Quantcast

Cultura

Del hachís de Napoleón al yihadismo yonqui: una historia de la guerra y las drogas

Esta Historia de las Drogas y la Guerra recorre desde la antigüedad hasta el mercado bélico de Captagón, la droga que consume ISIS.

No avanzan de forma paralela. En realidad se solapan. Desde la antigüedad, las sustancias químicas y la guerra  sostienen una relación casi sinérgica que Łukasz Kamieński explica en su ensayo Las drogas en la guerra (Crítica), un recorrido histórico que abarca desde el uso de alcohol en la Guerra de Troya o el consumo de hachís de las tropas Napoleónicas en Egipto hasta las atrocidades de la Guerra de Vietnam cometidas, en buena medida, gracias al exceso de estupefacientes. Eso es este libro: una historia de la intoxicación como arma de guerra e incluso la propia batalla como una droga.

El libro fue publicado originalmente en 2014 por Kamienski, profesor de la Facultad de Estudios Políticos e Internacionales. Se divide en tres grandes partes. La primera cubre desde la época pre moderna hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, y en la que que documenta casos como bebedizos alucinógenos o el uso de opiáceos, hasta costumbres como las de los guerreros siberianos, quienes, en vísperas de una batalla, bebían su orina justo después de ingerir el hongo Amanita. Les infundía valor y mitigaba su miedo a la muerte. No importa el siglo. Todos los soldados buscan lo mismo: espantar la incertidumbre sobre si triunfará o fracasará, si  sobrevivirá o no a la prueba definitiva del combate.

No importa el siglo. Todos los soldados buscan lo mismo: espantar la incertidumbre y el miedo a la muerte

La segunda parte del libro está dedicada exclusivamente a la guerra fría y abarca la guerra de Corea , la guerra de Vietnam  y la guerra afgano-soviética , a lo largo de las cuales describe y da detalles de los experimentos con agentes psicoactivos , especialmente los que realizaron las fuerzas armadas estadounidenses  con humanos. Aparecen muchas referencias y episodios, uno de los más curiosos –que no el más sanguinario, porque los hay- fue el uso del llamado suero de la verdad. El tercer apartado se desarrolla en la época actual. Y puede que sea uno de los más escalofriantes, ya que Łukasz Kamieński  detalla el uso de drogas en los grupos armados irregulares: insurgentes, terroristas o carteles de la droga, así como la utilización de niños soldados que combaten drogados. 

Esta historia de la intoxicación comienza con el alcohol, el favorito de numerosas civilizaciones, con excepción del Islam. Ha sido la droga más popular de cuantas han empleado los ejércitos. Se usaba con varios objetivos: para mitigar la conductas de evitación del miedo pero también como estimulante, para aliviar el estrés de la batalla e infundir valor, además de resarcir los efectos de estrés. En dosis moderadas fue considerado un elemento  eficaz, aunque es cierto que Kamieński refiere algunos excesos, tal fue el caso de los hoplitas  quienes normalmente se excedían con la bebida antes de la batalla y a menudo entraban a la refriega borrachos.

Durante la batalla de Austerlitz (1805) las divisiones de infantería recibieron una triple ración de brandi, a 250 mililitros por hombre

El uso de alcohol como principal químico es común a todas las culturas. Por ejemplo, los aztecas bebían un brebaje llamado “pulque” hecho con sirope de agave fermentado. La crónicas medievales que cita Kamieński  consignan que, en los momentos recios de la batalla de Hastings del año 1066, los caballeros del rey Haroldo II estaban tan exhaustos por la larga marcha  que se pasaron casi toda la noche bebiendo con desenfreno e incluso cuenta  cómo durante la Guerra de los Cien Años  los soldados franceses, que bebieron en exceso antes de a batalla de Agincourt en 1415, fueron finalmente aplastados por las fuerzas inglesas-. Las dosis de alcohol llegaron a ser una provisión tan importante como las armas o la munición. Durante la batalla de Austerlitz (1805) las divisiones de infantería recibieron una triple ración de brandi, a 250 mililitros por hombre. Eso sin mencionar el poder del ron, ya usado. Se calcula que en la segunda mitad del siglo XIX los 36.000 hombres del ejército británico consumían unos dos millones de litros de ron al año. Ya en la década de 1760, la ración de ron de las fuerzas desplegadas en las colonias americanas era de media pinta por soldado y día, lo que equivales a unos 87 litros por hombre al año.

Durante la guerra de Independencia, George Washington, comandante en jefe del Ejército Continental,  estaba firmemente convencido de que el alcohol era una provisión indispensable y que las tropas debían disponer de él con regularidad. Por eso cuando en 1777 el suministro de ron de sus tropas sufrió un retraso, Washington envió una carta urgente al congreso continental en la que argumentaba que los beneficios derivados del uso moderado  de licores de alta graduación  han sido constatado en todos los ejércitos y no debían cuestionarse. El alcohol ha seguido utilizándose en todas las guerras. En el libro destaca un testimonio autobiográfico de un combatiente alemán en el frente oriental:  "El vodka purga el cerebro y dilata las fuerzas. Con ello olvido que llevo siete pedazos de metralla en el cuerpo", escribe  Guy Sajer  en las páginas de El soldado olvidado (1971).

"El vodka purga el cerebro y dilata las fuerzas. Con ello olvido que llevo siete pedazos de metralla en el cuerpo"

El uso del alcohol como forma de intoxicación es tan remota como el de sustancias que alteraran los estados de percepción y conciencia. Lo refiere Kamieński  con la leyenda de los de los asesinos comedores de hachís, el uso de alcaloides en distintos ejércitos hasta  la hoja de coca en Sudamérica. Desde cómo afectó el hachís a los soldados de Napoleón Bonaparte durante la campaña francesa en Oriente hasta el papel de la cocaína en la Primera Guerra Mundial y el uso generalizado de anfetaminas y metanfetaminas durante la segunda guerra mundial. Tan sólo dar una relación de los estupefacientes en la guerra de Corea y Vietnam equivaldría a páginas y páginas. Sin embargo, un capítulo llama especialmente la atención en este libro: el uso actual de la droga entre los grupos terroristas.

La droga conocida como Captagon o Fenetilina es uno de los estimulantes favoritos del Estado Islámico. Sus efectos son potentísimos. Cuando el cuerpo metaboliza esta droga sintética inventada en 1961 se genera metanfetamina y teofilin, es decir, actúa como una anfetamina. Es una droga de combate: mitiga el miedo, suprime el dolor y es altamente adictiva, lo cual hace que su consumo sea cada vez más necesario. Tras su prohibición en los años ochenta se generó todo un mercado bélico de Captagón. “En cierto sentido, los miembros de ISIS son un  ejército de yonquis yihadistas. Están enganchados por igual a la yihad y al Captagón", escribe el profesor e investigador.  

"Los miembros de ISIS son un  ejército de yonquis yihadistas. Están enganchados por igual a la yihad y al Captagón"

Esta edición de Crítica dedica también un apartado a los llamados Niños Soldados, cuya presencia en la guerra –aún siendo también antigua- se ha convertido en un elemento típico de los grupos insurrectos: son fáciles de captar y manipular; consumen menos alimento que un adulto y suelen ser mucho más violentos. El suministro de sustancias de alteración de conciencia se convirtió en una práctica habitual en el Frente Revolucionario Unido en Sierra Leona. Incluso para que su efecto fuera más directo y rápido, solían administrarla a través de cortes en la piel, de forma que la sustancia actuara de forma más rápida. Eso los convertía en verdaderas máquinas de matar. 

Las drogas en la guerra, de Lukasz Kamienski, publicado por Crítica.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.