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Cultura

El Midwest de Manuel Vilas, ese lugar donde la gente decora la soledad con abalorios

América, de Manuel Vilas.

Sólo alguien como Manuel Vilas podía escribir un libro así. Uno en cuyas páginas alguien relata, con melancolía y sensación de arrancamiento, el largo viaje que separa al que parte hacia un lugar del que regresa. Esa larga fractura que padecen los viajeros: gente rota. Eso es América (Círculo de Tiza), el libro en el que el escritor aragonés narra la crónica de sus viajes por distintas ciudades estadounidenses, especialmente lasdel Midwest, lugares que recorre olisqueando en las costumbres y lugares de la clase media americana algo que se parezca a él.

"Por muy grande que sea la desesperación de un país o un continente, más grande será siempre la mía”

"He visto a grandes desesperados en Estados Unidos, tipos en la calle, rebosando miseria, emperadores de la basura, y tenían estilo. No es lo mismo estar desesperado en Estados Unidos que estarlo en cualquier otra parte del planeta: tal vez ese sea el tema de este libro. Dedico este libro a todos los desesperados estadounidenses. A su estilo. Porque tenían estilo. Este libro es también autobiográfico y cuenta mis viajes por muchas ciudades norteamericanas. Entonces, dedico este libro a mi desesperación americana… Por muy grande que sea la desesperación de un país o un continente, más grande será siempre la mía", escribe Manuel Vilas con esa poesía que sólo él sabe construir. Frases que parecen inofensivas pero que te harán daño. Te harán sentir solo y muerto de frío mientras te sonríen, muy graciosas ellas, meciéndose en una coma.

El horario continuado de los Wallmart, esas cadenas que jamás cierran, como el corazón de los poetas; la manía de las personas de decorar la soledad con electrodomésticos o el olor del basement como quintaesencia de la clase media de EEUU

En estas páginas Manuel Vilas no pretende responder a nada, porque no incurre nunca en la pretenciosa e inabarcable pregunta sobre qué es América. Y si llega hacerlo, salta a la vista que ese no es su propósito. No le interesa lo que los demás esperan. Quiere saber lo que realmente a él le importa: qué encierran aquellos desiertos hoteles de la cadena Hilton; cómo debió ser el movimiento pendular del cuerpo de David Foster Wallace después de ahorcarse; la forma apocalíptica en la que cae la noche en las autopistas del Midwest; el horario continuado de los Wallmart, esas cadenas que jamás cierran, como el corazón de los poetas; la manía de las personas decorar la soledad con electrodomésticos o el olor del basement como quintaesencia de la clase media norteamericana. Viaje a viaje, estación por estación de este viacrucis, Vilas relata y trae a colación iconos de la música, la política, el arte, la televisión y la literatura. Como si pasando revista al paisaje, Manuel Vilas pasara revista a sí mismo.

Este libro es comparativo, escribe Manuel Vilas. "Compara el que soy con el que fui. No se puede ser español toda una vida, eso pienso ahora, cuando se acerca el momento de dar este libro a la imprenta (…) Estados Unidos me hizo ver que mi desafección  por España podría tener un fondo de nobleza, de dignidad, de necesidad, o de legítima defensa; que podía ser una desafección razonable, ineludible. No a causa de los españoles, que los pobres no tienen nada que ver con España y a quienes yo siempre quise  y amé, sino de las élites españolas y de la fabricación de su cultura canónica y de su mitología literaria, donde nunca me sentí cómodo”.

Manuel Vilas escribe como quien estuvo enamorado, fascinado o pillado por una idea mayor a la que consiguió al llegar al final de su viaje, pero a la que no necesita maquillar

Algo hermoso, trágico y gracioso se cuece en ese Manuel Vilas se mete los pies en el agua helada del Mississippi -¿hay río más literario en EE UU que ése?-. Escribe como quien estuvo enamorado, fascinado o pillado por una idea mayor a la que consiguió al llegar al final de su viaje, pero  a la que no necesita maquillar para quedarse en paz. Se entretiene, dice él, contemplando la combustión cultural del capitalismo, da cuenta “de un sentimiento de vergüenza o de inferioridad” arraigado en su condición latina, y emprende, claro, “una huida española y de un recelo inconcreto”. Adoro los Estados Unidos, tal vez porque adoro la vida en la tierra. Pero adorar no es amar. Amar, sólo amaría el paraíso. Y no es posible el paraíso en la tierra, escribe.

"América está abierta de par en par a lo desconocido, y lo desconocido tiene su profeta, que no es otro que ese ser salido de la profundidad del Midwest, ese ser llamado Donald Trump"

En las páginas de América, Manuel Vilas menciona a la Norteamérica de Trump, algo que parece no tener mayor sentido, porque ya habla ella sin necesidad de aludirlo. Las verdaderas claves de este libro, son otras. Justamente porque Vilas las extrae de, ahí, de donde nadie sabe mirar. En esos muchos vertederos mencionados al comienzo de esta reseña y en los que Vilas se mueve como el rey de los desesperados que dice ser. "La democracia americana hizo creer que sí, se era posible el paraíso en la tierra; esa es la base de política de los Estados Unidos, un cimiento idealista para poder sujetar el gigantesco edificio cuya última aspiración es desconocida (…) Pero sí, América está abierta de par en par a lo desconocido, y lo desconocido tiene su profeta, que no es otro que ese ser salido de la profundidad del Midwest, ese ser llamado Donald Trump”.

"Es un largo poemario en prosa el que escriben los desesperados como Manuel Vilas"

Comprar, vender, construir, aparcar, ocupar espacio, consumir, esa supuesta América que promete el título se va revelando en esa lista de infinitivos cuyas postales Manuel Vilas va coleccionando. Las recoge  a la salida de los supermercados, en los peajes de las autovías, en las calles, las casas de madera, las tiendas…  esos lugares saqueados de los que extrae las verdaderas pepitas de oro. América   no es un diccionario de costumbres. Ni un Atlas. Ni periodismo. Ni un libro de viajes. No es nada de esas cosas. Es un largo poemario en prosa el que escriben los desesperados como Manuel Vilas.

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