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Cultura

Relatos de horror elegidos por escritores: desde Edgar Allan Poe hasta Lovecraft

Un retrato de Edgar Allan Poe.

¿Qué lector, después de leer El almohadón de plumas, de Horacio Quiroga, no se ha llevado la mano a la base de la cabeza para comprobar, acaso, que nada nos ha picoteado? Más tarde, ya en la noche, es probable que ese lector infectado, mire con desconfianza la almohada mullida, ya nada inofensiva después de leer aquella historia. Esa sensación, magnífica, sólo la producen los buenos relatos de horror. Justamente ese género, el de la historia breve, es que el que ha dado –tanto en la literatura anglosajona como en la escrita en español- las mejores páginas. Y aprovechando la ocasión –Halloween para unos, Día de Todos los Santos para otros- en 'Vozpópuli' hemos preguntado a un conjunto de escritores cuáles son, a su juicio, los mejores en su tipo.

El peruano Fernando Iwasaki, quien ha aportado al género los magníficos relatos de Ajuar funerario (Páginas de Espuma, 2004) ha hecho una doble selección. En español ha escogido los Cuentos malévolos (1904) del escritor peruano modernista Clemente Palma,  una antología que redefinió el relato moderno con su ataque a las convenciones de la moral burguesa (el amor romántico, el tabú del incesto, el rechazo a la droga. Su fascinación por lo macabro y su gran manejo del ritmo narrativo están muy vivos hoy. De ese libro, recomienda por ejemplo el boliviano Edmundo Paz Soldán los relatos Los ojos de Lina, La granja blanca y La layenda del haschish.

La selección de Iwasaki continúa con el clásico Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917), del uruguayo Horacio Quiroga y que contiene, además de El almohadón de plumas –una joya- los magníficos La muerte de Isolda o La gallina degollada, entre muchos otros. A la criba de Iwasaki se suman además Mi hermana Elba y Los altillos de Brumal (1988), editado por Tusquets, de la española Cristina Fernández Cubas, además de Temporada de fantasmas (2004), de la argentina Ana María Shua y Los demonios del lugar (2007), de Angel Olgoso; ambos editados por la editorial Páginas de Espuma. Su selección escrita en inglés incluye Un horror tropical (1905), uno de los primeros textos del inglés William Hope Hodgson; La espada de Welleran (1908), del escritor irlandés Lord Dunsany; Animales y más que animales (1914), del magnífico, irónico y escabroso britániko Saki; El libro negro de los cuentos de A.S. Byatt y por supuesto La llamada de Cthulhu, un relato corto en estructura de novelette escrito por el estadounidense H. P. Lovecraft en el año 1926.

Buscando otras opiniones, la novelista Marta Sanz se decanta –dice ella- por los clásicos de Edgar Allan Poe, maestro del género: La caída de la casa UsherBerenice y La verdad sobre el caso del señor Valdemar. Suma a su elección anterior La pata de mono del británico W.W. Jacobs, así como El grabado del también británico Montague Rhodes y Luella Miller de la norteamericana Mary Wilkins. Al igual que Iwasaki, Marta Sanz no deja fuera El almohadón de plumas de Horacio Quiroga.

Ernesto Pérez Zúñiga, novelista y autor de la recién editada La fuga del maestro Tartini, evoca otros nombres, aunque coincide con Iswasaki y con Sanz en el imbatible Horacio Quiroga y Lovecraft –que para él sería el de La música de Eric Zann-. Pérez Zúñiga ha escogido Ligeia, un relato escrito por Edgar Allan Poe en 1838; El diablo en la botella, un cuento del escritor escocés Stevenson que, si bien es no exactamente de terror, posee en su tono de fábula un oscuro encanto; El Horla, uno de los relatos fantásticos más conocidos de Guy de Maupassant, cuyo protagonista, a raíz de un encuentro en el mar, comienza a sentir la presencia de un ente que le conducirá inexorablemente a una espiral de locura.

A los imprescindibles de Pérez Zúñiga –que incluyen, de contrabando, dos novelas: Otra vuelta de tuerca y Drácula- se incorporan también El altar de los muertos, de Henry James, llevado al cine por cierto por François Truffaut en 1977; Un habitante de Carcosa, del norteamericano Ambrose Bierce y El monte de las ánimas, uno de los relatos que forman parte de la colección de Gustavo Adolfo Bécquer llamada Soria escrita en Villa Rodriguez con los Metzeck. Finalizan las lecturas de Pérez Zúñiga con Luvina, del mexicano Juan  Rulfo y Axolot, un cuento cuyo nombre se debe a un raro animal escrito por el argentino Julio Cortázar en Final del juego (1956).

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