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El Buscón

El estupor de sus señorías con la delegación noruega que quería importar el AVE

El jueves, cuando todavía coleaban los enfrentamientos acaecidos a dos pasos, un puñado de diputados del Congreso pertenecientes a la Comisión de Fomento vivió una situación curiosa. Al mediodía, sus señorías se reunieron durante una hora con una delegación parlamentaria de la siempre ejemplar Noruega, uno de los países que abandera el modelo del bienestar nórdico. Pues bien, ¿qué querrían estos noruegos?

Las caras estupefactas de algunos diputados españoles, caso de Carmé Chacón, lo decían todo. Y es que el Gobierno de Oslo quiere lanzar un tren de alta velocidad en su territorio, no muy lejano en tamaño al de España pero extremadamente más frío y, lo más importante, diez veces menos poblado con 4,9 millones de habitantes. Esa es la intención que expresaron los representantes escandinavos, a los que era fácil reconocer entre sus homólogos ibéricos por su altura, su tez clara y la abundancia de cabellos rubios.

Algún que otro comentario irónico se dejó caer a la salida, cuando la delegación se había esfumado. “No hay suficiente masa crítica en Noruega para sostener un AVE”, comentó un diputado. Los noruegos no precisaron si su intención es conectar el agreste norte con el sur a través del cuello de botella que recorre el país. “Creo que lo quieren es un tren de alta velocidad en el sur, entre Oslo y la costa oeste, la de los fiordos, que viene a ser la zona más poblada”, sugirió otro diputado.

En cualquier caso, un kilómetro de AVE, como bien sabe el Ministerio de Fomento, cuesta en torno a 20 millones de euros. Ése también viene a ser el precio de un tren capaz de circular a 300 kilómetros hora. Sea cual fuere la intención de los vecinos del norte, dos certezas se imponen. Una, que Oslo, rico en recursos petrolíferos y gasísticos, cuenta con el segundo mayor fondo soberano a nivel mundial, dotado de 500.000 millones de euros, por lo que liquidez sí hay. Y dos, que las empresas españolas, Renfe incluida, saltarán a por los contratos millonarios en caso de que finalmente se dé el visto bueno a una infraestructura que muchos ven disparatada en un país como Noruega. 

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