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Cultura

Arno Camenisch: “Un texto busca su forma; en el mejor de los casos, la encuentra”

Arno Camenisch (Foto: Xordica)

Al sonido él lo llama color. Un acento, una rima, incluso una incorrección en el habla es para Arno Camenisch (1978) un matiz. Nació en Tavanasa, una ciudad del Cantón de los Grisones, en los Alpes suizos; un lugar que se distingue por sus altos picos, pero también por sus valles hondos y anchos. Ha de ser por eso que Camenisch entiende el reverso, el lado áspero de la montaña, ese donde la vida se deposita día, tras día, tras día.

Es allí, en lo que se conoce como el cantón más grande de Suiza, donde el escritor ha ambientado su llamada Trilogía Grisona, formada por las novelas Sez Ner (2009), Detrás de la estación (2012) y Última ronda (2012), todas traducidas y editadas en España este año por Xordica. Con apenas 36 años, Camenisch se ha convertido en una de las voces más visibles de la literatura suiza. Sus libros, traducidos a más de 20 idiomas, le han hecho merecedor, entre otros, del Premio de Literatura de Berna, que le fue concedido en dos ocasiones.

Con un español italianizado, Arno Camenisch habla del material del que están hechas sus historias: relatos directos, levantados con una cierta intuición sobre qué es esencial y qué no, una cualidad que convierte su prosa en un artefacto fibroso. Ese es el mecanismo que pone en marcha Camenisch en Sez Ner, una novela que narra la vida cotidiana de cuatro hombres, cuatro personajes sin nombre a quienes solo les define su oficio: el quesero, su ayudante, el vaquero y el porquero. Estos hombres son lo que hacen. Trabajo y vida suponen para ellos una misma cosa.

Sez Ner narra la vida de cuatro hombres, cuatro personajes sin nombre a quienes solo les define su oficio.

El paisaje es también un personaje en Sez Ner. El más inclemente y decisivo, porque define al resto: el sol que abrasa y el viento congela; la vida agreste donde vacas y cerdos acompañan una calma bruta, incluso violenta, y en la que la llegada de turistas ocasionales resuena con la extravagancia de quienes están de paso. La tierra define y despedaza a los personajes Camenisch; los fortalece a la vez que los hace vulnerables. Todos ellos comparten, acaso, algo crepuscular y a la vez instantáneo que el escritor construye mediante fogonazos, frases cortas o escenas simples en las que se cuela la soledad, el alcoholismo, incluso ese sonido estropeado que él llama color.

Al leer a Camenisch resulta inevitable preguntarse qué lleva a alguien de apenas 36 a escribir como un hombre mayor y demorado, capaz de entender la lentitud y usarla narrativamente a su favor. Es ahí donde su conversación, su español raro –de giros fuertes e imágenes rotundas como las afirmaciones de un niño iluminado- revelan la potencia del mundo que se levanta tras esas páginas. Sez Ner es una novela de fin. Cuatro hombres solos, que trabajan día tras día. El potencial de frustración de esa dinámica es enorme. Habla sobre un sitio que conozco desde mi infancia. Y no porque así lo deseara. Mi padre pensaba que pasar allí los veranos y vivir esa experiencia nos haría mejores a mi hermano y a mí. No fue una decisión escribir sobre eso, simplemente se me impuso. Tardé 18 años en hacerlo. Y lo hice, creo, con una rabia fría”.

En el cantón de los Grisones, de donde es Camenisch y donde transcurren sus historias, se hablan tres idiomas: el alemán, el italiano y el romanche, esta última una variante de las lenguas romances; la habla el 0.9% de la población. Sez Ner fue escrita a caballo entre el alemán y el romanche. Y es justo en ese matiz donde la escritura de Camenisch se revela como un gesto extractivo: arranca capas como quien separa sonidos, atraviesa a quienes habitan ese lenguaje y consigue de ellos una sustancia vital. “Escribo sobre los humanos, pero trato de dibujarlos de la forma más humana posible”, cuenta Camenisch mientras fuma un cigarrillo –lleva dos seguidos- en una calle de Malasaña, un lugar que conoce de sus años vividos en Madrid.

“Escribo sobre los humanos, pero trato de dibujarlos de la forma más humana posible”

En Sez Ner hay algo brutal y enternecedor. Las cosas ocurren en instantes, a veces sin una explicación: desde un hombre colgado de un árbol enredado en un parapente a otro al que le faltan dos dedos. Camenisch nunca nos explica por qué el quesero cuelga de una rama o cómo su ayudante perdió los dedos. Él solo lo muestra. “Me interesa el aspecto fílmico de la escritura. Como en los videoclips. Importa el personaje, mostrarlo. No adónde va su historia, ni de dónde viene. Importa su ahora. Ese momento”.

Sez Ner se completa con dos historias más: Detrás de la estación, una novela ambientada en un pueblo de 40 habitantes y narrada por un niño que describe el mundo tal y como lo percibe: sus vecinos, la estación, la peluquería o el Helvezia, el bar donde se reúnen todos y que reaparece como escenario principal de Última ronda, libro que cierra la trilogía, y cuyas páginas recrean la conversación de los parroquianos habituales que se reúnen en el bar por última vez antes de su cierre.

Aunque afirma que para él prevalece la historia antes que el lenguaje, su manera de tratarlo viene mezclada con un elemento adicional. El escritor forma parte de la corriente de Spoken Word, una forma de narrar –o hablar- que combina ritmo y melodía y cuya esencia está en el efecto que producen unas palabras encadenadas con otras. Comenzó a practicarlo muy pronto: a sus 17, entre amigos, con una cerveza en la mano. “Fue allí donde encontré mi primera experiencia real con el lenguaje”.

 “Un texto no está terminado sin los lectores. Yo pongo los impulsos, ellos ponen la emoción”.

 “Un texto busca su forma; en su mejor caso, la encuentra, pero no está terminado sin los lectores. Yo pongo los impulsos, ellos ponen la emoción”, dice este hombre de piel blanca a punto de arrugarse, alguien que nació en una ciudad a 100 kilómetros de Saint-Moritz. A la pregunta sobre a qué suena, mejor dicho, qué color tiene Sez Ner, responde sin dudarlo: es dorada y negra. La conversación debe terminar como se cierran estos asuntos, con cortesía y distancia educada, acaso redondear una idea o simplemente repetirse. Pero a Camenisch no se le dan bien las palabras neutras; incluso en un idioma que no domina, las usa como una detonación. “El único sol que hay en Tavanasa está en los vasos”, afirma mientras expulsa una última columna de humo y pisa una colilla sobre la acera.

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