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Cultura

Borges, el hombre harto de sí mismo

Jorge Luis Borges fotografiado por Titu Caula, en Caracas.

"Si yo pudiera ser inmortal en otra situación, y con el olvido total de haber sido Borges, pues bien, entonces acepto la inmortalidad”, dijo Jorge Luis Borges(1899-1986) a Xavier Rubert de Ventós en una entrevista concedida en su casa de Buenos Aires, en 1982, cuatro años antes de la muerte del escritor. Si aspiraba ser inmortal arrancado de su nombre, lo llevaba difícil el argentino. Aunque ya se sabe que Borges, con aquella voz aflautada y desvalida, y los ojos algodonosos que parecían mirar hacia ninguna parte, despistó y acribilló a más de uno. Lo que no pudo esconder el escritor en aquel encuentro fue una cosa: estaba exhausto. Mejor dicho, estaba harto de ser Borges.

"Yo estoy harto de Borges. Cada mañana, al despertar y en­contrarme con él, me digo..."

No hay en esa conversación exageración, solo vejez. Así, mientras Rubert de Ventós pinchaba al maestro, el autor del Aleph resoplaba con el corazón apretado. "Yo estoy harto de Borges. Cada mañana, al despertar y en­contrarme con él, me digo...". El hartazgo de sí mismo, la inmortalidad como una opción que no se elige, todo aquello quedó anegado en el hecho de ser quien fue: el mayor fabulador y escritor del siglo XX; el lector que nadie nunca ha sido y el escritor que lo inventó todo, hasta al mismísimo Bioy Casares, de quien muchos dicen -con la mala baba de los que se hacen los listos- que fue una invención suya, aunque otros como Guillermo Cabrera Infante aseguraban lo contrario: el autor de La invención de Morel era en realidad el maestro secreto. 

Así como Nabokov se fue a vivir en un un hotel, en Montreux, Borges fue a morir Suiza. Lo dejó todo listo, hasta su tumba en el Cimetière des Rois de Ginebra, con su inscripción en inglés antiguo y su sobrio diseño helvético. Unos meses antes de la fecha de su muerte, en abril de 1986, se casó con su secretraria María Kodana, hoy implacable albacea de su obra. Lo curioso, acaso, es que de todos los lugares del mundo, Borges eligió para morir aquel donde pasó sus primeros años: Ginebra. Hijo de una familia acomodada, Borges estudió en esa ciudad en los años de la Primera Guerra Mundial. Su juventud transcurrió en Europa, un continente que lo marcó y a su manera condicionó su relación con la literatura. En aquellos años descubrió los clásicos de la literatura francesa, como Victor Hugo, Baudelaire o Flaubert, pero también a los vanguardistas. De hecho, a principios de los años veinte ya cultivaba tal cosa como una vida de vanguardias: fundó revistas y movimientos. Vicente Huidobro, Cansinos Assens, Guillermo de Torre, Gerardo Diego, Jacobo Sureda formaban parte de su círculo. Eran los tiempos de Fervor de Buenos Aires (1923) , Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929) y Evaristo Carriego (1930).

Publicó diversas obras en colaboración con Bioy Casares, como Antología de la literatura fantástica, una verdadera joya en la que también participó Silvina Ocampo

De regreso a Argentina, en la década de los 30, Borges entró a trabajar como funcionario en una biblioteca -al llegar al poder Perón, le quitó la plaza. Sin embargo, será ese espacio, el mundo en el que todo ocurre con el silencio de quienes leen, donde Borges levantó uno todavía mayor. En los textos de aquellos años se asomó al lunfardo y al habla popular, que explotó en sus poemas e historias -la eterna pelea con Bioy sobre el nacionalismo literario- pero también comenzó a armar una literatura que se mueve entre lo fantástico y lo policial, la ironía sobre el realismo, el perefeccionamiento del engaño, la mitomanía como performance permanente. Su notoriedad comenzó a crecer. Publicó diversas obras en colaboración con Bioy Casares, de entre las que cabe subrayar Antología de la literatura fantástica, una verdadera joya en la que también participó Silvina Ocampo.  

En esos años su actividad literaria se amplía con la crítica literaria y la traducción de autores como Virginia WoolfHenri Michaux o William Faulkner. Fueron los años de Historia universal de la infamia (1935), Historia de la Eternidad (1936),  Ficciones (1944) y El Aleph (1949). Un Borges canónico que construye, siempre, un juego de engaños. En algunos de sus textos, como Tlon, Uqbar, Orbis Tertius o Examen de la obra de Herbert Quain simulaba la presencia de libros supuestamente reales que convertía en mecanismos autónomos. De la misma manera que utilizó los pseudónimos como una especie de juego o engaño, arrancó de sí la figura del autor, desdoblándolo en alguien más y dando cuerpo a su tendencia a cuestionar la originalidad de lo escrito. 

Su naturaleza esencial se despliega en un paréntesis de tiempo que coincide con aquellas obras. El escritor Jorge Carrión lo describe de esta forma en su ensayo Borges antes y después de Borges: "Desde 1930, cuando publicó Evaristo Carriego y al poco conoció a Adolfo Bioy Casares, hasta 1975, cuando murió su madre y María Kodama se convirtió en su secretaria personal. Entre esas dos fechas escribió todas sus obras maestras como habitante de Buenos Aires y como lector iconoclasta, memorioso y memorable de la literatura universal". Borges fue especialmente prolífico, valga decir. Entre 1940 y 1977,  Borges escribió y publicó junto con Bioy Casares cuentos, traducciones, guiones cinematográficos, crónicas paródicas, antologías... La revista Sur fue su lugar de enunciación y novedad.

Entre 1940 y 1977,  Borges escribió y publicó junto con Bioy Casares cuentos, traducciones, guiones cinematográficos, crónicas paródicas, antologías...

En 1961, un año después de publicar El Hacedor, compartió el Premio Formentor con Samuel Beckett y en 1979 recibió el Cervantes. El Nobel, ya lo sabemos, nunca le fue concedido. Las hipótesis al respecto se mueven siempre en el mismo eje: motivos políticos. Una combinación de factores ideológicos y personales fue, al parecer, la causa que marginó a Jorge Luis Borges del premio. Cuenta el ensayista uruguayo Emir Rodríguez Monegal en Borges, una biografía literaria, que en 1976 el escritor argentino "ya había sido elegido a medias con Vicente Aleixandre, el poeta surrealista español, para el premio". Sin embargo, un viaje de Borges a Chile septiembre de 1976 invitado por Pinochet arruinó las cosas. Allí recibió de manos del dictador el doctorado honoris causa en la Universidad de Chile y pronunció un discurso con palabras elogiosas. Ese mismo año, pero el 19 de mayo, se celebró un almuerzo en el que participaron el dictador argentino Jorge Videla, el general y secretario de la Presidencia, José Villarreal con un grupo de escritores –entre los que Borges repitió- y en el que se encontraba Ernesto Sábato. Entre medias, sus no pocos reveses con el Peronismo. Adiós premio.

¿Realmente estaba exhausto Borges de aquella vida o solo mentía a Rubert de Ventós?  ¿Acaso Borges, como el Eudoro Acevedo de Utopía de un hombre cansado, había viajado a ese lugar en el que los hombres viven el tiempo que desean y prefieren la soledad al resto de las cosas? ¿Fue aquella tumba en Ginebra lo que se trajo el argentino al presente? "Ya a nadie le importan los hechos. Son meros puntos de partida para la invención y el razonamiento. En las escuelas nos enseñan la duda y el arte del olvido. (...) Eludimos las inútiles precisiones. No hay cronología ni historia". Treinta años sin Jorge Luis Borges. Un tiempo educado en la soledad, uno del que nadie regresa.

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