen,

marcado por un estigma imborrable,

me prohibía atribuir ese hecho, como evidente,

al país de Israel, al que estoy unido

y quiero seguir estándolo.

¿Por qué solo ahora lo digo,

envejecido y con mi última tinta:

Israel, potencia nuclear, pone en peligro

una paz mundial ya de por sí quebradiza? (...)"

Aquel texto le valió las durísimas críticas de muchos intelectuales, entre ellos Bernard Henri-Lévy, quien aseguró que aquellos versos cavaban la tumba de la que sería " la primera muerte de Gunter Grass". Y así lo escribió, sin reserva ni metáfora alguna.  "El pasado del propio Grass. La revelación que hizo hace seis años cuando contó que, a los 17 años, se alistó en una unidad de la Waffen SS. ¿Cómo no pensar en ella hoy? ¿Cómo no relacionar las dos secuencias? ¿Acaso no queda patente el vínculo entre esto y aquello, entre el burgrave socialdemócrata que confesaba haber hecho sus pinitos en el nazismo y el miserable que ahora declara, como cualquier nostálgico de un fascismo convertido en tabú".

A Grass se le consideró  una autoridad moral y política en Alemania, por su compromiso constante tanto con el pasado reciente de su país, así como por su capacidad de entrar en cualquier controversia, social o de otra índole, fuese histórica o de actualidad. Respaldó la política del Partido Socialdemócrata (SPD) en tiempos del canciller Willy Brandt - uno de los primeros líderes de izquierda en la Alemania Occidental a favor de una reunificación rápida y pública de Alemania-, y, aunque luego se apartó de la línea de esa formación, por considerarla demasiado centrista, apoyó sucesivas campañas electorales, incluida la que llegó al poder a Gerhard Schröder (1998-2005).

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