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Cultura

Woody Allen: volver a Coney Island, esta vez como tragedia

Woody Allen, en Coney Island, durante el rodaje de Wonder Wheel.

Esta es su película número 48. Él tiene 82. Si su edad encierra casi un siglo de genialidad, su filmografía encuaderna una enciclopedia del estropicio. Algo que, aún siendo terrible, redime. Esta semana llega a los cines Wonder Wheel (distribuida por A contracorriente films), una película en la que Woody Allen regresa a Coney Island, ese lugar donde creció Alvy Singer, su alter ego en Annie Hall, y que en esta oportunidad se convierte –en orden inverso, acaso- en el escenario  de un drama. Los personajes de esta historia resumen buena parte del retablo de la tragedia americana del siglo XX: las ilusiones abocadas al fracaso de Richard Yeats; la naturaleza brutal y excesiva de las criaturas de Tenneesse Williams o la asfixia de los ambientes afectivos de Eugene  O’Neill, a quien Woody Allen cita en boca de uno sus personajes en esta entrega.

Wonder Wheel  está ambientada en los años 50. Ginny, una camarera con sueños frustrados de actriz (Kate Winslet) consume su vida atrapada en el matrimonio con Humty (Jim Belushi), un hombre rudo y arrancado de toda sensibilidad. Acaso porque todo en este tipo de situaciones sólo puede ir a peor, Ginny conoce a Mickey (Justim Timberlake), un joven y atractivo salvavidas –que aspira a ser escritor- y hace las veces de narrador de la historia. Ambos sostendrán un amor de verano. Sin embargo, la llegada de Caroline, la hijastra Ginny, precipita la fatalidad. La chica huye de unos mafiosos, pero su presencia eclipsa bastantes otras cosas.

Wonder Wheel tiene el espíritu de la tragedia americana del siglo XX:  Richard Yeats, Tenneesse Williams o la asfixia de Eugene  O’Neill

La crítica no ha sido del todo generosa con Woody Allen en esta ocasión. En cambio sí lo ha sido con Kate Winslet, a quien se ha elogiado de forma unánime su interpretación de esta maltratada mujer a quien la vida y la suerte se empeñan en castigar sin miramientos. Los aplausos también van dirigidos en esta película a Vittorio Storaro, director de fotografía con el que Woody Allen ha trabajado ya en otras ocasiones, y que en esta oportunidad ha teñido por completo al película con un acabado saturado que propicia el efecto tecnicolor estetizante que algunos sin embargo encuentran excesivo.

El estreno de esta película coincide con las denuncias por acoso sexual en Hollywood, un tema que aún sobrevuela sobre Woody Allen, quien hace unos años fue acusado de violación por su hija adoptiva. El testimonio de decenas de actrices contra el productor  Harvey Weinstein por intimidación y abuso han enturbiado el ambiente. En ese estanque Allen tiene todas las papeletas para hundirse: porque si ahora sobre todos se cierne la sospecha -a Meryl Streep se le acusa de callar-, sobre él mucho más. Porque ha sido señalado en el pasado. En las entrevistas de promoción concedidas a la prensa por Wonder Wheel, el director se ha negado a contestar cualquier pregunta sobre el particular. Es el único tema vetado.

En estos días cuesta leer el nombre de Woody Allen en la prensa sin encontrarlo lleno de espinas. Los periodistas dan rodeos, con cierta incomodidad. Como si fuera un cardo en lugar de un creador. O como si las ganas de acusarlo se impusieran –acusarse encima, casi-. Woody Allen es como su cine: contradictorio, atípico. Alguien que es idéntico a aquello de lo que se burla: un neurótico que se mofa del psiquiatra, un judío guionista que se ríe de los rabinos productores de cine. Alguien que nos hace reír estropeándonos el gesto. Un Saul Bellow de finales de siglo... aunque ya estemos en el siguiente. 

Existe en Allen algo oscuro –incluido el humor- y a la vez genial. Su complejidad lo protege de lo previsible; lo engrandece y lo condena. Y esta vez, parece, su propia naturaleza lo condena por adelantado. Ser lo que se retrata no siempre sale gratis. Y hay algo en el espíritu de Woody Allen que lo asoma más profundamente a las mujeres que retrata, ya sea en un plano secundario o en un segundo plano: Annie Hall (1977); Hannah y sus hermanas (1987) y Balas sobre Broodway (1994); Poderosa Afrodita (1995)  o incluso Blue Jasmine.

Woody Allen es como su cine: contradictorio, atípico. Alguien que es idéntico a aquello de lo que se burla. Su propia naturaleza lo condena por adelantado

Su cine, culto pero jamás pretencioso; disparatado y a la vez lúcido, se identifica gracias a los temas fetiche de Allen: las mujeres, las relaciones, las infidelidades, la muerte, la religión judía, el cine, el jazz, la magia, el psicoanálisis y el sexo. Amante del humor de los Hermanos Marx y de Bob Hope, y con una fuerte influencia de Ingmar Bergman y Federico Fellini, es dueño de una filmografía asombrosa. Con casi un estreno por año. De ahí que hacernos reír y que sacudir en este tipo de historias de fatalidad se le da de manera tan natural: porque la carcajada siempre antecede a la tragedia.

Si vida personal, siempre polémica, también ha sido atípica. Hasta para escandalizar ha sido díscolo. El Allen más joven acostumbraba a trabajar con sus parejas actrices: Diane Keaton, Mia Farrow, Louise Lasser. A comienzos de los noventa, dejó a Mia Farrow para casarse con Soon-Yi, una de las hijas adoptivas. Ocurrió en 1992. Le llevaba 35 años y el romance se había cocido en el fuego lento del hogar. Pero no fue la única vez. En 2014, otra de las hijas adoptivas de Woody Allen, Dylan Farrow, lo acusó de abusar de ella sexualmente cuando era una niña. Lo hizo en una carta abierta publicada en el blog del periodista del diario estadounidense The New York Times, Nicholas Kristof.

En esta película, Wonder Wheel, la rueda de la fortuna, gira sola hacia la fatalidad: la de sus personajes y la del mundo donde se mueven. Ya lo decía Alvy Singer, en ocasiones hay problemas para distinguir la realidad de la fantasía. Eso podría ocurrir, acaso, con esta película. Vuelve Woody Allen a Coney Island. Y lo hace … en forma de tragedia.

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