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Cultura

Patricio Pron: "No puedo concebir la escritura desmigajada del placer de leer"

El escritor Patricio Pron.

Resulta imposible entender por qué  Patricio Pron permitió –eso no lo decide él, asegura- que dos libros como estos fuesen publicados a la vez. Aunque eso, a estas alturas, da igual. Lo importante está en otra parte. Por eso hemos citado al escritor en estas fechas tan alejadas de la avalancha de novedades que hace algo más de un mes inundó las librerías y en la que venían incluidas dos coquetas granadas: la novela -¿podemos llamarla así?- Nosotros caminamos en sueños (Mondadori) y el ensayo El libro tachado (Turner). Y justamente por eso: porque lo importante está en otra parte y las prisas no sirven cuando de títulos como estos se trata, la cita con Pron ocurre en un Madrid semi desierto en el que los gin tónics se evaporan sin haber posado siquiera los labios en los vasos transparentes que reposan sobre la mesa.

Pron, que amasa tantas simpatías literarias –sus libros han sido elogiados unánimemente-  como antipatías -sus opiniones fulminantes algo tendrán que ver- responde a las preguntas insistentes y necias que cualquier lector se haría ante estos libros. El primero, Nosotros caminamos en sueños, una historia ambientada en una guerra sin fecha ni país en la que una bomba suspendida en el cielo no termina de explotar y en la que las cosas ocurren con una arbitrariedad tan hilarante como –a veces- poética. Esta novela –¿vale la pena etiquetarla?-  es la reescritura de texto ya antiguo de Pron sobre la guerra de las Malvinas que ahora vuelve corregido y ampliado.

El segundo, El libro tachado, es un ensayo con varios niveles de lectura –los pies de página importan a veces más que el texto central- en el que Pron reflexiona con enjundia, humor y elegancia, acerca de esa literatura extraviada, censurada, enloquecida o apartada, esa cuyos libros y autores no llegaron muchas veces a nuestras manos y que componen un lado B, un reverso del quehacer lector y creador y cuyas páginas permanecen unidas por un pegamento firme que Pron derrama en una frase, una actitud: “No puedo concebir la escritura desmigajada del placer de leer”. Y es esa, justamente esa, es la idea que da sentido a esta entrevista, a esta conversación sobre una novedad editorial que ya no es nueva -un mes en las librerías parecen tres- y que merece horas de tranquila lectura.

-Nosotros caminamos en sueños es una reescritura; El libro tachado no. ¿En qué medida se acompañaron ambos libros?

-No soy un buen historiador de mi propio trabajo, ni siquiera pretendo serlo. No recuerdo cuál de los dos libros comenzó antes pero ambos tienen su origen en una actitud inicial de descontento. Nosotros caminamos en sueños surgió de una cierta molestia mía ante una literatura hispanohablante que ante ciertos sucesos graves escoge tonos trágicos y graves, como si no se pudiese escribir acerca de esos temas de otra forma. Me da la impresión de que la alternativa que aborda temas dolorosos y serios como la guerra desde una perspectiva que pretende provocar dolor e inducir a la seriedad en realidad, provoca un cierto anestesiamiento en el lector, cuando en verdad la tarea de la literatura consiste en evitarlo desde el abordaje de perspectivas inéditas o poco frecuentadas que produzcan desconcierto en el lector y lo obliguen a discutir con esos temas. El libro tachado surge también por un descontento con un tipo de ensayismo principalmente hispanohablante que pretendiendo ser ensayismo no es más que buen periodismo, aunque con esto que no quiero que suene peyorativo.

-Pero suena, y bastante.

-Y no quiero. ¿Sabes que soy periodista…? Lo que planteo es que me encontraba con libros que pretendían ser ensayo pero que en sustancia no lo eran, sino más bien textos de índole divulgativa o que pretendían trascenderla y no lo conseguían. También textos que no proponían una relación horizontal con el lector. De manera que cuando pensé en El libro tachado imaginé en un libro que intentase no ser divulgativo ni que se arrogase la autoridad para decir la última palabra sobre ciertos temas.

-Pensando en las bajas de una guerra y en las tachaduras y desapariciones literarias… ¿Cuál es la muerte más evidente: la del escritor o la del lector?

-A diferencia de quienes se decantan por una muerte u otra, me parece que ambas están completamente interconectadas. La muerte del autor supone la del lector. Otra cosa es que mi sospecha tenga en verdad algún asidero, porque cada día se hace más común la figura de un autor que no lee, lo cual creo que se vincula con todas las distracciones que existen en esta época o con una visión de una literatura expandida. Sea cual sea la razón, lo que sí es cierto es que los escritores ya no leen demasiado o ya no leemos demasiado. Incluso, quienes han leído El libro tachado dicen que resulta curioso encontrar un libro con tanta bibliografía. Pero la verdad es que soy bastante perezoso y tiendo a la procrastinación. Yo no me atrevería a decir que este libro está documentado, si lo comparo con el tipo de libro que yo leo. No puedo concebir la escritura desmigajada del placer de leer.

-Plantea en El Libro Tachado que la literatura que no llega a nosotros, los bloqueos, las muertes, la desaparición, la censura o al propia decisión de desaparecer una obra son una muestra de la fragilidad de la literatura.

-Claro, y eso es lo que nos permite identificarnos con ella, porque nosotros también somos precarios y frágiles. El libro Tachado es también el resultado de un descontento y un hartazgo ante los pesimistas culturales, que son autores, muchos de ellos muy prestigiosos, que se consideran los portavoces de la muerte de la literatura. Creo que allí se confunden varios fenómenos, en primer lugar, el declive físico y puramente biológico de esos autores, que es inevitable en todos nosotros y nos lleva a creer que nuestro propio final es el final de todo aquello que amamos, incluyendo la literatura, pero es también el final de un modelo de negocio. Y ahí está la confusión: el final de un modelo de literatura que es pre existente a ese modelo.

-Alberto Olmos plantea en su más reciente novela, publicada en su sello además, la muerte de la literatura tal y como la habíamos conocido, incluso hasta hace desaparecer a los críticos literarios. ¿Qué piensa? ¿Siente que coinciden?

-El autor que mencionas no es un interlocutor mío.

-En ese caso, pensemos, por ejemplo, en Enrique Vila-Matas. En los últimos 15 años, todos sus libros, por una vía distinta –sin ninguna militancia-, rastrea la desaparición del escritor…

-La paradoja que se produce con la literatura de la negatividad, en la que podríamos incluir a Vila-Matas en algún aspecto de su obra, es que la supuesta muerte de la literatura resulta particularmente productiva para estos autores que, anticipando el final de la literatura (esto lo digo pensando en Vila-Matas) nos han dado libros absolutamente magníficos. Nuestra postura de la relación con la literatura se puede resumir en aquella frase de Beckett que planteaba algo como que aún es pronto para dejar de decir.

-La literatura está peor armada, comercialmente hablando, para sobrellevar esa muerte que ya vivió el arte y de la que Félix de Azúa habla muy razonada y seriamente.

-Probablemente el arte vaya por delante de la literatura en cuanto a la reflexión acerca de sí mismo y el pronóstico de su propia desaparición. En realidad no es en absoluto una causalidad que Félix de Azúa se refiera al arte contemporáneo para hablar de la desaparición del arte, una desaprición que Félix no concibe en términos negativos. Él no es tan soliptista como para pensar que su desaparición supone la desaparición de un mundo. En relación con  la desaparición del modelo de negocio del libro es poco lo que puedo decir, po ser un autor.

-¿Está seguro de eso?

-Los autores tenemos relaciones complejas con el negocio que hace posible nuestra producción, pero existe una diferencia de actitud entre quienes aceptan las reglas de mercado y la de quienes nos rebelamos completamente. La motivación de algunos libros que he escrito ha sido oponerme a la relación con la lógica de mercado, con esa idea del tipo ‘cuánto vendes tú o cuándo vendo yo’, o cuántos seguidores tengo en twitter. Yo pretendo llevar la discusión a lo cuantitativo y no lo a lo cualitativo. El libro tachado son cachetadas más o menos desembozadas a un mercado que cree que un autor como yo (supuestamente serio) no puede utilizar el humor y que debería de escribir con una seriedad dramática, cuando en verdad el humor está presente en la literatura anglosajona, por ejemplo, con autores como Martin Amis, y que a diferencia de la literatura hispanohablante, no son considerdos menores por usar el humor.

-Habla de los escritores que falsifican, los que desaparecen, los que se esconden bajo pseudónimo. Y resulta curioso que no mencione a Houellebecq en todo el libro. Si consideramos su desaparición durante la promoción del Mapa y el territorio... Asumo que no le toma muy en serio.

-No me molesta que existan personajes como este. Lo que me irrita como autor es que la producción de autores así sea de comercializar como si fuera alta literatura. Es literatura menor para lectores menores. Sin embargo, la reputación que tiene Houellebecq en español no es la misma que tiene en Francia, donde se considera que hace una literatura de entretenimiento. Yo no tengo inconveniente que a industria intente sostenerse con una sobreproducción, lo que me parece escandaloso es la comercialización de autores que no son de circunstancia junto a otros que sí lo son, como ese el autor que mencionabas anteriormente y que habla de la desaparición de la crítica literaria cuando fue él el que la propició, al insultar anónimamente a personas en un blog.

-En  El libro tachado siento un reproche suyo a la prensa que presta atención a la crisis editorial.

-Yo no reprocharía a los periodistas que se hubiesen cebado con ese tema. Es comprensible. Porque se propone como contrapoder y tiene que poner en cuestión esa euforia editorial absurda. Lo que sí cuestiono, y creo  no estar tan equivocado,  es la presencia en la prensa cultural de una cierta confusión entre la desaparición de un modelo de negocio con la desaparición de la literatura o incluso la confusión entre la aparición de nuevos formatos de lectura con el surgimiento de una nueva literatura… que yo no logro precisar. Me parece que los periodistas culturales hemos propiciado una falsa discusión sobre los nuevos formatos que nos impide discutir qué vamos a leer en el futuro o qué estamos leyendo, probablemente porque la respuesta sería muy deprimente y desmoralizadora para todos nosotros.

-Hablemos, por favor, de Nosotros caminamos en sueños. Es absurda pero hermosa. Y no se sabe si es una novela, una nouvelle, un relato… ¿Es importante que sea algo… que sea una novela?

-Me gusta la idea de que no se sepa qué es, porque yo tampoco lo sé. Si tuviera que definirlo diría que es el intento de hablar de una guerra que me tocó vivir pero no con las ideas que tengo actualmente sobre esa guerra, sino con las ideas que tenía de niño, con la libertad formal que supone ser un niño y que te permite verlo todo con una mezcla de asombro y espanto.

-Todo ocurre con una arbitrariedad hilarante y hermosa: no hay tiempo, no hay un país en el que ocurra, una bomba siempre está a punto de caer, no hay artillería porque la cambiaron por algodón al enemigo…

-Si bien, en su contexto original era un libro sobre la guerra de las Malvinas, una de las razones por las que valía la pena publicar esta edición muy corregida y ampliada que incluye mucho material nuevo –que fue una ida de mi editor en Londres- me pareció que suponía una buena ocasión, porque la novela no solo se resignifica como una novela acerca de la guerra sino también como una novela acerca, por ejemplo, de cuando el sentido común es reemplazado por el nacionalismo o lo que en España llaman los nacionalismos. Quienes crecimos en la Argentina en los 70 y 80 tendemos a ser rabiosamente antinacionalistas, lo que no quiere decir que rechacemos nuestro país…  

-¿Por qué en su libro, entre frase y frase, alguien siempre grita, sin explicación alguna, la expresión ‘¡Deja de robar!’?

-Porque muchas frases que anteceden al grito ‘Deja de robar’ son plagios absolutos de otros autores… Es una forma de admitir influencias. Hay cientos, decenas… de citas. He leído mucho para este libro. He visto cientos de películas. Pero era una forma de admitir mi deuda sin negarme el placer de repetir esas viejas líneas y citas

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