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Ciencia

A derecha y a izquierda

Aunque en ciencia, como hemos visto, no es posible dar por definitivamente probadas y, por lo tanto verdaderas, las teorías o hipótesis con las que nos manejamos, sí es posible considerar que un buen número de ellas se encuentran firmemente establecidas. De hecho, a efectos prácticos, en la mayoría de los casos la distinción es irrelevante. Esas teorías o hipótesis que consideramos firmemente establecidas son los mejores modelos con que contamos para representar la realidad y hacer predicciones, o son las mejores explicaciones del conjunto de fenómenos que observamos en relación con una faceta de la realidad que queremos comprender. La comunidad científica ha llegado en esos casos a consensos extraordinariamente amplios y muy sólidos. 

Muchas de las ideas anticientíficas tienen un sustrato ideológico. 

Pues bien, como es sabido, siempre hay individuos o grupos que se desmarcan de esos consensos. Hay, por ejemplo, personas que sostienen que la Tierra es el centro del Universo, o que las especies de seres vivos fueron creados mediante un acto de creación singular y que desde el momento en que se produjo ese acto, su anatomía y fisiología no han variado en absoluto. Y en ocasiones, no se trata de unos pocos individuos, de personajes anecdóticos, extravagantes o, sencillamente, de excepciones singulares. En algunos casos son grupos sociales amplios los que sostienen ideas contrarias a las que han sido objeto de amplísimo y sólido consenso por parte de la comunidad científica. En muchas ocasiones, si no en la mayoría, esas actitudes tienen un sustrato eminentemente ideológico, incluyendo, por supuesto, la religión. Además, es habitual que quienes sostienen posturas contrarias a la ciencia desde algún punto de vista ideológico tiendan a atribuir ceguera a sus oponentes, a la vez que los oponentes pueden hacer lo propio desde la otra orilla. Todo esto resulta francamente divertido. 

En el campo conservador hay dos asuntos acerca de los cuales no suele aceptarse lo que se considera conocimiento establecido. Uno es la teoría de la evolución de las especies por selección natural, y el otro, el origen antropogénico del cambio climático. No quiero expresar que todas las personas y fuerzas políticas de esa ideología u orientación se opongan a la veracidad o al valor de lo que la comunidad científica considera bien establecido en esos campos, sino que hay un alto número de personas de esa ideología que piensan así o se pronuncian de ese modo. 

En el campo conservador se combate la idea de cambio climático y la teoría de la evolución. 

La negación del cambio climático, en sus diferentes modalidades, está vinculada al campo conservador sobre todo en los Estados Unidos, donde tiene mucha influencia política. Tiene además implicaciones importantes en términos de políticas públicas y para ciertos sectores industriales, y cualquier medida que se tome en ese país al respecto tendría importantes consecuencias, tanto dentro como fuera de Norteamérica. La base ideológica está aquí relacionada con lo que podría considerarse una visión “optimista” del mundo, según la cual la naturaleza no tiene límites, ni desde el punto de vista de la disponibilidad o existencia de los recursos naturales, ni de la capacidad para asimilar la influencia de las actividades humanas. Esa visión optimista, junto con el hecho de que los efectos que se le atribuyen al cambio climático nos remiten a un futuro que se percibe como indefinido, neutraliza el peso de los argumentos y datos en que se basa el consenso científico al respecto. 

Y el otro gran tema es el de la evolución. Gran parte de la derecha norteamericana tiene un sustrato religioso muy fuerte, y en varias confesiones protestantes la Biblia es interpretada en su literalidad, o dejando un margen muy estrecho -o ningún margen- a la interpretación. Los seguidores de esas religiones consideran que los seres vivos y el mundo entero son el resultado de un acto de creación divino, aunque esa creencia la expresen mediante fórmulas que buscan emular la jerga científica, como la del “diseño inteligente”. Son creacionistas. De un modo u otro, niegan la evolución de las especies basada en mecanismos materiales y no dirigida. Quienes así piensan tratan, además, de que el credo creacionista sea incluido con rango de teoría científica para su enseñanza en la escuela. Se trata de una pretensión de muy hondo calado, ya que si llegasen a tener éxito en sus propósitos, el conocimiento científico y la racionalidad retrocederían de manera alarmante en la enseñanza en uno de los países más avanzados del mundo y que es origen, además, de la mayor parte del conocimiento científico y tecnológico que ha cosechado la humanidad en el siglo XX. La base aquí es evidente, es la religión, y también suele encontrarse muy ligada a los sectores ideológicos más conservadores, sobre todo en el campo republicano. 

La izquierda está impregnada de desconfianza hacia la tecnología y de relativismo.

Las actitudes anticientíficas de las personas y movimientos de izquierda tienen, en mi opinión, tres componentes principales. Están, por un lado, los que han incorporado en su bagaje ideológico las propuestas y visión del mundo de ciertos movimientos ecologistas. Se oponen al progreso por los supuestos efectos de ciertas tecnologías sobre la salud de las personas y del medio ambiente. A modo de ejemplo, podemos incluir en esa categoría la oposición a los organismos modificados genéticamente o a las antenas de telefonía móvil, aunque no hay evidencia científica que avale la peligrosidad que se atribuye a esas tecnologías. Quienes defienden esas posturas suelen invocar el hecho de que son fuente de enriquecimiento para las empresas que las fabrican y comercializan, y que sus intereses se anteponen a otras consideraciones, incluidas las relativas a la salud de las personas o del medio ambiente. 

Un segundo componente, frecuente también en personas de izquierdas, es una actitud favorable, genéricamente, a lo alternativo, a lo que se opone al sistema. Lo convencional, lo oficial, estaría promovido por el poder y, como al poder se le atribuye el estar al servicio de intereses ocultos, no estaría al servicio de los intereses de las personas. Por todo ello cuestionan que lo oficial sea válido, y recurren a lo alternativo, en la confianza de que eso alternativo, al no estar “contaminado por intereses bastardos”, sea más eficaz. Consideraciones como esa suelen estar en la base de la popularidad de ciertas terapias y de la oposición, por ejemplo, a las vacunas

Y por último, está la influencia del relativismo cultural y el pensamiento posmoderno, movimientos muy populares en ciertos ámbitos de la izquierda, principalmente en Francia y los Estados Unidos, durante el último cuarto del siglo XX. Los relativistas culturales predican la igualdad de estatus y validez de todas las culturas y, con esa base, critican la pretensión “occidental” de la superioridad del conocimiento científico sobre otras formas de conocimiento; según ellos, esa pretensión no se justifica. El pensamiento posmoderno está basado en parte en el relativismo cultural. De acuerdo con esa corriente de pensamiento, la ciencia no sería más que una construcción social, producto de un momento histórico y de unas circunstancias sociales y personales determinadas, y por ello no puede pretender arrogarse un carácter objetivo. En sus versiones más extremas llegan a negar la existencia de una realidad objetiva. Y por supuesto, nunca sería aprehensible. 

En definitiva, a la vista de un arco ideológico tan amplio detrás de las actitudes anticientíficas, está claro que no son monopolio de unos o de otros. Las hay a la izquierda y las hay a la derecha. En todos los casos son la consecuencia de una cierta preeminencia de las consideraciones ideológicas sobre la racionalidad. Y por ello, la defensa de la ciencia no debe estar vinculada a una u otra ideología. No debe basarse en una de ellas, ni tampoco estar a su servicio.

*Juan Ignacio Pérez es coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la Universidad del País Vasco y colaborador de Next.

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