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Cultura

Philip Roth, un príncipe en la corte de Pynchon, Updike y Norman Mailer

Quizás a Philip Roth, el autor galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2012, más que a ningún otro escritor,  no le falten incómodos latiguillos que la prensa repite, bobalicona, en las entradillas de sus noticias.  Cosas del tipo  “el eterno candidato al Nobel” –que no le han dado, la verdad sea dicha-… Lo que sí es cierto es que Roth está por encima del repertorio de algunas sandeces recurrentes, incluyendo ésta.

Desde que en 1959 publicara Adiós Columbus, la polémica y el éxito han marcado su carrera como la de ningún otro autor. A raíz de la publicación de ese volumen de historias de  judíos-estadounidenses que  abandonaron los guetos de sus padres y abuelos para ir a la universidad, trabajar y vivir en los suburbios, la crítica literaria se fijó rápidamente en el joven autor, tanto que el libro obtuvo el National Book Award de 1960.

Nueve años después,  las confesiones sobre el desasosiego y  frustraciones sexuales de Alexander Portnoy –un hombre proveniente de la clase media judía de la Nueva Jersey de los años 40-   le valieron a Roth los ataques de rabinos y feministas, los primeros le llamaron judío antisemita y las segundas misógino. En El lamento de Portnoy (1969) Roth se reía, a carcajadas, no sólo de las costumbres judías sino también del sueño americano. Y lo hacía a su manera, sin pelos en a lengua.

"Su chorro de creatividad es casi shakespeareano", declaraba a finales de los noventa el crítico Harold Bloom.

Según el acta del Jurado del Premio Príncipe de Asturias, Philip Roth forma “parte de la gran novelística estadounidense, en la tradición de Dos Passos, Scott Fitzgerald, Hemingway, Faulkner, Bellow o Malamud. Personajes, hechos, tramas que conforman una compleja visión de la realidad contemporánea que se debate entre la razón y los sentimientos, como el signo de los tiempos y el desasosiego del presente. Posee una calidad literaria que se muestra en una escritura fluida e incisiva”.

Después de practicar en El lamento de Portnoy una escritura que él mismo calificó de “ofensiva” –hecha para liberarse de “su educación literaria”-, los títulos que publicó en la siguiente década de la mano de su alterego Nathan  Zuckerman -en nueve de sus novelas- tensaron la frontera entre realidad y ficción, tal y como ocurrió en El escritor fantasma; ésta tendría su punto de eclosión a mediados de los ochenta con La contravida. “Me sentía expansivo cuando escribía y las palabras llegaron”, comentó sobre esa época.  

A diferencia de John Updike, el cronista de la clase media americana, Philip Roth concentró su energía en una ficción rabiosa y polémica.  En su obra ha abordado y descrito  la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial o el macartismo. "Su chorro de creatividad es casi shakespeareano", declaraba a finales de los noventa el crítico Harold Bloom.

Su obra literaria está compuesta por más de treinta títulos. Para algunos,  la verdadera destreza del  autor de El teatro de Sabbath (1995), Pastoral Americana (1997) y La mancha humana (2000) está en su capacidad para hacer que el lector permanezca con los ojos abiertos ante los momentos más desagradables de la existencia cotidiana. Lo hace en Patrimonio (1991), cuando el narrador se convierte en testigo de la agonía y muerte de su padre. Lo hace, en distintos momentos de su obra, con la enfermedad o la vejez.

Para la crítica norteamericana, a partir de La mancha humana (2000) y de otros títulos como títulos como El animal moribundo, La conjura contra América, Everyman, Sale el espectro, Indignación y Humillación, Philip Roth, en lugar de recurrir a lo mejor de su escritura, parecía comenzar a repetirse. Esa era la idea de fondo que compartían las columnas de libros hasta la llegada de octubre de 2010, cuando se publicó  Nemesis, la que para muchos fue, con diferencia, una de sus mejores obras.

A diferencia de John Updike, el cronista de la clase media americana, Roth concentró su energía en una  ficción rabiosa y polémica

Con ésta, cerraba Roth el ciclo de cuatro novelas cortas que había comenzado con Elegía, título con el que regresó, nuevamente, al escenario de su infancia. El tema de la novela es la epidemia de polio que asoló Estados Unidos durante el verano de 1941. En sus páginas, Roth retoma el tema de la peste, tratado por Daniel Defoe y Albert Camus.

El trasfondo, en este caso, es la II Guerra Mundial, con sus atrocidades, resumidas en un momento de la lectura –volvemos, de nuevo, a la obligación de los ojos abiertos- en una imagen tan literaria como terrible, donde Roth explica cómo cavar una tumba; una estampa en la que reparó además J.M. Coetzee como una lección tanto de vida como de muerte, y a la que se refirió como una especie de credo en el que Roth, afrontando la muerte, ve la posibilidad de aprender a vivir, únicamente, a través de la escritura.  

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