Quantcast

Cultura

Elvira Navarro: "Prefiero hablar de una precariedad que llegó para quedarse"

Elena Navarro, autora de 'La trabajadora' (Random House, 2013)

Susana no tiene pasado; recorta obsesivamente mapas de una ciudad -con los trozos hace collages- y se cita en las cafeterías con gente de la que sólo conoce la voz. Elisa, en cambio, es correctora de textos, también escritora. Trabaja para la editorial de un gran grupo que acaba de poner en marcha un ERE. Elisa solía vivir en el centro, pero las ínfimas y cada vez más esporádicas pagas la han obligado a desplazarse a un estudio de 40 metros al Sur de Madrid. No tiene casi dinero y sufre constantes ataques de pánico. Sólo esa rara mujer, Susana, es su certeza: a ella le alquilará una habitación; gracias a ella llegará a fin de mes. A ambas las une un hilo, un grueso hilo: el de los que nada tienen excepto su propio miedo.

Esa es la historia que la escritora Elvira Navarro cuenta en su tercera novela La trabajadora (Random House, 2013), un libro que se ancla –como ya lo había hecho en La ciudad de invierno (2007) y La ciudad feliz (2009)- en la periferia, en lo que está al margen. A diferencia de sus otras historias, lo marginal no pertenece a la adolescencia ni la infancia, tampoco a la familia –los que fueron sus temas esenciales-, se ubica más bien en la patología, el miedo, la ansiedad; en la vida como el trozo de algo insuficiente, acaso como una claudicación, un quiebre. En la enfermedad como perfieria. 

Elvira Navarro es menuda, delgadísima. Usa las palabras con concisión y potencia, las justas para que la entrevista no sea, acaso, demasiado retórica. A cada pregunta responde clara, sin titubeos. Le interesa la ciudad, lo que queda en sus límites –desde hace unos años lleva el blog Periferia- y ha sido considerada de forma unánime por la crítica como una de las voces más talentosas de su generación. La suya no es una quinta que se detenga a lloriquear, pero sí acaso a examinar los destrozos. El futuro debía ser de otra forma. Es justamente ése el tema que recorre esta historia –también esta entrevista-: la de una sociedad quebrada, incapaz de construir un discurso que la explique. Será la suya, acaso, la voz de una generación extenuada que ahora se vuelca en una literatura del malestar.

 -Susana, una teleoperadora, y Elisa, una correctora de textos. A diferencia de las novelas anteriores, los personajes ya no son adolescentes, tampoco niños; tampoco tienen familia pero habitan la periferia, o un cierto tipo de periferia: la enfermedad.

-Elisa ha tenido la típica formación burguesa con unos horizontes y unas expectativas más amplios y que, por las condiciones en las que se encuentra, se proletariza. En el caso de la otra, Susana, su origen está oscurecido. Está todo el tiempo inventándose. No sabemos si el propio relato de su locura está incluso manipulado. Susana es la tabla de salvación de Elisa. Es quien llega a compartir piso, la que da el dinero. Todo aquello a lo que Elisa puede agarrarse está en el aire: su trabajo, su compañera de piso. No tiene asideros.

"Sí, es una novela política. Tiene una vocación de narrar la precarización, que es un tema social".

-Cualquier posicionamiento con respecto a la realidad es un planteamiento político. En ese caso, tendremos que entender esta como una novela política.

-Sí, es una novela política. Tiene una vocación de narrar la precarización, que es un tema social, pero procurando que esa narración sea efectiva en el sentido de evitar el panfleto. Hay veces en que los panfletos son muy eficientes, el problema radica en que su lenguaje está muy visto y pierden su efectividad. Lo que he procurado es levantar otro tipo de estrategia discursiva para que exista una denuncia, pero de manera más sutil.

-Una mujer que queda con desconocidos en las cafeterías, Susana; del otro lado está Elisa, que camina de manera compulsiva para combatir su propio pánico. En ellas, en esta historia, la soledad es una condición potente y urbana.

-La soledad es uno de los temas de la novela. ¿Que sea una condición urbana? No creo. De haberla ambientado en el campo, también habría escrito una historia sobre personajes solitarios. No creo que la soledad sea urbana, más bien tiene una condición actual y moderna de ruptura del tejido social; la ruptura de lazos y proyectos comunitarios, empezando por la propia familia, que se mantiene al margen. Eso conlleva soledad. Todo ese tiempo que se pasa solo, ¿en qué se gasta? Están los que caminan y a la vez enloquecen, como Elisa. La falta de asideros comunitarios hace perder la posibilidad de planificar la vida con sentido.

 "No creo que la soledad sea urbana, más bien tiene una condición actual y moderna de ruptura del tejido social"

-Tanto Susana, que se empeña en recortar mapas de la ciudad y reordenarlas en sus collages -que es una manera de ficción- como Elisa escriben. En ambas domina también la presencia de los fármacos. ¿Qué relación se teje entre escritura y sedación?

-Ambas están en el límite. Están a punto de quebrarse. Cuando alguien se quiebra no hay relato. Un relato supone una vida, la construcción de algo. Sin embargo, lo que les permite a ellas construirlo es la medicación, para que el mundo no se detenga. El medicado tiene sin embargo un sentir un onírico, atontado. Parte de la ficción viene de la intoxicación, de comenzar a fabular.

- La fotografía colectiva de La trabajadora muestra una sociedad enferma, quebrada. ¿La sociedad española se quedó sin relato?

-La sociedad española parece que está en un bucle, con una especie de relato único sobre la transición, que parece una lavadora, por lo menos en los medios de comunicación. Todo el tiempo vemos documentales de la transición, la voz de Victoria Prego… nos hemos quedado ahí. Me recuerda a una película, El futuro, que narra una fiesta de los años 80 grabada de tal manera que podría ser una fiesta que se ha prolongado durante 30 o 40 años en los que no pasa nada. No se genera más discurso, sino que se estira uno solo, el que ya existe. Eso es lo que aparentemente hay en los medios y las generaciones que nos preceden. Sin embargo mi generación y también los más jóvenes no entramos ahí. Somos herederos pero no lo hemos vivido, acaso con una cierta lejanía y cansancio, y sin embargo no generamos ningún discurso. Creo que como generación no tenemos discurso.

"La sociedad española parece que está en un bucle, con una especie de relato único sobre la transición, que parece una lavadora".

-¿Está segura? En la novela predomina la sensación de fracaso y cansancio, algo que comparte La trabajadora con novelas como La habitación oscura, de Isacc Rosa o Por si se va la luz, de Lara Moreno. El malestar parece cuajar en un discurso narrativo de la extenuación.

-Sí, es cierto. Hay un discurso de extenuación. Las condiciones de vida que tenemos son extenuante. La falta de horizontes y de expectativas genera eso. La negrura pesa.

-Miedo es la palabra que más se repite en la historia. Y sin embargo tiene algo de lucidez.

-La cobardía siempre es lúcida. Los valientes son siempre un poco tontos. Si Indiana Jones tiene que pensarse si va al templo perdido, no tendríamos película. Pero si sientes miedo y comienzas a sentirte mal por tu cobardía, te obliga a un análisis. El miedo genera lucidez. Desde ahí comienzas a pensar.

"Sí, es cierto. Hay un discurso de extenuación. Las condiciones de vida que tenemos son extenuantes". 

- “La escritura es un escenario más de mi miedo”, dice Elisa, que sólo es capaz de relacionarse con su situación a partir de la escritura.

-Eso ocurre en cualquier escritura, incluso en aquella que es menos íntima. Con lo primero que dialoga el escritor es consigo mismo. Aquí puede que sea más evidente, pero toda escritura es un diálogo del autor consigo mismo.

-¿Por qué ese título, La trabajadora?

-Lo que le pasa a la protagonista está relacionado con sus condiciones materiales. Es la manera como trabaja lo que la lleva a quebrarse. Ahí es donde está el panfleto. Quería hablar de este mundo, rodeándolo. Abordarlo a través de sus consecuencias.

-Elisa, la protagonista y narradora, se mueve en el ámbito editorial y cultural, que queda interpelado.

-Sí, lo está. También se trata del mundo que conozco. Fui correctora. Escribo y me publican editoriales. Es material de primera mano. No me parecía lícito hablar de ámbitos que no conozco. El sector editorial es representativo de lo que ocurre. Está viviendo especialmente la crisis, una doble crisis: por lo que ha ocurrido y por lo que sobrevino con Internet. En el sector se están generando condiciones especialmente precarias. Conozco muchos correctores y lectores que si antes estaban desesperados, no te digo cómo están ahora. Hay menos trabajo, más retrasos en los pagos…

"Preferiría hablar de precariedad, una precariedad que llega para quedarse".

-Cuando la protagonista habla de un viaje remoto de su época estudiante en París, dice: “Me sentí pobre de una manera distinta a la que soy ahora”. La precariedad la empuja hacia los márgenes: de la ciudad, de la vida…

-Cuando ella se va a París, que es un recuerdo, se siente pobre como estudiante. Es distinto. Cuando estudias, tienes la sensación de que las cosas no serán así para siempre. Esperamos ser adultos, tener un trabajo. Y ella ya es adulta, ya tiene un trabajo. De ahí la comparación de las dos pobrezas. Hay una llevadera y otra que no, que es lo que pasa cuando el horizonte de expectativas desaparece. No quisiera tocar la palabra pobreza, porque es un término extremo. Preferiría hablar de precariedad, una precariedad que llega para quedarse. Eso es lo que la quiebra: una situación en la que no hay salida, en la que no puede vivir, porque uno no puede vivir todos los días trabajando hasta las doce de la noche, esperando que te paguen o no y compartiendo piso con la edad de tu abuela.

-Comencé preguntándotelo y vuelvo a hacerlo. Tu narrativa se ha permitido envejecer, los personajes ya no son niños, pero permanecen al margen: el de una ciudad, el de la enfermedad, el de precariedad.

-Cuando narro, necesito distancia biográfica con respecto a lo que cuento. La trabajadora parte de una circunstancia real. Más bien de dos. Una me ocurrió en 2003. Estuve seis meses sin que me pagaran y luego tuve una serie de ataques de ansiedad, hace ya mucho tiempo. Eso dio lugar a un texto, que llamé La trabajadora y que no podía continuar porque estaba demasiado pegado a mi biografía. Si en mis primeras novelas hablé de la infancia y la adolescencia es porque ya existía una lejanía, una distancia biográfica. Sin embargo no soy capaz de generar una infección; perdón, quise decir ficción.

"La periferia urbana es importante para mí", dice Elvira Navarro. 

-Algo de eso tiene

-Sí –Elvira Navarro ríe- algo de eso tiene... En fin, necesitaba que transcurriera el tiempo para abordar el tema. ¿Me quedo en la periferia? Sí. Por distintos motivos. La periferia urbana es importante para mí. La ciudad de invierno y La ciudad feliz, ambas novelas con la palabra ciudad en el título, surgen de calles concretas de Valencia y este libro surge también de calles muy concretas, pero de Carabanchel, por donde yo vivía. La ciudad que aparece no es la que suele salir en los relatos, que se centran en la gran Vía. Yo me sitúo en la periferia porque me interesa explorar aquello por lo que la literatura mainstream no trata. Al ser desconocida, la periferia me permite fabular mucho más.

-¿Qué significan los cartoneros? ¿Por qué aparecen tanto a lo largo de la novela?

-Cuando llegué a Madrid con 18 años, que no había crisis y estábamos en pleno boom inmobiliario, había un camión enorme que recorría, tarde en la noche, todo Madrid recogiendo cartones. Solían conducirlo gitanos. Si eras una chica joven te silbaban o te decían alguna barbaridad, a mí me lanzaron un trozo de cartón. En mi mente eso siempre quedó como la amenaza en la noche y en la novela es una metáfora de los miedos. Está a cada rato, acechando.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.