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Cultura

Las buenas chicas no leen novelas: historia de la pornolectora

Son 121 páginas, apenas 121 pero dan para tres siglos. Desde la mismísima Madame Bovary que en el siglo XIX escapa de su tediosa existencia de provincias devorando novelas de folletín hasta la imagen de Marilyn Monroe, en Long Island, en 1955, sentada en un columpio infantil, con una ceñida camiseta a rayas, leyendo el Ulises de James Joyce. Las buenas chicas no leen novelas (Península, 2013), de Francesca Serra,  echa por tierra el relato emancipatorio de la lectura femenina y busca su origen más oscuro como una compensación de sumisión cultural.

No es un libro militante, mucho menos de género. Se trata de un ensayo irónico, crítico e inteligente dedicado a la relación de las mujeres con la lectura a partir del  siglo XVIII hasta el presente.  Por sus páginas desfila el estereotipo de la lectora femenina desde la aparición de la novela moderna, con la mercantilización del libro como objeto, y con él la aparición de la llamada “literatura de tocador” relegada a esposas y señoritas, hasta la lectora contemporánea que viaja en el vagón de metro devorando un ejemplar de Cincuenta sombras de Grey.

“En este libro hablo de estereotipos,  sobre la construcción de la imagen de la lectora ligada a la construcción del imaginario de la mujer, en general, como un ser sugestionable, impresionable y muy ligada a la idea de la apetencia, como algo que no se elabora intelectualmente, algo que tiene que ver con el hambre o el sexo”, explica Francesca Serra sentada en uno de los sofás blancos del Hotel de las Letras, desde donde concede las entrevistas sobre un ensayo que tiene de todo menos de políticamente correcto.

Sí. Así ha visto la historia editorial a las mujeres. Lectoras compulsivas, defectuosas, devoradoras de una literatura menor que alimenta fantasmagorías y ensoñaciones sentimentales o eróticas, eso es lo que se desprende de esta idea tutelada de la mujer lectora desde hace tres siglos, insiste Serra. “Es un proceso que nace en Europa en la segunda mitad del siglo XVIII  pero que se ha globalizado, porque ahora la pornolectora es más numerosa. La pornolectora es una creación económica, sobre todo cuando la cultura comienza a estar ligada a la economía. Antes de la segunda mitad del siglo XVIII la cultura estaba destinada a hombres de muy alto nivel; no estaba en juego todavía la necesidad de vender libros”.

Las buenas chicas no leen novelas  es una historia cultural de la lectura, relacionada con los prejuicios sociales pero también con una historia económica y comercial que vio en las mujeres un nuevo consumidor potencial  en un mundo donde las reglas ya estaban hechas –los hombres ya leían- y en el que el libro se revela como un gran producto de escape, a la vez que se creaba un determinado discurso: la mujer no lee para conocer, lee por vicio, por el acto oculto y compulsivo de la fantasía y la evasión. Y como tal comenzó a ser representada.

“Cuando comencé a estudiar la literatura del siglo XVIII, noté que se hablaba mucho de lectoras y eran muy representadas incluso en cuadros. Me di cuenta de que la mayoría de las mujeres lectoras del siglo XVIII eran representadas en ropa interior o desnudas. Por un lado me producía risa y suscitaba una cierta ironía, porque ni las mujeres, ni los hombres leen desnudos, pero los hombres no eran representados desnudos. Era la representación muy evidente de un nuevo icono que se estaba creando”

Trazando un recorrido por los principales hitos y símbolos asociados a lo femenino en la cultura europea y occidental, Francesca Serra crea un contexto dónde insertar la aparición de la mujer lectora para describir cuál fue el sitio que se le asignó desde un comienzo, incluso a riesgo de parecer que arroja piedras sobre su propio tejado. “La ironía que tiene este libro es que debe hacer entender que no soy yo la que dice que seamos pornolectoras . Me limito a observar lo que han hecho con nosotras incluso para decir ‘intentemos leer de otra manera’”.

El reclamo esencial que se hace, sin embargo a Las buenas chicas no leen novelas es la inexistencia de un antónimo a la pornolectora como imagen dominante de los últimos tres siglos, a lo que Serra responde: “Existen figuras que sí escapan del estereotipo, pero yo me ocupo de la masa de lectoras. En este momento yo no hablo de las mujeres que sí han construido literatura de manera singular sino de la corriente dominante y quería ver qué ocurría en esa corriente dominante porque esto es lo más potente que está ocurriendo en la actualidad y aunque es verdad que existen otras cosas todavía son minoría”.

Sobre el fenómeno E.L James, Francesca Serra no lo ve como un retroceso, ni siquiera como una contradicción. Es el cauce natural de tres siglos anteriores. EL contagio De Cincuenta sombras de Grey, un libro de soft-porno, con cierto dejo machista, escrito por una mujer para lectores mujeres, no significa más que la evolución de un estereotipo editorial presente desde hace mucho tiempo: “Estas Cincuenta sombras de Grey  es el punto extremo de la pornolectora que empieza en la segunda mitad del siglo XVIII. Primero es una lectora de novela, que no hay que olvidar que en el siglo XVIII las novelas son consideradas una lectura de nivel bajo. Luego, en el siglo XIX comienzan a leer novela rosa, novela de amor, y hoy el aspecto sentimental pasa a una novela de porno blando”.

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