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El Buscón

El esquinazo de Cospedal a Cifuentes en la Ópera

María Dolores de Cospedal, secretaria general del PP, y Cristina Cifuentes, presidenta dela Comunidad de Madrid.

Nunca faltó la cortesía, la buena educación ni el saber estar.  Justamente por eso el asunto se hacía más incómodo a medida que avanzaban los minutos. En la terraza del salón Falla del Teatro Real, durante el intermedio de Madama Butterfly, un variopinto grupo comparte receso: el cantante Alejandro Sanz; la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, así como  el vicesecretario de Política Social y Sectorial del PP, Javier Maroto, y su pareja. La ministra de Defensa María Dolores de Cospedal se une al círculo, acompañada de su marido. Hay sol, distensión y calma veraniega. Todo ocurre divinamente, como la voz de la soprano Ermonela Jaho en su interpretación de Cio-Cio San o las burbujas que estallan en la copa fría de espumante.

Cristina Cifuentes intenta entablar conversación con Cospedal. Pero la secretaria general del PP, ni caso

Cristina Cifuentes intenta entablar conversación con María Dolores de Cospedal. Pero la secretaria general del Partido Popular y la presidenta del PP de Castilla-La Mancha, ni caso. No atiende al cite. Ni siquiera la incluye en su campo visual. Cifuentes continúa hablando, reparte la mirada y redistribuye la frase entre quienes sí parecen dispuestos a escucharla. Hay risas comedidas, corteses, que van a estrellarse contra el gesto del marido de María Dolores de Cospedal, quien parece a disgusto en ese momento. Tiene la cara de alguien que mira un aperitivo de mortadela cuando espera uno de paletilla. Maroto va y viene, desde el interior del salón, trae un refrigerio. Hace calor, es cierto. Pero peor el de este encuentro. Así que, a por agua. Va y viene.

Quedan 10 minutos para el final de intermedio, y para acabar con el asunto de una vez, Cifuentes pregunta si no han dado el aviso para volver a la sala

En un segundo intento, Cristina Cifuentes vuelve a hablar en dirección a María Dolores de Cospedal, que la ignora olímpicamente. El vacío comienza a ser manifiesto. Algo en la actitud de la ministra de Defensa hacia Cifuentes guarda una  fría condescendencia, algo que no es antipatía sino un sentimiento mucho peor: desprecio. Cuando quedan todavía diez minutos para el final de intermedio, y como para salir del mal trago, la presidenta de la Comunidad de Madrid pregunta, en voz muy alta, si no habrán dado ya el aviso para volver a la sala. Que el segundo acto está por comenzar, ¿cierto?  El asunto le sirve a Cifuentes  para despistar el desplante y acabar, de la manera más elegante posible, con el bloque de hielo que le ha caído encima. Sosteniendo su sonrisa de hormigón, Cifuentes se marcha con paso ligero. Cospedal permanece de pie, distante, presidiendo con un aire de princesa a punto de bostezar.

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