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Cultura

La alienación indumentaria de Marx: ¿por qué la izquierda no puede vestir bien?

Un detalle de la portada del libro de Patrycia Centeno.

Esta mujer se toma la moda muy en serio. En menos de un año ha escrito su segundo libro al respecto. Si en Política y Moda, la imagen del poder (Península, 2012) hizo una radiografía ideológica del guardarropa ideológico a lo largo de la historia, en este –y nunca mejor dicho- le saca los trapos sucios a la izquierda. A diferencia de la década de los ochenta, donde las ideologías buscaban diferenciarse, los tejidos delicados –las sedas, gamuzas, trajes sobrios y conservadores- para la derecha y los otros más resistentes y toscos –la pana, el vaquero- para la izquierda, hoy “en su afán de centro”, los políticos se desdibujan en el disfraz y es justamente sobre esa imagen sobre la que pone el ojo esta periodista.

“No hay vestido nuevo sin revolución pero no hay una nueva revolución en la que no se estrene o defienda un vestido. Y cuanto mayor sea la revuelta, mayor también será la reforma en el atavío”, escribe Centeno en este ensayo que evalúa la relación de los políticos de izquierdas con la moda. Cómo se visten y por qué. Sobre ese tema, y algunas otras perversiones ideológicas y estilísticas de activistas y representantes políticos, habla Centeno en  El Espejo de Marx, ¿la izquierda no puede vestir bien? (Península, 2013) . Del palestino al chandalismo, y más allá.

-Con la que está cayendo, ¿tiene sentido ponernos a hablar de ropa? ¿No cree que tenemos cosas mucho más graves que reprochar a la izquierda que su aspecto?

-La ropa es un lenguaje, tanto desnudos como vestidos, consciente o inconscientemente, siempre estamos comunicando algo. Y la mimetización indumentaria en la que se han escudado la mayoría de dirigentes públicos (tanto de derechas como de izquierdas) desde hace tres décadas ofrece una lectura preocupante para cualquier defensor de la democracia. La pluralidad indumentaria habla de pluralidad ideológica. La uniformidad indumentaria descubre un sistema mediocre y/o autoritario. Más que un reproche es una advertencia.

-Hecha la pregunta trampa, entremos en materia. ¿Por qué ha trabajado la relación entre la izquierda y sus ‘complicaciones’ estilísticas y no en los políticos conservadores? ¿No tienen ellos también en el armario un reflejo de sus demonios?

Sí, por supuesto. Para el próximo libro, la derecha. Sobre los conservadores también hay mucha tela que cortar.

-El espejo de Marx… ¿no se rompió hace ya mucho tiempo?

-Considero que el espejo de Marx sigue intacto para quien le interese mirarse en él. Pero aunque alguien considere que en algún momento pudo romperse -y superados los siete años de mala suerte por tan tremendo golpe- siempre quedan pedacitos de cristal en los que, con el debido cuidado para no cortarse, uno todavía puede seguir reflejándose.

-En el libro menciona algunos de los principales tópicos de la “apariencia” de izquierdas: aburguesamiento, el vestido como elemento uniformador... ¿Cuáles otros más existen?

-Los estereotipos referidos a la indumentaria de izquierdas pueden clasificarse como “impuestos” u “opuestos”. Los primeros son los que fue tejiendo durante siglos el poder (nobleza y clero) a través de dictámenes, como las leyes suntuarias, con los que se estipulaban los tipos de ropaje que le pertenecía a cada estrato social. Por ejemplo, durante mucho tiempo estuvo penado que el pueblo llano pudiera vestirse con terciopelo. Por su parte, los estereotipos opuestos son aquellas estéticas que el pueblo ha venido utilizando a lo largo de la historia para mostrar su oposición al poder establecido (hippies, punks, grunges…). Si bien es verdad que todos estos clichés, llegados al siglo XXI, podríamos desecharlos por injustos y exagerados, lo cierto es que tanto a la derecha para atacar a su rival como a la izquierda para cerciorarse del compromiso socialista de un compañero todavía les siguen siendo útiles.

-¿Cuándo comenzó esto que usted llama alienación indumentaria? ¿Empezaron a la vez la crisis ideológica y la crisis del vestido?

-A finales de los años ochenta, cuando las formaciones empezaron a competir por un supuesto existente centro ideológico, los partidos se despojaron de ciertas ideas y estéticas con tal de convencer al mayor número de electores posibles. En este proceso, las renuncias de la izquierda fueron mucho mayores. Atrás quedaron las coderas, la pana, los jerseys de cuello alto, las camachas, el cuello azul, los zapatos de suela gruesa, las greñas… Y el problema no es que empezaran a mimetizarse con el rival al enfundarse el traje y la corbata, no. De hecho, la mayoría de camaradas de antaño, hasta los más reticentes, acabaron vistiendo alguna vez traje. Antiguamente lo hacían como estrategia para penetrar en el poder y después cambiar el sistema político, por defecto, conservador. El problema empezó cuando la estrategia se convirtió en desidia y hasta hoy. De todos modos, el traje burgués es una versión de la ropas contestatarias de los Sans Culottes durante la Revolución Francesa (pantalón largo de rayas, chaqueta corta y ajustada –la carmañola- y zapato con cordones -no con hebilla). Un rebelde puede ir perfectamente trajeado siempre que sea una decisión voluntaria y consciente: que sepa lo que lleva puesto, por qué y para qué lo lleva.     

- Menciona usted la indumentaria de Gordillo o de Beppe Grillo, más parecida a la del activista que a la del político. ¿Las americanas de pana ya no convencen?

-Siempre ha existido el conservador descamisado o el progresista enfundado en un traje, pero hay momentos en la historia en los que la sociedad exige algo más y a los individuos, más aún a un líder, les toca pronunciarse. Es decir, hay veces en que es necesario que se cumpla el dicho que anuncia que “el hábito hace al monje”. Debido a la crisis económica -pero también ideológica y moral- que atravesamos, la opinión pública empezó a corearle al político aquello de que “no nos representan” o “son todos iguales”. Si algún dirigente se hubiera echado simplemente un vistazo en el espejo habría comprendido rápidamente ese clamor social que tanto les molesta. Por eso, hoy proliferan candidatos que se mojan también estéticamente. De hecho, no hace falta irse a casos tan evidentes como el de Gordillo o Grillo, este fin de semana lo vimos con la rosa socialista estampada en la blusa blanca de Susana Díaz. La presidenta andaluza trataba así de demostrarnos visualmente, entre otras cosas, que “el PSOE ha vuelto”. Claro que la demostración puede ser tan solo aparente. Un look completo clase obrerista manifiesta un fuerte compromiso, mientras que un solo accesorio tan solo indica un pequeño guiño banal (el compromiso es mucho menor).   

-Describe la camiseta reivindicativa como un arma que cobra peso. ¿Por qué le parece novedoso, si ya existen desde la década de los noventa?

-Porque antes era un elemento que solo le pertenecía al activista y en un parlamento era muy raro que representantes de la primera línea política (aunque fueran de izquierdas) se atrevieran a lucir una camiseta. Se consideraba que ese tipo de prendas eran impropias para la solemnidad que implicaba el cargo (incluso en el parlament valenciano en abril de 2012 se llegaron a prohibir debido al caso de la portavoz de Compromís, Mónica Oltra) pero cada vez más todo este dress code diplomático y protocolario comienza a ponerse en entredicho por la nuevas generaciones.

-Cuidado y nos vamos a quedar en la tela.

-Debido al momento tan difícil que sufrimos, cualquier reivindicación popular (desde la defensa de la sanidad pública hasta la denuncia de los desahucios) propone un color y un lema para estampar en el pecho y los mandatarios afines a la causa se han apuntado a dicha tendencia. Sin embargo, aunque el reclamo para muchas formaciones minoritarias, que no tienen demasiada repercusión en los medios, sea altamente efectivo, la estrategia también conlleva ciertos peligros: si el ciudadano se entretiene en leer la camiseta no puede atender adecuadamente al mensaje verbal del dirigente y, además, un uso excesivo, acaba cansando visualmente y pierde efecto. Actualmente es mucho más potente el topless de Femen. Cuando las modas se generalizan (y hasta el conservadurismo se vale de ellas), ya no tienen el mismo significado revolucionario. 

-Ciertos regímenes han desechado por completo el traje. Usted habla por ejemplo de Hugo Chávez como heredero del chandalismo cubano; pero están también Evo Morales o Correa, quienes tampoco usan traje y explotan un mensaje indigenista.

-No, Evo Morales y Correa usan traje. Evo Morales lo que no usa es corbata, pero lleva un maravilloso traje hecho de alpaca que ya quisieran muchos. Siguiendo esta estela de patriotismo y reivindicación étnica, Rafael Correa encargó para su toma de posesión una camisa para no tener que llevar corbata (algo raro en él porque cuando estuvo de ministro de finanzas le llamaban “el rebelde con corbata”) y que combina siempre con traje oscuro en todos sus compromisos de representación en el exterior (en casa todavía prefiere atarse el lazo). Por su parte, se sabe que el expresidente venezolano se gastaba grandes fortunas del presupuesto público en trajes, corbatas, relojes, calzado (…) de grandes firmas de lujo europeas. De hecho, él mismo reveló que había llegado a contar más de 100 trajes en su armario. Lo que pasa es que Chávez controlaba perfectamente el lenguaje de la indumentaria y, para la mayoría, la imagen que ha quedado de él es la camisa roja. Así que para valorar la coherencia ideoestética de un mandatario o clasificarlo de “populista”, hay que repasar con lupa su trayectoria estilística: saber si el atavío clase obrerista es sincero o si tan solo se utiliza en momentos puntuales para acceder o mantenerse en el poder (fotografías, campañas electorales, mítines…). 

-Volviendo al chandalismo. Por ejemplo, Nicolás Maduro va en chándal, lo curioso es que los opositores , al menos los venezolanos, para no “alejarse del elector” han asumido una estética parecida. ¿Qué piensa de ese contagio, ese mecanismo un poco psicópata que supone replicar al adversario?

-En teoría, según me contaron allegados a Henrique Capriles, se trata de una estrategia. Además de una cierta parodia a la vestimenta de la revolución bolivariana, algunos grupos de la oposición consideraban que así su líder podía arrancar algún voto chavista. Yo, sinceramente, no creo que de ese modo puedan conseguirlo pero sí que es verdad que el gobierno (primero Chávez y después Maduro) se puso muy nervioso cuando vio que Capriles se servía de sus mismas herramientas indumentarias. De hecho, quisieron incluso prohibirle el uso de la gorra tricolor “porque no se podía hacer proselitismo político”.  

-Hablemos de la mujer, una imagen complicada, llena de muchos otros matices. ¿Qué imagen dan las principales portavoces socialistas españolas en su vestimenta?

-Como el traje político (traje, corbata y camisa) fue creado por hombres y para hombres (quién iba a imaginar que la mujer pudiera llegar a la primera línea política), la imagen de la fémina es mucho más complicada porque siempre, sin excepción, será criticada. Dicho esto, la mayoría de representantes públicas socialistas españolas se empeñan en anunciar a bombo y platillo que adquieren ropa de marcas 'low cost' nacionales como si así pretendieran matar dos pájaros de un tiro demostrando que economizan y que además, son patriotas. Todo aquel que desee defender el ecosocialismo (sea hombre o mujer) está obligado a darle la vuelta a la etiqueta de cada prenda y replantearse su consumo en ropa porque la mayoría de estas firmas no suelen comprometerse en exceso ni con los derechos del trabajador, ni con los derechos intelectuales del diseñador ni con la defensa del medio ambiente. La apuesta para todos ellos pasa por piezas únicas, artesanales y sostenibles. En definitiva, un vestuario acorde a los principios que tan fácilmente defienden de boquilla.  

-Si decimos socialdemócrata en la Europa de hoy, ¿de qué aspecto estamos hablando?

-De momento y por desgracia, en general, traje oscuro prefabricado y corbata torcida. Aunque siempre hay excepciones como la del primer ministro belga Elio Di Rupo que luce pajarita. Eso sí, ¡siempre roja!

-En ocasión de su anterior libro, llegó a colocar un ranking de los políticos españoles mejor vestidos. Señaló a Gallardón y a Esperanza Aguirre como los que más partido político sacaban a su armario. ¿Sigue pensando lo mismo?

-Cuando valoramos la imagen de un político no es tan importante si nos gusta o no nos gusta cómo va vestido (algo totalmente subjetivo). En lo que debemos fijarnos es en si su indumentaria es acorde con la ideología que postula (propia y de partido), su contexto social (temporal y geográfico) y su personalidad (gustos, complejos, manías, defectos, virtudes… ). En ese sentido, Gallardón y Aguirre son coherentes con el target al que se dirigen. 

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