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Ciencia

Cuando la divulgación es la terapia

Jesús Ángel Gómez: "La ciencia me gustaba, pero la cienciaterapia me apasionaba"

En la primera planta del hospital Niño Jesús de Madrid se oyen risas y aplausos. Es lunes por la tarde, estamos en la unidad de oncología infantil y detrás del cristal vemos a unos tipos con bata que se mueven de aquí para allá. Pero no son médicos, sino voluntarios de la asociación Cienciaterapia que dedican parte de su tiempo a divertir a los niños con experimentos científicos e intentar despertar su curiosidad. Esta tarde los chicos han hinchado un globo con el CO2, han echado una carrera con aerodeslizadores y han fabricado un pequeño tornado en una botella. Aunque empezaron mirando a los científicos con recelo, ahora gritan entusiasmados “¡otro, otro!” después de cada experimento.

Su actividad se extiende ya por 9 hospitales de España e implica a 45 colaboradores

A la sesión asisten Diego, Petro y Juanfran y, como dice una de las enfermeras antes de empezar, “vienen todos enchufados”, es decir, conectados a diferentes sondas para recibir su tratamiento. Los dos primeros tienen alrededor de cuatro años y Juanfran es un adolescente que tiene algunas buenas preguntas y una buena dosis de curiosidad. También asisten algunos familiares, que participan con entusiasmo de la actividad y se sorprenden tanto o más que los pequeños. “No solo lo pasan bien y se olvidan durante unas horas de su enfermedad y del tratamiento que están recibiendo, sino que aparte aprenden ciencia”, explica Jesús Ángel Gómez Martín, creador y coordinador de la asociación. Su actividad se extiende ya por 9 hospitales de España e implica a 45 colaboradores, científicos que dedican unas horas de su tiempo libre para intentar ayudar a los demás.

La idea de crear una actividad de divulgación en los hospitales la tuvo Jesús hace más de cuatro años, a partir de una conversación con su sobrina Andrea. Él había terminado la carrera de Química y la niña le desafió a mostrarle lo que era la ciencia de modo que ella lo pudiera entender. Cogieron material de la cocina y pasaron más de tres horas haciendo experimentos. “Andrea es un nervio, es imposible que esté cinco minutos sentada en una silla, y aquella tarde salió de casa hablando de moléculas y entusiasmada por la ciencia”, recuerda Jesús. “Aquello me impresionó”. Ahora él y sus compañeros han trasladado la fórmula a los hospitales y empiezan a ver que el modelo puede crecer gracias a las donaciones y ayudas.

“Tenemos una batería de ochenta experimentos”, apunta Jesús. “Todos cumplen con las normas de seguridad - nada de fuego ni sustancias peligrosas - y procuramos que sean materiales y reactivos de bajo coste”. El motivo es doble, no solo es menos caro, sino que los niños lo prefieren. “Vimos que les gustaba más si los experimentos los hacíamos con vinagre, bicarbonato y globos que si les presentábamos reactivos que no habían visto en su vida”, asegura. Los voluntarios reciben una formación específica no solo sobre como explicar los experimentos, sino sobre cómo tratar con los pacientes y cómo responder a determinadas preguntas. En cada hospital se lleva a cabo una sola sesión al mes y el motivo es doble: por un lado hay muchas asociaciones con actividades y por otro es importante que no se cree un vinculo afectivo entre los científicos y los niños.

Para Jesús, además de conseguir que los niños se relajen y que los padres y familiares puedan tomarse un rato para salir del hospital y darse una vuelta, es importante inculcar un cierto interés por la ciencia. “El día de mañana lo verán en el instituto y tendrán una idea diferente de qué es la física, qué es la química o la biología”, asegura. Mientras hablamos, los dos pacientes más pequeños miran absortos cómo se eleva una bola de pingpong con la corriente del secador y se queda flotando en el aire. Cuando son ellos mismos los que ponen la bola, su cara se ilumina de emoción. Arrancar una sonrisa a uno de estos críos, consumidos a veces por las horas de hospital, emociona a Jesús, igual que “ver a algunos pacientes que te dicen que quieren ser científicos porque quieren encontrar la cura a la enfermedad que tienen para que otros niños no pasen por ahí”, asegura. De momento, lo del gusanillo de la ciencia parece que funciona. Juanfran lleva 25 días sin salir del hospital y esta tarde empezaba su “permiso” para salir. Y ahí sigue, pegado a la silla y haciendo desaparecer en el interior en un vaso de acetona una barra de poliespán.

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