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Cultura

Sobre la muerte de Víctor Barrio y la tentación de arrojarnos estiércol como si fuera confeti

Compañeros de cuadrilla de Víctor Barrio a su salida de la iglesia de San Bartolomé de la localidad segoviana de Sepúlveda, donde hoy ha tenido lugar el funeral por el torero que murió el pasado sábado.

La noche había sido larga y la mañana bronca, así que la pregunta me sentó como un trago de lejía. ¿Qué opinas de la muerte del joven torero? Mi amiga vegetariana desconocía casi todo de Víctor Barrio: que fuera de Sepúlveda, que hubiese tomado la alternativa tarde; las razones que  lo impulsaban a estar ahí, ese sábado de calor infernal, ofreciéndole el pecho a un astado. También ignoraba la urgencia con la que muchos cruzan el largo y bello desierto de una profesión en la que el tiempo juega en contra. El toreo, ese quehacer que reúne a bestias y hombres; esa lucha que parece un baile y cuya esencia exige belleza y verdad. ¿Qué opinas de la muerte del joven torero? La interrogante da vueltas alrededor de mi cabeza; acaso por el tono, por la forma, por las muchas discusiones previas que nos han traído, a las dos, a ambos lados de la misma pregunta. Mi amiga vegetariana ignoraba todo sobre Víctor Barrio, hasta su nombre. Y sin embargo, parecía alegrarse por su muerte.

Mi amiga vegetariana ignoraba todo sobre Víctor Barrio, hasta su nombre. Y sin embargo, parecía alegrarse de su muerte

Hasta el domingo en la mañana, había visto la secuencia de la cornada de Teruel dos veces, las suficientes para quedarme con el gesto de ojos abiertos de quien ve la muerte venir; con la imagen rota del vestido de luces –grana y oro- convertido en mortaja; la muleta huérfana en el albero, impresa tras los pases con la cara de Lorenzo, un negro bragado de Los Maños que al atravesar el pecho del matador con el pitón consiguió estampar también en el trapo el gesto de angustia y dolor del segoviano. Ahí, en el paño revuelto, sucio de sangre y tierra, el lance ha quedado convertido en Santa Faz. La imagen incendia, de poderosa y desolada.

¿Qué opinas de la muerte del joven torero? Formulada con ese soniquete de buenismo matonil de quienes para reforzar su catecismo animalista celebran la muerte del ser humano, la pregunta de mi amiga transformó la tristeza y abatimiento en disgusto y preocupación. Hay algo de fango en el gesto de quienes celebran la muerte de otra persona para colgar motivos y medallas en sus propias creencias. La idea de la muerte como una baja del enemigo nos habla de un mundo contrario al de quienes dicen sentir respeto por los pollos, pero no son capaces de mostrarlo por un ser humano. El asunto no se trata de arrojarnos estiércol como si fuera confeti. Para hacer tal cosa, mejor pensar en la boñiga que nos aprieta las tripas, que nos iguala, y con la que la tierra nos recuerda que volveremos a ella.

Hay algo de fango humano en el gesto de quienes celebran la muerte de otra persona para colgar motivos y medallas en sus propias creencias

Venía de una noche larga y de una mañana bronca, he dicho, cuando una amiga me preguntó qué pensaba de la muerte de Víctor Barrio. No respondí entonces y puede que mucho menos ahora. En la muerte del matador hay algo fulminante, terrible, como la belleza que hace poso en las tragedias. Algo irreversible que guarda en su interior, la esencia del toreo: su naturaleza brutal y genuina; ese episodio casi extinto en el que ser humano y animal se miden; regresan el uno al otro. Por eso cada tarde, en los ruedos, se pone en marcha el hilo del que tira Teseo, el que nos recuerda de dónde venimos.

¿Qué opinas de la muerte del joven torero? La pregunta, sus modales de objeto arrojadizo, descuartiza mi paciencia. Mi amiga no es la única que muestra cierta satisfacción por la muerte de Víctor Barrio. En las redes, en la calle, en las barras de algunos bares, hay quienes aluden a la cornada y al fallecimiento del diestro casi como un festejo, una compensación, una pequeña venganza que reafirme sus ideas. Lo hacen con mayor o menor elegancia. Sin embargo, una cosa los une: esa risa rota y maluca en la que resuena la lógica de quienes arrasan un país para liberarlo. Nunca la tolerancia me pareció tan peligrosa. No voy a arrojar estiércol como si fuera confeti. Prefiero buscar cuánto de la mía y la de quienes quiero hay en la muerte de alguien que ya no volverá a casa.

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