Quantcast

Ciencia

Altamira, un 'mea culpa' de la ciencia

Una escena de la película "Altamira" en la que Sautuola recibe el rechazo de Cartaihlac

En septiembre de 1880, cuando Marcelino Sanz de Sautuola acudió al Congreso Internacional de Antropología y Arqueología Prehistórica de Lisboa para relatar los descubrimientos que había hecho en la cueva de Altamira, se encontró con el desprecio y desconfianza de los científicos, para quienes parecía inconcebible que unas pinturas como aquellas hubieran sido pintadas por el hombre primitivo. El prehistoriador francés Émile Cartailhac, una de las figuras más prestigiosas de la época y a quien don Marcelino había acudido en busca de ayuda, abandonó airadamente al reunión al considerar que aquello debía ser una tomadura de pelo o una falsificación.

Sautuola recibió el desprecio y desconfianza de los científicos

Lo que escamaba a Cartailhac y sus colegas era la posibilidad de que aquello fuera un ataque a las ideas de la evolución, recientemente divulgadas por Darwin, para intentar ridiculizar sus posturas desde el creacionismo. Si el hombre había evolucionado  progresivamente, pensaban, resultaba paradójico que los trogloditas del paleolítico hubieran sido capaces de realizar aquellas portentosas pinturas. El propio Darwin había descrito a los nativos de Tierra de Fuego, con los que se topó en su viaje con el Beagle, como criaturas salvajes y desconfiadas que apenas poseían arte alguno, de modo que el hallazgo de Altamira tenía que ser falso. A Cartailhac, además, un buen colega le había advertido de la posible existencia de un plan de la Iglesia para poner en cuestión las ideas evolucionistas.

La película "Altamira", dirigida por Hugh Hudson (Carros de Fuego) y con Antonio Banderas como protagonista, refleja esta pelea entre dos fuegos por parte del descubridor de las cuevas. De un lado la oposición de la Iglesia - que no veía con buenos ojos aquellos hallazgos que ponían en duda la Creación - y del otro la férrea oposición de los arqueólogos, para quienes aquel hallazgo no encajaba en las teorías del momento.  Aunque la película recrea y exagera algunos estereotipos de una manera muy 'hollywoodiense' - la figura del cura malvado es infumable - entre sus aciertos está reflejar un aspecto poco conocido de la ciencia, como es el hecho de que a veces sean los propios científicos los que actúan de limitadores o de barrera, más que las religiones o los prejuicios de una época.

En su libro Setting Aside All Authority, por ejemplo, el físico Christopher M. Graney explica cómo fueron los postulados 'científicos' y no los religiosos los que más combatieron la tesis heliocéntrica de Copérnico y posteriormente de Galileo. Durante mucho tiempo, el sistema tolemaico de esferas seguía explicando mejor algunas observaciones planetarias, y existían elementos para que Tycho Brahe considerara más aceptable la teoría geocéntrica con matices que una teoría heliocéntrica. De la misma forma, William Thomson, más conocido como Lord Kelvin, se basó en cálculos científicos - y erróneos - para estimar una edad de la Tierra que se acercaba más a la visión bíblica que a las estimaciones de Lyell y otros geólogos, una visión que el descubrimiento de la radiactividad tiraría por tierra.

La ciencia contra la ciencia

En abril de 1982, Dan Shechtman observaba una serie de cristales al microscopio cuando observó algo que no parecía posible. “Conté diez puntos y me dije ¡no puede ser! - recuerda.  Lo que Shechtman estaba viendo en su microscopio era una simetría rotacional de orden 5, lo que no podía ser porque incumplía todo lo que se conocía sobre la estructura de los átomos. Así que se siguió investigando en busca de un posible error. "Durante un par de años estuve solo, fui ridiculizado, fui tratado muy mal por mis colegas", confesó más tarde. "Y el jefe de mi laboratorio vino a mi mesa riéndose, me puso un libro encima y me dijo "Danny, ¿has leído eso? Dice que esto es imposible”. Unas décadas después, en el año 2011, Shechtman recibió el premio Nobel de Química por el descubrimiento de los cuasicristales.

La historia de la ciencia está plagada de momentos en que el descubrimiento de algo novedoso e inesperado es recibido con agrias críticas por parte de los científicos contemporáneos del descubridor. Así sucedió con el hallazgo de los priones, de la bacteria Helicobacter o la hipótesis de las auroras polares desarrollada por Kristian Birkeland, el genio noruego a quien la comunidad científica denostó durante años y al que la historia – y los satélites- terminaron dando la razón. Algo parecido le sucedió al alemán Alfred Wegener, que adelantó la teoría de la deriva continental y fue ridiculizado, y a Lynn Margulis quien solo despertó las risas de sus compañeros cuando propuso la hipótesis de la endosimbiosis, actualmente aceptada.

La historia de Marcelino Sanz de Sautuola es en cierta manera la de otro descubridor maltratado e incomprendido hasta que la historia le hizo justicia. Pero es también un ejemplo de que, con sus disputas, mezquindades y partes oscuras, la ciencia tiene un antídoto contra el dogmatismo y la intolerancia, que es su capacidad para corregir. Durante años, el obstinado Cartailhac siguió defendiendo que Altamira no era más que una burda falsificación, desoyendo algunas voces de científicos que le invitaban a ver las pruebas por sí mismo. Pero el hallazgo de nuevas cuevas en el sur de Francia y de pinturas similares a las encontradas en Altamira fue abriendo poco a poco los ojos al científico, quien en 1902 no tuvo más remedio que admitir su error y rectificar públicamente.

“Soy partícipe de una injusticia que es preciso reconocer y reparar públicamente”

En uno de los documentos más bellos de la historia de la ciencia – por lo que significa en cuanto a humildad y capacidad de rectificación – el arqueólogo francés admitió haber sido completamente injusto con Sautuola. "Soy partícipe de un error, cometido hace veinte años, de una injusticia que es preciso reconocer y reparar públicamente", escribió. El artículo se publicó en la revista 'L'Anthropologie' con el subtítulo “La caverna de Altamira, España, mea culpa de un escéptico” y en él  Cartailhac admite haber sido mal asesorado por alguien cercano que le advirtió que se trataba de una jugada de la Iglesia contra los prehistoriadores franceses. “Me escribieron: 'desconfía de los clericales españoles'. ¡Y yo desconfié!", anota. Aun así no pone excusas y admite que Sautuola había sido prudente y que todas las dudas expuestas sobre la autenticidad de las pinturas, ya no se sostienen. "Es necesario inclinarse ante la realidad de un hecho, y, por lo que a mí concierne, tengo que hacer justicia a M. de Sautuola".

Unos años después el arqueólogo visitó Altamira en persona y se convirtió en un entusiasta de las pinturas, pero ya era un poco tarde: don Marcelino había muerto hacía mucho tiempo. A pesar de todo, su artículo se cierra con unas líneas que realzan el valor de la rectificación y la capacidad de la ciencia para abrir nuevas fronteras, a pesar de los prejuicios de cada época. "Hoy estamos más acostumbrados a las sorpresas", concluía el francés. "Nuestra juventud creía saberlo todo, pero los descubrimientos […] nos demuestran que nuestra ciencia, como las otras, escribe una historia que nunca será terminada, pero donde el interés aumenta sin cesar”.

* Para conocer algunos detalles más recomiendo la lectura de “El escéptico que se equivocó en Altamira”, publicado por Julio Arrieta en El diario montañés  y del libro “Altamira, historia de una polémica”, publicado por el historiador José Calvo Poyato en Stella Maris. El artículo original de Cartailhac está disponible en academia.eu.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.