Quantcast

Cultura

La conexión italiana: así financió Franco el neofascismo global

Francisco Franco, en un acto junto a su mujer en 1970

En 1945 el franquismo era un régimen aislado. Cierto (o casi). Una anomalía en la Europa de la posguerra mundial. Cierto (o casi). El fascismo había sido reducido a cenizas en todos los países menos en España (y Portugal). La quimera invencible del aislacionismo español. Un país-cuarentena recogido sobre sí mismo y gobernado por un dictador que supo ser tan ambiguo como oportuno para permanecer en el poder mientras otros caían. Spain was different.

La tesis invocada es conocida, aunque imprecisa y en extinción entre los historiadores profesionales. ¿Fue de verdad España ese 'archipiélago incontaminado' que la mitología franquista publicitó durante décadas? Dos historiadores, los profesores Pablo del Hierro y Matteo Albanese, han publicado un libro –Transnational Fascism in Twentieth Century– en el que socavan las bases de la narrativa del aislacionismo y analizan las estrechas relaciones del dictador y las altas esferas del nacionalcatolicismo con los movimientos neofascistas surgidos en Italia –en realidad nunca llegaron a extinguirse del todo– tras la caída de Mussolini.

En su obra, de momento sin traducción al español, Del Hierro, docente de la Universidad de Maastricht, y Albanese, profesor en la de Lisboa, dan cuenta de las conexiones al máximo nivel entre el Estado franquista y el Movimiento Social Italiano (MSI), el partido que reactualizó la ideología fascista para adaptarla a los nuevos tiempos de paz y relativa prosperidad. En concreto, en la década de 1950, Franco financió con millones de liras –ambos historiadores llegan a documentar trasvases, en un solo año, de más de 2 millones destinados a sufragar campañas electorales en Italia– al MSI a cambio de que intercediera en la política romana en favor de la dictadura y sus intereses. Y todo, en un momento en que España aún no se había recuperado financieramente de las devastadoras consecuencias de la política económica autárquica de la década anterior.

Pero el propósito del libro de Albanese y Del Hierro va más allá de poner el foco en las intensas y fructíferas relaciones entre los fascistas españoles e italianos ('amistad' que se prolongó 60 años, entre 1920 y 1981). Su intención profunda es doble. Por una parte, replantear la historia del fascismo europeo, explotar su veta global –en eso consiste en parte la metodología transnacional en Historia, tan en boga– y someter a escrutinio sus contradicciones intelectuales (sus deseos de internacionalización y al mismo tiempo su ansioso ultranacionalismo). Según la visión de ambos investigadores, para comprender el fenómeno del fascismo tras la caída de Hitler la perspectiva nacional (tradicional) no es suficiente, se necesita una mirada diferente. "El fascismo es inherentemente transnacional", explica Del Hierro, "la ideología fascista viajó (y sigue viajando) mucho: partiendo de Italia se extendió por todo el mundo, desde Adelaida hasta Buenos Aires". Este profesor, doctor en Historia por el Instituto Universitario Europeo de Florencia, cree crucial entender "que el fascismo contenía en sí una interpretación de la violencia política y del terrorismo que no se limitaba al espacio nacional".

Por otra parte, ambos historiadores ponen el foco en un espejismo histórico devenido en lugar común. El fascismo fue derrotado militarmente en 1945, pero la ideología fascista no. Lo explica Del Hierro: "La Segunda Guerra Mundial se interpreta tradicionalmente como un turning point clásico. Sin embargo, no todo fue cambio; numerosos elementos de la Europa de entreguerras permanecieron inalterados, y la ideología fascista constituye uno de estos casos". El fascismo perdió la guerra, pero logró mudar de piel en un nuevo contexto internacional donde sus ideas habían sido no solo aparentemente derrotadas sino también proscritas.

"Los diplomáticos franquistas no solían dejar constancia de los pagos entregados a grupos neofascistas de otros países", explica Del Hierro

Y fue precisamente en este ambiente celosamente refractario al fascismo de la pax europaea en el que Franco, en contra de toda lógica aparente y de su propio relato público, supo encontrar cauces para el entendimiento con los grupúsculos neofascistas que trataban de medrar en la Italia gobernada por la Democracia Cristiana. Unas conexiones –España no solo llegó a aportar dinero, sino que dio cobijo a viejos luchadores fascistas, entre ellos Mario Roatta, jefe de los servicios secretos de Mussolini refugiado en España durante casi 20 años– que no han sido sencillos de rastrear. "Los diplomáticos franquistas no solían dejar constancia de los pagos entregados a grupos neofascistas de otros países", explica Del Hierro. Su indagación por archivos de seis ciudades, entre ellas Madrid, Londres o Washington, fue como "buscar una aguja en un pajar", aunque con gruesas diferencias dependiendo del lugar.

En España, la situación de los archivos históricos es un "drama", denuncia Del Hierro, que logró en el curso de sus investigación que la opaca Fundación Francisco Franco le permitiera acceder en algunos de sus fondos. El activismo de investigadores e historiadores contra las restricciones impuestas desde hace años por parte del Gobierno no han dado sus frutos. "Los archivos", señala Del Hierro, "llevan años sin recibir la financiación adecuada”, y compara la situación en España, Italia o Portugal con el paraíso anglosajón: "Allí la Historia se mima mucho".

Revisar la "sangrienta" Transición

La íntima relación entre las redes ultras hispano-italianas se prolongó, con altibajos, hasta los años 70. Tanto Italia como España vivieron una década convulsa de cambios políticos y atentados terroristas de grupos de extrema izquierda y derecha. Esta última fue la protagonista de muchos de los más sangrientos, años de terror que en Italia se conocen como los de la 'estrategia de la tensión'; en España, en cambio, por la engañosa cualidad de "mito intocable" que ostenta la Transición, las acciones terroristas de estos grupos neofascistas quedaron confinadas a un discreto e injusto (para las víctimas) segundo plano.

En aquel contexto de pavor y amedrentamiento, los vínculos entre los grupos fascistas italianos y la extrema derecha española se estrecharon todavía más. La Transición española fue violenta –a pesar de la costumbre académica de explicarla solo como un "proceso ejemplar y pacífico" hasta hace muy poco–, y a esa violencia contribuyeron terroristas fascistas italianos (el libro documenta esta conexión en algunos de los atentados más duros y mediáticos como la conocida como matanza de los abogados de Atocha). Un nexo crucial que, sin embargo, se apagó con el morir de la década. Ya en los 80, en un contexto geopolítico y nacional diferente en ambos países, la asociación fascista hispano-italiana finalmente desapareció.

Algo más de 35 años después, en una Europa que regurgita los peores vicios pasados de su olvidado siglo XX, estos dos historiadores –marcados a fuego por el 15-M: "por la mañana íbamos al archivo, por la tarde a Sol, donde mucha gente argumentaba la necesidad de analizar la Transición más críticamente"– aportan su aliento académico y su convicción, por qué no llamarla política, recogida en el prólogo del libro, de que "para prevenir el retorno del fascismo, es necesario entenderlo mejor".

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.