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Cultura

Kertész: el Nobel que hizo de la escritura y la memoria una forma de libertad

El Premio Nobel de Literatura 2002, Imre Kertés, quien ha muerto este jueves, a los 86 años.

El premio Nobel de literatura húngaro de origen judío, Imre Kertész (1929-2016), murió este jueves en su casa de Budapest a los 86 años de edad. Kertész se convirtió en 2002 en el primer escritor húngaro galardonado con el Premio Nobel de Literatura, por sus novelas y ensayos en los que ha plasmado la experiencia del que sobrevive. Nacido en 1929 en Budapest, Kertész vivió y trabajó en Hungría y también en Alemania. El comité Nobel dijo que la obra de Kertész "conserva la frágil experiencia del individuo frente a la bárbara arbitrariedad de la historia". Kertész es autor, entre otras, de Sin destino (1975), El fracaso (1988) y Kaddish por el hijo no nacido (1990), el escritor también fue un renombrado traductor al húngaro de obras en lengua alemana, como las de Elias Canetti, Sigmund Freud, Hugo von Hoffmannstahl, Friedrich Nietzsche, Joseph Roth y Arthur Schnitzler.

A los 15 años fue recluido en el campo de Buchenwald. Sobrevivir no fue suficiente fortuna y carga: salió del horror del nazismo para padecer la cárcel de las dictaduras comunistas

La libertad, en su caso, parecía haberle sido arrebatada para no volver jamás. A los 15 años fue recluido en el campo de Buchenwald. Pero sobrevivir a aquello no fue suficiente carga: salió del horror del nazismo para padecer la cárcel de las dictaduras comunistas que se expandieron en la Europa del Este tras la segunda guerra mundial. Dedicó una vida entera, dentro y fuera de la literatura, a pensar ese cautiverio: el que sufren los hombres y mujeres a manos de otros. La suya es una de las voces fundamentales del Holocausto junto a la de Primo Levi (1919-1987) con su trilogía sobre Auschwitz, que arranca con Si esto es un hombre (Península) o Elie Wiesel (1928) con La noche, el alba, el día (El Aleph).  La memoria, la necesidad del testimonio y la recuperación de vivencia del horror son los motores de la obra de Kértez, a quien se refieren muchos como el penúltimo testigo del Holocausto.

Kertesz fue un autor tardío. Trabajó como periodista en medio de la férrea censura comunista. Su producción literaria en ese momento fue irregular: guiones de radio, vodeviles y otras piezas sueltas. No sería hasta 1975 con Sin Destino (Acantilado) –la primera entrega de su trilogía sobre la supervivencia - cuando comenzó a escribir sobre los campos de concentración. La novela no tuvo ninguna repercusión, entre otras cosas porque los censores así lo procuraron. Diez años después, en 1985, alcanzó el reconocimiento de  la crítica y el público. "Siempre seré un escritor húngaro de segunda fila, ignorado y malinterpretado", decía Kertesz, a quien parecía quitarle más el sueño la trascendencia de lo que contaba que su gloria literaria. A partir de su primer libro, su obra estuvo atravesada por una profunda interrogación ética sobre la que planea la sombra de los totalitarismos del siglo XX.

"Hay cosas que están por desvelarse del siglo XX. Pero ocurrieron hechos sin precedentes en ese siglo, que son los regímenes totalitarios que existieron, el nazismo y el comunismo. Eso es algo que no podemos olvidar", dijo el húngaro a Juan Cruz en una entrevista publicada en 2007, año en que defendía la importancia de defender los valores europeos. "La libertad de pensamiento de la que gozamos en Europa es el valor más importante", decía.

"La libertad de pensamiento de la que gozamos en Europa es el valor más importante", dijo Kertész al periodista Juan Cruz

En las páginas de Sin destino, Kertesz cuenta la historia del año y medio de la vida de un adolescente -15 años-  en diversos campos de concentración nazis. Y aunque muchos daban por hecho que se trataba de una experiencia autobiográfica, el escritor siempre negó que fuese estrictamente una reconstrucción de su propia historia. Era la de miles. Kertesz deseaba retratar, aseguraba, la naturaleza del mal, así como esa zona moralmente arrasada de la humillación y  el día a día de la experiencia de la muerte, cuyos estadios pasan de la muerte civil al despojo final de la vida tras la pérdida progresiva de la humanidad a manos de quien ejerce la violencia. De ahí que él insista en la memoria: porque es una forma de dignidad.

Los editores  de Acantilado, el sello que prácticamente ha publicado en castellano toda la obra de Kertész , aseguraron que Sin destino es, por encima de todo, “gran literatura, y una de las mejores novelas del siglo XX”. El hecho de estar narrada desde la voz de un niño que ni siquiera es capaz de entender su destino le da mayor fuerza, justamente porque este chico no acepta ni reconoce su condición de judío, de ahí que se adapte a las reglas que le son impuestas, que no termine de ver la fuerza de aquello que ocurre: “Antes, no hacíamos el menor  caso   de  los  vecinos, pero desde que sabemos que somos de la misma raza, intercambiamos ideas sobre nuestro futuro”.

Kertész negó que su obra fuera solo una reconstrucción de su propia historia. Era la de miles. En él, la memoria era una forma de dignidad.

A esa siguió Fiasco, publicada originalmente en 1988 y publicada en España en 2003. “Sólo puedo escribir la única novela posible para mí”, afirma en sus páginas Köves, el protagonista perplejo de iniciación, en la que una pátina de humor recubre d melancolía e hilaridad todo cuanto en ella ocurre. Cierra la trilogía con Kaddish por el hijo no nacido (2002), una novela que metamorfosea en ensayo.  Está escrito desde la ausencia, desde el despojo. Si un hijo es la objetivación humana del futuro, el hijo que no se ha tenido es la dolorosa constatación de la ausencia de ese futuro. Es así como Kertész hace un análisis brutal  y sin concesiones, del “acontecimiento traumático de la civilización occidental”. En este libro, un hombre habla de sí mismo, pero su confesión se catapulta hacia el terreno de lo colectivo. Un libro elaborado por “quien escribe para entender el misterio de la supervivencia”. Acaso para lidiar con la memoria de quien sobrevive, para hallar la libertad en el acto de pensar.

En España, el autor ha publicado parte de su obra ensayística y memorialística, que tiene entre sus volúmenes más recientes Cartas a Eva Haldinmann, que contiene la correspondencia con su traductora y crítica literaria. El libro recoge 20 años de cartas en la que se describe el trabajo y las dificultades del escritor. Kertész, quien tuvo quebrantos de salud en 2012 -el mismo año en que Philip Roth se retiró- aseguró que daba por zanjada su obra. "Ya no quisiera escribir. La obra que está tan relacionada con el Holocausto ha concluido para mí", aseguró. Tuvo que matizar tiempo después: aún no se retiraría, pero daba por cerrado un ciclo, uno que dio eje a una obra escrita con la urgencia de quienes buscan sentido a la vida que lograron conservar. Escribir, en ese caso, parece una obligación, un deber moral... pero no moralizante. Se trata de la recuperación de la vida, de la dignidad que esa vida comporta.

A su obra también se suma libros como Liquidación (2003), La bandera inglesa (1991; Acantilado, 2005), Diario de la galera (1992; Acantilado, 2004), Un relato policíaco (1977, 2001; Acantilado, 2007) y Dossier K. (2006; Acantilado, 2007). A esta se suma La última posada, libro que según el propio escritor es la culminación de su obra, es un último esfuerzo artístico de un autor gravemente enfermo que concibe un texto que constituye un testimonio visceral y a veces perturbador de sus experiencias y de la lucha del ser humano por la dignidad en circunstancias extremas.El libro será publicado por Acantilado.

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