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Cultura

Desmontar el fenómeno Stéphane Hessel: del buenismo al (casi) panfleto de izquierdas

La izquierda francesa –Hollande el primero- ha recibido con pesar la muerte del escritor y diplomático Stéphane Hessel cuyo nombre saltó, exactamente hace dos años, a las estanterías y las páginas de la prensa con un manifiesto de 32 páginas que llamaba a la rebeldía de la juventud. ¡Indignaos! vendió más de cuatro millones de ejemplares y completó su épica con Comprometeos.

Las sesenta páginas de la edición española de ¡Indignaos!, publicada por Destino, incluyeron un prólogo de José Luis Sampedro. Fue, sin dudarlo, el superventas de una primavera en la que los movimientos árabes ya habían hecho su aparición, mientras en España el 15-M convirtió los postulados del francés en misario de la Puerta del Sol.

"La dictadura internacional de los mercados financieros amenaza la paz y la democracia", escribía Hessel entre llamadas a la rebeldía y la insurrección pacífica. El texto se convirtió para algunos lectores críticos en un compendio de adoquinazos de buenismo y progresía. Sus afirmaciones, sustentadas en el marxismo, el existencialismo o la recuperación del nacionalismo francés, revelaron a un autor que, en esencia, no aportó nada nuevo, excepto el hecho de convertirse en un texto que recogía un malestar específico en un momento concreto.

"Yo creo que Hessel no es nadie", afirma Arcadi Espada, para quien ¡Indignaos! no puede incluirse, siquiera, en la tradición francesa del panfleto. "Empezando por el hecho de que el panfleto, como género, tiene algunas características, entre ellas la necesidad de ser original e ¡Indignaos! no lo es", fustiga el escritor y periodista, quien piensa que la sustentación ideológica de Hessel se basa apenas en un "marxismo de cuarta división".

La opinión de Espada es compartida por el filósofo y escritor Fernando Savater, también consultado por Vozpópuli. Savater  valora ¡Indignaos! más como un "artículo de periódico largo" o "una llamada de atención" que como un manifiesto. La verdadera curiosidad de Hessel, según Savater, radica no en lo que dice, sino en el efecto que produce. "Es un texto esquemático e intelectualmente muy sencillo. Lo verdaderamente raro de éste ha sido su impacto".

¿Una vida o una obra?

Uno de los aspectos que dio a Hessel la plataforma de su apostolado fue el apoyo de unos medios de comunicación que vieron en él a una figura romántica. Aunque adoptó la nacionalidad francesa, Hessel nació en Berlín, en 1917, el año de la revolución soviética, según le gustaba decir. Procedía de una familia judía convertida al luteranismo que se instaló en París, en 1925, cuando Hessel tenía 8 años. Sus padres, Franz Hessel y Helen Grund, ambos artistas, vivieron un trío amoroso con el también escritor Henri-Pierre Roché, que acabaría dando origen a una de las películas más célebres del cine francés, Jules et Jim (1962).

Nada más comenzar sus estudios universitarios lo movilizaron, y dos años más tarde se unía a la Resistencia francesa contra el nazismo -experiencia en la que sustentó buena parte de su ideario-. Al poco se unió al ejército del general De Gaulle. En 1944, Hessel fue apresado por la Gestapo y conducido al campo de concentración de Buchenwald. Una vez acabada la guerra se incorpora al cuerpo diplomático francés, colabora con la ONU y en 1948 se convierte en uno de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Sus credenciales vitales le dieron una cierta sustancia política y también visibilidad pública. En 1977 asumió el cargo de embajador de Francia ante la ONU, convirtiéndose en un notable defensor de las causa palestina contra las actuaciones del estado de Israel. Veinte años más tarde, con ochenta años, publicó su autobiografía en la editorial Seuil, un libro titulado Danse avec le siècle (Mi baile con el siglo) en el que condensó la narración de acontecimientos personales con una prosa impregnada de ideas de izquierda y europeísmo.

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