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Ciencia

Tres enfermedades raras y un final 'casi' feliz

Ignacio Vicente-Sandoval, Rosario Perona y Andrés Alonso el pasado miércoles en la Fundación Areces

De la enfermedad que investiga Andrés Alonso solo se conocen 100 casos en el mundo, dos de ellos en España. El síndrome PAPA es un trastorno del sistema inmune, un caso en el que el organismo desata la respuesta equivocada en el lugar equivocado y convierte la vida del paciente en un infierno. "Es una desregulación de la inflamación", explica Alonso, investigador del Instituto de Biología y Genética Molecular del CSIC. "Si a nosotros nos aparece un chichón cuando nos damos un golpe", resume, "a estos pacientes les aparecen chichones  esporádicos, sin causa aparente". La consecuencia es la acumulación de pus en las articulaciones, que requiere operaciones quirúrgicas y a menudo desemboca en la colocación de prótesis. Los casos son tan raros que los médicos tardan años en identificar el mal, mientras éste se agrava con el tiempo. 

"Lo habitual es que un niño vaya al médico porque se la ha hinchado una rodilla", explica Alonso a Next. "Lo primero que piensas es que se ha caído. Después aparece a los seis meses y esta vez ya no se ha caído, y piensas: a lo mejor es otra cosa. Y, mientras, la enfermedad va avanzando. En las enfermedades autoinflamantorias hay brotes, la tratas, la quitas pero vuelve a aparecer. Y a la vez hay diez o doce o quince enfermedades que tienen esos síntomas. En el síndrome PAPA hay tres síntomas claros pero ninguno es específico. Se acumula pus en las articulaciones, aparecen llagas por el cuerpo y se tiene mucho acné, pero éste se atribuye a la pubertad y pasa desapercibido.  Aparte de esto, los médicos no ven estas cosas todos los días, de modo que van tratando los síntomas que ven. Hay una inflamación y te da un corticoide. Hasta que empiezan a sospechar que hay algo más, pero eso puede llevar varios años".

La enfermedad que estudia Ignacio Vicente-Sandoval, del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa, afecta a una de cada 40.000 personas en el mundo. Se conoce como la enfermedad de Wilson y es un trastorno genético por el que las células no consiguen eliminar el cobre. Una proteína, conocida como ATP7B, no hace lo que debe y el cobre, en lugar de ser expulsado, se acumula en los tejidos. "El 95% del cobre que tomamos por la dieta, lo elimina el hígado por la bilis", explica Vicente-Sandoval. Como el cobre no sale del organismo, la enfermedad provoca trastornos del sistema nervioso central, como temblores, y el paciente solo tiene dos posibles tratamientos. "Impedir la absorción intestinal del cobre", asegura el científico, "o el trasplante de hígado".

Los enfermos de disqueratosis congénita empiezan a sufrir los síntomas desde la infancia. Con cinco o seis años de edad presentan manchas en la piel, muchas infecciones en la boca,  como llagas y aftas, problemas de crecimiento en los dientes y les crecen muy poco las uñas. Pocos médicos están capacitados para reconocer el verdadero problema. Los pequeños tienen una mutación genética que acorta los telómeros de las células de su sistema inmune, esto es: sus  defensas durarán menos que las de los demás. "Todas las células del sistema inmune", explica Rosario Perona, investigadora del Instituto de Investigaciones Biomédicas de Madrid, "se producen en la médula ósea, a partir de células madre. Si tienen los telómeros cortos significa que duran menos tiempo, es decir, deberían durar toda la vida pero en este caso empiezan a fallar muy pronto". La consecuencia es la aparición de una infección tras otra y el debilitamiento progresivo del paciente, que necesita un trasplante de médula y cuya esperanza de vida se acorta. 

Como en los casos anteriores, el diagnóstico en la medicina primaria es complicado, en principio se detecta simplemente que el niño tiene un problema de inmunodeficiencia, pero cada vez es más fácil que alguien dé con el camino para que Rosario analice la longitud de los telómeros y compruebe si se trata de la enfermedad. En España hay tres millones de personas que sufren una enfermedad parecida a las tres anteriores, un trastorno que casi nadie conoce y que conlleva un largo camino de consulta en consulta hasta que los médicos averiguan qué es. Se calcula que el 20% de los pacientes tardan hasta 10 años en ser diagnosticados, un tiempo precioso en el que el mal avanza sin que se tomen medidas específicas. En el 50% de los casos, además, estas enfermedades comienzan a manifestarse en la infancia.

Para atajar este problema, investigadores como Andrés, Ignacio y Rosario tratan de encontrar las causas y establecer los protocolos de reconocimiento temprano de la enfermedad. El camino que lleva a un científico a encontrarse con uno de estos trastornos es de lo más variado, pero lo habitual es que el estudio de una proteína concreta o de un gen, les lleve a interesarse por las enfermedades implicadas. "Nosotros estábamos investigando una proteína", nos cuenta Andrés Alonso, "y de pronto te pones a leer y te das cuenta de dónde te puede llevar". "Nosotros hemos llegado  a la enfermedad de Wilson a través del estudio de los mecanismos del tráfico de proteínas en la célula", resume  Vicente- Sandoval. Estudiaban cómo se evacuaba el cobre y el gen implicado es el que no funciona bien en los pacientes con la enfermedad de Wilson. 

El caso de Rosario Perona es especialmente llamativo porque estudiaba la telomerasa en el contexto de la investigación contra el cáncer y vio las implicaciones que tenían en determinado tipo de enfermedad. "Encontramos un péptido, llamado gestelmir, que protege la telomerasa", explica, "y empezamos a ver que la proteína de la que procede estaba mutada en enfermos con disqueratosis congénita. Tiramos del hilo hacia atrás y decidimos probar". La molécula que estudia Perona, por resumirlo brevemente, revierte los problemas de crecimiento de la telomerasa encontrados en estas células de los enfermos de disquerosis. El proceso ha culminado con el desarrollo de un fármaco, GestelmirTM, que ha sido aprobado por la Agencia Europea del Medicamento (EMA) como medicamento huérfano para el tratamiento de esta dolencia. Los siguientes pasos son las pruebas en animales y la aprobación de un ensayo clínico, y si todo va bien, podría tratarse del primer tratamiento aprobado en el mercado. Y no solo eso, Perona se muestra optimista y cree que quizá podría aplicarse a otras enfermedades, como son la fibrosis pulmonar idiopática, la ataxia telangiectasia, la anemia aplásica y la distrofia muscular de Duchenne.

Los enfermos y sus familias seguirán teniendo un gran sufrimiento, pero al menos algunos de los casos tendrán un primer tratamiento para la enfermedad. Como resume Antonio Figueras Huerta, vicepresidente de Investigación Científica y Técnica del CSIC, "tan importante como la investigación es que los pacientes y sus familias sepan que hay gente trabajando en su enfermedad". Las investigaciones de las tres enfermedades de las que hemos hablado han sido sufragadas por el CSIC y son parte de los 53 proyectos entre los que la Fundación Areces  ha distribuido más de cinco millones de euros en ayudas desde 2007. Una valiosa aportación en un sistema de investigación que se desmorona por decisiones políticas. "Más que enfermedades raras, durante mucho tiempo podíamos haber hablado de enfermedades abandonadas, porque muchas veces se ha dejado de investigar por intereses económicos", resume el investigador Vicente-Samdoval. "Y conviene recordar", resalta, "que no se trata de que la sociedad tenga un acto de generosidad con estos enfermos, sino que tienen derecho a que alguien les asista y trate su enfermedad".

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