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Cultura

Jesús Marchamalo, el hombre que husmeaba en las bibliotecas ajenas

En 'Los reinos de papel', publicado por Siruela, Marchamalo visita las bibliotecas de una veintena de escritores.

Jesús Marchamalo lleva ya casi diez años entrando en casas ajenas para humear las bibliotecas de sus anfitriones. Puede que acumule ya medio centenar de expediciones. Todas las que ha curioseado tienen en común un rasgo: pertenecen a escritores. No en vano, Antonio Gamoneda bautizó al periodista como el inspector de bibliotecas. En 2011, Marchamalo publicó en el sello Siruela un primer libro dedicado al tema, Donde se guardan los libros, y ahora presenta una segunda entrega, Los reinos de papel. En sus páginas desarrolla un recorrido por las estanterías y baldas de más de veinte autores y de cada una consigue extraer un espíritu, un dato, una imagen, un objeto. Un gran retrato de familia libresca.

La marioneta de Kafka con la que Lorenzo Silva se retrata ante su estantería. Las fotografías de divas de Hollywood en las baldas donde Marta Sanz acumula ingentes volúmenes de novela negra. El libro que Ezra Pound dedicó, algo malhumorado, al poeta Antonio Colinas. Las estanterías que Félix de Azúa dedica sólo a la literatura –novela y poesía- y que ocupan una casa entera. Lola, la pequeña Yorkshire de Elvira Lindo que adoptó un libro de Caravaggio como si de un cachorro se tratara. Las bibliotecas Billy –quién no las ha usado, por Dios- en cuyas baldas de excesivo fondo Ignacio Martínez de Pisón acumula “la quincallería sentimental”, esa pandemia universal… Cual reino de fronteras difusas, en este libro hay de todo. Sin duda.

Hay de todo... La marioneta de Kafka de Lorenzo Silva. El libro que Ezra Pound dedicó, algo malhumorado, al poeta Antonio Colinas. Lola, la pequeña Yorkshire de Elvira Lindo que adoptó un libro de Caravaggio como si de un cachorro se tratara...

La colección de postales –metafórica- de cada refugio lector y la selección de imágenes que incorpora Marchamalo a esta bitácora lectora -y a su manera indiscreta- hacen de este libro una confitura, una golosina. Se suma al recorrido un elemento adicional: la crónica de cada visita y una pequeña recomendación literaria. Cada autor que participa aporta tres: habla sobre un libro de su obra, recomienda uno de su biblioteca y elige uno en concreto de Miguel Delibes, cuya fundación apoyó este largo recorrido del que Marchamalo habla en esta entrevista.

-Lleva casi diez años recorriendo bibliotecas de escritores.  ¿Por qué comenzó y por qué retomó la publicación de un segundo libro?

-Me parecía una idea interesante aquello de visitar bibliotecas de escritores, entonces daba por hecho que algo tan básico se le había ocurrido a alguien más. Y la verdad es que no se había hecho. Quizá por eso, este proyecto ha sido acogido como algo muy original. Aquel primer libro nació de un conjunto de reportajes que hice para el ABC sobre unos determinados autores y este forma parte de un ciclo que trabajé con la Fundación Miguel Delibes.

- ¿Con qué criterios elige a los escritores y las bibliotecas que quiere visitar?

-Pues de forma bastante caprichosa. Elegí escritores que conociera, que me gustaran, cuya obra conociera y que justamente eso me ayudara a moverme más cómodamente en sus bibliotecas.

-Además de entrar en una casa, hay una incursión en la intimidad del personaje. ¿Algún contratiempo en ese intento?

-Sin duda, es algo muy íntimo. Sin embargo, todo el mundo abrió gustoso las puertas de su casa. Incluso aquellos escritores más reticentes o que no se prodigan nunca, me mostraron esa parte tan secreta y que tanto tiene que ver con él.

"No puedes planear o proyectar una biblioteca. Puedes hacer un cierto postureo en la ropa que usas o en la música que escuchas, pero una biblioteca no admite falsificaciones"

-En este libro hay bibliotecas que lucen más vivas que otras, unas más anárquicas que otras. Cuáles te parecieron las más vivas.

-Todas estaban vivas, a su manera. Porque una biblioteca es un ser vivo. No puedes planear o proyectar una biblioteca. Puedes hacer un cierto postureo en la ropa que usas o en la música que escuchas, pero una biblioteca no admite falsificaciones. Es un trabajo de años y en el que ves reflejada la personalidad, no sólo por los autores que tiene sino por la forma que tiene de construirla. En todas las bibliotecas vi ese rasgo de desorden, de momentaneidad de cada uno de los libros. Sólo al ver las fotografías te das cuentas de que están vivas y vividas: el libro tumbado, el que está a la mano para consultar.

-Hay una cierta indiscreción en aquello de asomarse a bibliotecas ajenas. Es casi como entrar a una casa y abrir los gabinetes de la cocina, o la nevera.

-Hay una parte de cotilleo, de invasión de la intimidad. En las bibliotecas de los demás, buscándolos a ellos, te descubres a ti mismo. ‘Ah mira, también te gusta Sergie Pámies, o Patricia Highsmith’. Hay un encuentro.

-De la lectura de Reinos de papel sale el lector con unos cuantos descubrimientos.

-A partir del libro, se construye una biblioteca paralela para el lector, porque el autor o escritor recomienda un libro, habla de uno suyo y elige además uno de Miguel Delibes. Los lectores van a encontrar muchas sugerencias lectoras. Por ejemplo, descubrí a Hrabal con David Trueba. Salí fascinado con la sugerencia. Lo busqué, lo leí y me encantó. Es ahí cuando, a través de la mirada de los demás, descubres autores que no conocías. Eso te permite volver a sentirte joven, asombrarte con cosas que no conocías.

"A partir del libro, se construye una biblioteca paralela para el lector, porque el autor o escritor recomienda un libro, habla de uno suyo y elige además uno de Miguel Delibes"

-Resulta extraño: autores como Antonio Colinas, Félix de Azúa o la propia Rosa Montero no se definen como bibliófilos.

-Cada uno tiene sus manías. Siempre llama la atención que alguien tenga con los libros algo que no se te había pasado por la cabeza, pero también te reconoces en otras costumbres. Y te dices, ah, claro, yo también guardo estas cosas.

-Como las bibliotecas Billy de Ignacio Martínez de Pisón, cuyas baldas tienen más fondo y dejan espacio  para lo que usted, con mucha mala baba y humor, llama quincallería emocional.

-Todos tendemos a hacer eso, a depositar entre los libros otros objetos. Y es cierto que te rodeas de una cierta quincallería que acompaña a los libros y que te conduce al recuerdo de un viaje, a un momento. Nada de lo que acumulamos en una biblioteca es casual: las fotografías que, los objetos, todos obedecen a ese mundo del que quieres rodearte.

-Una biblioteca es sinónimo de casa, de permanecer al menos un tiempo, da cierta pertenencia y te obliga a no moverte, porque mudarse con libros es complicado.

-Es cierto que, en determinado momento, los libros pueden llegar a ser un engorro: acumulan polvo, se golpean en las baldas. Y en ese aspecto hay mucho humor y una mirada irónica en este libro acerca de cómo es nuestra relación con los libros. Que si te pones a pensarlo es un tanto ilógico, acumular esa gran cantidad…

"Nada de lo que acumulamos en una biblioteca es casual: las fotografías que, los objetos, todos obedecen a ese mundo del que quieres rodearte"

-Hay una compulsión. Por cierto,  la mayoría de los autores que aparecen aquí hacen torres de libros. Pisón, David Trueba, Lorenzo Silva, García Montero…

-García Montero tenía, además, una que se le acababa de derrumbar.

-Usted visitó la biblioteca de Azúa justo después de  que donara todos los libros de ensayo al Prado. Piense una cosa: aquella inmensa librería era sólo literatura, desde novela has poesía. ¡Pero eso ya era una casa entera!

-Azúa tiene una biblioteca amplísima y tremendamente ordenada, porque los libros están dispuestos según el orden cronológico de los autores. Claro, Azúa tiene un truco: apunta en el lomo de uno de los ejemplares y, en función de eso, los ordena. Es como un mapa cronológico de la historia de la literatura. Entonces se estaba mudando, y me comentó tenía una estrategia para sobrevivir a los libros en una mudanza: cada estantería viaja con sus libros.

Marchamalo visita las bibliotecas de una veintena de escritores en este libro.

-Gomá tiene una relación práctica con su biblioteca. De hecho, dice que él no profesa la beatería cultural del libro.

-Hay muy poca beatería del libro. A veces y quizá de forma un tanto excesiva, abusamos de aquel trato reverencial con el libro, porque lo dotamos de un cierto empaque, un aura cultural. Somos lectores porque nos gusta leer, y aun siendo una parte importantísima del mundo, hay más mundo que el de los libros en tanto objeto. Desde fuera, el mundo del libro tiende a verse con esa beatería que señala Gomá.

-Este libro se parece a usted: se mueve, es enérgico, curioso. Este libro se hace moviéndose. ¿Qué tipo de periodismo cultural hace usted?

-Me apetece divulgar esa parte de entusiasmo. Me gusta hablar de los libros y los autores con naturalidad. Desvestir el mundo del libro, sin sacralidad, sino de manera natural. Antes me decías que te extrañaba que algunos autores no se declararan como bibliófilos, a mí me pasa lo mismo. Yo me acerco a los libros como lector, no hay ninguna seducción que sobrepase la lectura. No busco libros sólo bonitos. No colecciono libro, soy un lector que tiene libros en casa.

-Eso no quiere decir que existan ediciones que generan especial entusiasmo. Por ejemplo, las portadas de Alianza de Daniel Gil.

-Claro que aprecio la belleza de un libro, me gusta el libro como objeto, pero no soy bibliófilo en el sentido de que no colecciono libros por coleccionarlos. Hace poco me preguntaron: si hay un incendio, qué libro cogerías. No supe qué decir, pero me quedé pensando cuál salvaría. UN libro de Machado, Nuevas Canciones, firmado por Machado, que me regalaron los libreros. Es el único que abro, toco, releo con la conciencia de su belleza como objeto. Pienso en esos segundos que tardó Machado en firmarlo, los segundos de Machado que están apresados en ese libro. Todo eso me genera una relación especial, pero porque es Machado. En el libro, Antonio Colina cuenta y enseña el libro firmado por Ezra Pound. Es la parte más bibliófila que me permito.

Marchamalo durante la entrevista

-¿Cuál le gustó más?

-Hay muchos fragmentos de bibliotecas que me parecieron magníficas, pero (por decirlo de algún modo) la biblioteca que me pareció más bonita fue la de Axtaga. Tiene una casa preciosa, envidiable, tranquila, una casa del siglo XVII o XVIII y todo el desván lo ha convertido en biblioteca. Es un lugar acogedor –toca hojear, buscar la imagen, ahí está-. Es como la bodega de un barco antiguo. Pero también me ha gustado mucho la biblioteca de Villena, también la de Colinas. La de Marta Sanz, con aquella sucesión de imágenes de divas de  Hollywood. Pero también la de Goytisolo. Pero creo, estoy seguro, que la más bonita ha sido la de Axtaga.

-Las bibliotecas poseen fronteras difusas, ¿cuáles libros le parecen que traspasan más unas que otras?

-Los libros tienen un instinto boscoso que hace difícil ordenarlos. Si los ordenas alfabéticamente, te planteas: ¿poesía e historia pueden ir en una misma balda? Pero aun así, ¿toda la historia antigua y contemporánea deberían ocupar un mismo espacio? Nunca había caído en algo tan obvio, por ejemplo, sobre cómo ordenar los libros de arte, Ángeles Caso lo hace cronológicamente y no alfabético. Hay otro tema: vives en una casa no en una biblioteca. Eso hace que ordenar los libros sea una operación tremendamente compleja. Y cuando todo lo tienes resuelto: ¿dónde colocas ese libro que es demasiado pequeño o demasiado grande? Por eso insisto en mi idea básica: una biblioteca no es el tipo de cosas que puede falsearse.

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