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Cultura

Ya no es el lumpen que se aburguesa, es la burguesía la que se arrabaliza

El escritor Walter Siti plantea cómo ya no es la burguesía la que influye en el lumpen. El proceso es contrario.

Los personajes que habitan el edificio de la Via Vermeer, en Roma, podrían ser los que habitan cualquier suburbio. Un lugar en el que todo es excesivo. En sus nueve plantas se mezclan las familias tradicionales con los inmigrantes extracomunitarios que llegan a la ciudad; también el  joven profesional que busca alquiler barato con el camello o el eterno aspirante a participar en Gran Hermano. Ese es el escenario de El contagio (Entreambos), una novela en la que el italiano Walter Siti elabora un retablo de la Roma actual. Se trata de una novela coral. Un artefacto que mezcla la realidad y ficción, la autobiografía y los apuntes sociológicos, y en la que Siti aporta una imagen de la Italia contemporánea, al mismo tiempo que retrata una parte del conflicto de Europa.

En esta novela coral, Siti da voz a los vecinos de un edificio para retratar lo que ocurre en la Italia, y acaso, en la Europa contemporánea

En  las páginas de El contagio, Siti da voz a los vecinos de un edificio para retratar lo que le ocurre a una sociedad. Sus discursos, los acentos y  cavilaciones demuestran una ecuación: no son los habitantes de las barriadas o el lumpen los que se aburguesan, es la burguesía la que se está “arrabalizando”, asegura Walter Siti. Ahora las capas se han contagiado mutuamente: hay un poco de barriada en los nuevos valores burgueses, un poco de prudencia burguesa en los nuevos impulsos de los arrabaleros. ¿Desclasamiento o desideologización? Esa es una de las preguntas a las que contesta el escritor e intelectual italiano.

Este es el primer libro de Walter Siti (Módena, 1947) que se traduce al castellano. Este crítico literario es una voz lúcida dentro de la cultura italiana. Es director de la revista Granta Italia y editor de la obra de Pasolini para la colección I Meridiani de la editorial Mondadori. También es autor de numerosos ensayos y novelas entre los que destacan Resistere non serve a niente (Premio Strega y Premio Mondello). Recientemente, Siti visitó Madrid para hablar de esta novela y también de los cambios que atraviesa la sociedad europea actual.

No son los habitantes de las barriadas o el lumpen los que se aburguesan, es la burguesía la que se está arrabalizando

¿En este edificio de nueve plantas, en Roma, cabe un retrato de toda Europa?

Poco a poco el mundo se está dividendo en dos, los ricos que se encierran en sus edifico detrás de rejas, los dueños de la tierra; y del otro lado, una enorme cantidad de personas derrotadas, que van desde la burguesía hasta los más pobres, lo inmigrantes, y que viven en los barrios. En Italia los barrios marginales y periféricos son un caso especial. Estos barrios se crearon en el fascismo. Tenían una individualidad muy específica. Cada periferia era distinta de la otra e incluso existía un patriotismo en cada periferia. En los últimos 20 años con los esfuerzos optimistas de la izquierda, que hablaban de integración, la periferia ha perdido esa individualidad y se ha convertido en la ciudad extendida. Por eso ahora, también en esa periferia de Roma, conviven los antiguos habitantes de esos barrios tradicionales junto con los nuevos inmigrantes extracomunitarios, que serían los africanos, senegaleses pero también los chinos, por ejemplo, que no son pobres para nada. Además de ellos, hay gente joven que va a vivir ahí porque los alquileres son más bajos. Eso genera una mezcla en el que, como en la novela, una  joven profesional  se enamora de quien vende drogas.

En los últimos 20 años con los esfuerzos optimistas de la izquierda, que hablaban de integración, la periferia ha perdido esa individualidad y se ha convertido en la ciudad extendida

¿Una igualación a la baja? ¿La desaparición de las clases sociales?

Todas estas mezclas se caracterizan por una falta de futuro. Antes la burguesía en Italia sabía lo que era el futuro y la historia.  Ahorraba para que sus hijos pudieran tener una vida mejor de las que tuvieron ellos. Había un objetivo en la vida. Ahora sin embargo, esta esperanza de que los hijos tengan mejor vida que nosotros ha desaparecido.

¿Se puede considerar un fenómeno europeo? 

Sin duda. Es un fenómeno europeo, y al no tener una escala en la que se pueda mejorar peldaño a peldaño, se vive al día. Mejor dicho, a la hora, al minuto. O se tienen sueños exageradísimos: ganar la Lotería, atracar un banco y llevarse muchísimo dinero. Hay una palabra en el dialecto romanesco  que es la palabra “impiche”. Es decir, cosas que están en la frontera entre lo legal y lo ilegal. Ellos mismos, de hecho, nunca saben bien qué es legal y qué es ilegal. Una cosa que me impresiona mucho es que todas las divisiones racionales que usamos para organizar nuestra vida han desaparecido. La diferencia entre el bien y el mal; lo masculino y lo femenino.

Se está acabando lo que tenía que ser el núcleo de la democracia según se entendía en la Inglaterra el siglo XVIII, y que era el individuo informado

En la novela  la relación que tienen los personajes con el otro está cargada de indolencia. El  otro siempre es el cretino, el  inmigrante…

Por eso creo que las periferias podían ser nuestro futuro. La impresión que tengo es que un desarrollo consciente del progreso fue un gran y conmovedor esfuerzo por parte de Occidente. Algo que ha durado doscientos años, pero que ahora se está agotando. Se está acabando lo que tenía que ser el núcleo de la democracia según se entendía en la Inglaterra el siglo XVIII, y que era el individuo informado. Porque ya no existe el individuo y la información se ha convertido en industria.

Usted habló de eso en su novela Demasiados paraísos. El papel de la sociedad del entretenimiento. Ese lugar donde todo se vuelve espectáculo. 

En esa novela expresaba que la televisión se había convertido en un instrumento para transformar las ideas en  lugares comunes.  La televisión coge la realidad y la transforma en estereotipo. Las personas simples y sin defensas culturales ven el estereotipo y lo imitan. Poco a poco la vida se va degradando. Se convierte en el espectáculo televisivo.

Walter Siti visitó recientemente Madrid.

¿Por qué la televisión no produjo lo que el cine? Para su generación el cine se convirtió en algo parecido, era evasión a su manera y al mismo tiempo su forma de relacionarse con el mundo. 

Creo que hay una diferencia. En el cine de los años 50 y 60 los divos eran algo lejano a nosotros. Incluso una especie de ideal. Mientras que ahora, con los blogs o las redes sociales, el divo es la persona que vive en la puerta de lado. La atracción ya no es vertical, sino absolutamente horizontal.

Lo que retrata El contagio … ¿es un desclasamiento o una desideologización?

Nunca ha existido la ideología en los barrios periféricos, al menos no en los romanos. La periferia romana durante al menos 200 años ha seguido siendo idéntica a la que contaba (Giuseppe) Belli en el siglo XIX. Lo que llamaba el pueblecito, un lugar en el que la ideología cristiana se falsificaba. Hay un precioso verso de un soneto de Belli en el que uno de estos personajes del pueblecito ve pasar a uno de esos cardenales en una carroza y dice: me gustaría saber cuántos de esos creen en Dios. Ese escepticismo se ha extendido a todas las ideologías. Por ejemplo, el habitante del barrio periférico romano nunca ha creído en el comunismo.

Hace diez años se decía: para seguir siendo fascistas hay que ser berlusconianos. Ahora dicen, para seguir siendo fascistas hay que hacerse salvinianos, es decir, de la Lega Norte

¿Sólo en Roma, dice?

Sí. En Italia los campesinos y los obreros sí apoyaron el comunismo, pero el barrio periférico romano es muy especial. Nunca ha habido obreros, porque no hay fábricas en Roma. Siempre ha sido subproletariado, no un proletariado. Así que el contagio del que hablo en la novela se no se da entre el proletariado y la burguesía, sino entre burguesía y el subproletariado, porque es el filón ideológico lo que falta. En los barrios periféricos la cosa es muy sencilla. Siguen teniendo nostalgia del fascismo. Hace diez años se decía: para seguir siendo fascistas hay que ser berlusconianos. Ahora dicen, para seguir siendo fascistas hay que hacerse salvinianos, es decir, de la Lega Norte.

Hablaba de la televisión como un recurso de des-sustanciación. La televisión no dejaba opinar, las redes sí. ¿Eso cómo cambia las cosas?

Uno de los problemas de las redes es precisamente el hecho de que sea gratis. Esa, por cierto, fue la gran invención de la televisión de Berlusconi.  No había que pagar el canon. Ahora, con Internet a los chicos jóvenes ya no se les remunera por el trabajo que hacen. Muchas veces trabajan gratis. Se han acostumbrado a trabajar gratis y, al mismo tiempo, se han acostumbrado a obtener muchas cosas gratis: descargarse las películas, la música, con libros. Ahora, al irte de viaje, se puede dormir en un sofá en una casa. La relación clara y neta entre trabajo y dinero desapareció. Por eso los jóvenes ya no saben cuál es su precio, cuánto cuestan ellos. 

La relación clara y neta entre trabajo y dinero desapareció. Por eso los jóvenes ya no saben cuál es su precio, cuánto cuestan ellos

¿Cómo la novela italiana ha asimilado eso?

Por una parte, la novela italiana se ha lanzado al nihilismo. Ante la incapacidad de entender lo que ocurre, habla de sí misma. Lo que llamamos autoficción, y de la que yo mismo llegué a dar cuenta en mi propia obra. Parecía que lo único que uno podía conocer era su propia vida. Sin embargo, eso ha hecho que sigamos mirándonos el ombligo.

El tema de moda ahora es la mafia. Toda esta parte de la literatura finge que tiene un compromiso social pero en realidad apunta al entretenimiento

El otro frente, ¿cuál es?

Del otro lado está la vinculación de la literatura con el entretenimiento. El tema de moda ahora es la mafia. Es una literatura que finge tener un compromiso social pero en realidad apunta al entretenimiento. Al público le gusta el mafioso y el delincuente, porque es una máscara. Es un estereotipo. Los mejores novelistas son los que siguen pensando la novela como un instrumento de conocimiento. Una novela es capaz de tener muchos niveles en su interior y puede agruparlos, mientras que la ciencia debe dividir el fenómeno que estudia. La novela es un modo de conocer, no de entretener.

¿Cuál es la vigencia ideológica, estética y espiritual de Pasolini?

Tengo la impresión de que es cero. Ideológicamente, lo único que había permanecido del pensamiento de Pasolini era la idea de la homologación cultural, que ha sido fagocitada por la derecha y la izquierda en una suma cero. Espiritualmente, lo que a mí me interesaba de Pasolini era el tema de lo sagrado, algo por cierto muy distinto de la religión. Esto ha quedado englobado en un debate del tipo quién está a favor del Papa Francisco y quién en contra. Ya no hay espacio para un pensamiento de ese tipo. Y desde el punto de vista estético, hay que tener en cuenta de que Pasolini tenía algo que no es imitable: su instinto para la poesía. Eso algo que, por definición, no puede tener herederos. 

Un detalle de la portada de El contagio (Entreambos)

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