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Cultura

El abanico como primer artefacto constitucional

Uno de los abanicos que integran la colección del Museo del Romanticismo, en Madrid.

A los hombres y mujeres los iguala la ley, un sustantivo muy señalado en una fecha como esta: el trigésimo noveno aniversario de la promulgación de Constitución española de 1978. Sí, la legislación iguala de la misma forma en que lo hacen la adversidad o el lenguaje, esa urdimbre que dota de significado hasta las expresiones más cotidianas. Todo gesto, por nimio que sea, es político. De ahí que el abanico, por anacrónico que parezca, conserve todavía su gramática de la discreción y la urbanidad hasta convertirlo en un primer acto constitucional.

El abanico, por anacrónico que parezca, conserva todavía su gramática de la discreción y la urbanidad hasta convertirlo en un primer acto constitucional

¿Tanto así? ¿Qué tiene de constitucionalista un artefacto como éste? Mucho, sólo es necesaria una  visita al número trece de la madrileña calle de San Mateo, en el palacio del marqués de Matallana, actual sede del Museo del Romanticismo, para comprobarlo. La colección de abanicos conservados en esta institución ofrece un repaso a las alegorías ciudadanas de las que se valieron algunos para reivindicar determinadas posiciones ideológicas, como si de la más sutil forma de propaganda se tratara.

A lo largo de una visita a conciencia de la colección del Museo del Romanticismo se podría trazar un mapa de las constituciones españolas. Sobre pequeños trozos de seda se han impreso desde las encarnaciones de la ley hasta elaboraciones algo más complejas de su espíritu moderno. Muchos de los abanicos que hoy se exponen en las salas de este museo  fueron realizados en el Trienio Liberal. La Carta Magna de 1812 posee alegorías femeninas desplegadas en estampados, varillajes y demás padrones de carey. Sí, la ley mitiga algunas asfixias. No hay que olvidar que la primera constitución española nació en una ciudad sitiada.

Abanico de la colección del Museo del Romanticismo.

Además de la gaditana, La Pepa, hay otras seis constituciones en la historia de España y cuyas portadas se exhiben en el museo y de las que convendría citar, por ejemplo, la de 1837; la Constitución de 1845, surgida al concluir el periodo de regencias y declararse la mayoría de edad de Isabel II; la de 1869, de corte liberal, donde se establece la soberanía nacional; la de 1876, la de la restauración. Todas y cada una de ellas cobraron forma en una nueva simbología, una iconografía cuya modernidad -esa primer lógica del 'merchandisig'- sorprende por su vigencia: desde pequeñas cajas polveras conmemorativas de la Jura de Fernando VII a la Constitución de 1812 hasta otros artilugios más convencionales, como los grabados. 

Todavía hoy se conservan dos polveras con la Constitución de 1812. Estas dos cajas de forma circular fueron realizadas para albergar en su interior sendos ejemplares de la Constitución de 1812. Se denominaban polveras porque al parecer una dama gaditana se encargó de difundir la Constitución de 1812 escondida en tan discreto complemento. Posteriormente se realizaron diversas ediciones del texto en formato circular con unos estuches que recordaban a ese artefacto del tocador  femenino.

Polveras con la Constitución de 1812.

Entre 1833 y 1868 se gestó un agitado proceso revolucionario  en España, que sustituyó el régimen señorial en crisis por un nuevo sistema que supuso una transformación profunda de las bases económicas y sociales y afectó a la forma de propiedad, a los sistemas de trabajo y producción y a la situación de las clases sociales. Son los años en los que emerge una burguesía comercial, financiera e industrial, que implanta su ideal de vida que transmite buena parte de sus valores en esa colección de pequeños objetos.

Estos objetos encarnan una nueva simbología, una iconografía cuya modernidad -esa primer lógica del 'merchandisig'- sorprende por su vigencia

La revolución liberal burguesa influyó decisivamente en el arte, no sólo por los cambios socioeconómicos que introdujo, sino también por la aparición de un nuevo estilo de vida, que tendrá su reflejo artístico en el cambio de gusto que provocó y que puede verse aquí en todo: desde las miniaturas hasta los abanicos como gesto cotidiano de un proceso más profundo y soterrado que irrigaba los gustos y opciones políticas de muchos ciudadanos.

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