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El Buscón

Rubalcaba se abraza a Pedro Sánchez: ¡la cosa es no irse a casa de una puñetera vez!

General rechifla, que diría el maestro Ansón, causó este lunes la portada del diario El País, en la que podía verse al ex secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, literalmente colgado, más que abrazado, del cuello del nuevo líder del socialismo hispano, Pedro Sánchez, el último waperas que ha producido la política patria. A tenor de la efusividad de la instantánea, don Alfredo no parecía sentir el domingo noche la menor contradicción entre el hecho de haber apoyado tan secreta como activamente a Eduardo Madina, el perdedor de las primarias sociatas, para echarse al cuello del ganador nada más conocerse los resultados de la consulta. ¡Lo que cambian las cosas tras un simple cuenteo de votos!

Para que el mimetismo entre lo viejo y lo nuevo, entre el hombre que manejó los hilos del PSOE durante muchos años, con el nuevo y flamante líder de la formación, el gran Rbcb vestía también camisa blanca, como el propio Sánchez, generosamente desabrochada, como Sánchez, y remangada también al estilo de Sánchez. Identificación total. Camisa blanca de mi esperanza. Un genio don Alfredo, el más listo de lejos, un hombre a quien le horroriza la perspectiva de verse en el salón de su casa de Majadahonda preparando las clases de Química del día siguiente en la Complutense, y que necesita la política, el politiqueo, la conspiración permanente, como la droga para seguir viviendo.

La anécdota tuvo lugar en el Club Siglo XXI, esa cosa de diálogo muy venida a menos que ahora pastorea el exministro del PP y exalcalde de Benidorm Eduardo Zaplana. El pasado 24 de abril, al Club fue invitada bajo la fórmula del almuerzo-coloquio la socialista Elena Valenciano, ya metida de hoz y coz en campaña de cara a las europeas del 25 de mayo pasado, como cabeza de lista por el PSOE. Sentados codo con codo, el propio Zaplana y nuestro héroe, don Alfredo. Aunque el discurso de la diputada se hizo relativamente tolerable, la cosa empezó a ponerse complicada llegado el turno de preguntas. Porque ese suele ser el momento que los pelmas de rigor acostumbran utilizar para soltar su conferencia y epatar al personal que bosteza con la hondura de su pensamiento.

Uno de esos pesaos, personalidad bien conocida, tomó la palabra y empezó a disertar sobre esa revolución pendiente que para España y los españoles son los horarios, y que si los horarios españoles son un horror, que si tenemos que levantarnos antes, que eso de comer a las 3 de la tarde no cabe en cabeza humana, que si la productividad, que si la conciliación de la vida laboral con la familiar… Pesadito se estaba poniendo el buen hombre con ese discurso suyo que no hay madrileño de cierto pedigrí que no haya oído unas doscientas veces, y en esto que Zaplana, harto de lamentos, se vuelca sobre Rubalcaba y con el gesto de taparse la boca, le musita al oído:

-¿Te imaginas, Alfredo, que tuviéramos que estar en casa todos los días a las cuatro de la tarde…?        

-¡Me pego un tiro…!

La respuesta del político sonó de verdad como un tiro, involuntariamente diáfana, hasta el punto de ser captada con cierta nitidez por quienes compartían los asientos colindantes. Algunas risas ahogadas trataron de abrirse paso en derredor, porque más de uno entendió que aquella era la manifestación, en clave existencial, del estilo de vida de un político que morirá con las botas puestas, es decir, morirá en la política y haciendo política, en primera fila o en la retaguardia, porque no concibe la vida fuera de ella. Razón de más para que tantos ayer en el PSOE valoraran la foto de El País como la última maniobra del Fouché español, el hombre tenebroso dispuesto a servir a todos los líderes, a través de todos los regímenes. Hasta el instante final.

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