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Cultura

Sergio del Molino: "España ha sido un país de mansos; el miedo pasa de unos a otros"

Sergio del Molino, esta semana en Madrid.

"De ti, no quiero ni que me cierres los ojos". Le dijo José Molina a su esposa justo antes de morir. Pronunció aquella frase con certeza y esquirlas, como si hubiese estado toda la vida componiéndola, pergeñándola. Es justamente esa la misma frase que usa el escritor Sergio del Molino en las páginas de Lo que a nadie le importa (Literatura Random House), una novela que repasa, en clave autobiográfica, la historia de cuatro generaciones de una familia -una nación- que se desgaja en el tiempo.

Retrata así Sergio del Molino una España sin movilidad social; un país en el que, como a José Molina, más que elegir, a las personas les tocó ocupar un bando, un empleo, un rol. Un lugar en el que ninguno puede o concibe siquiera rebelarse. "Y así vivieron muchos españoles, en un país de mansos: encuadrados y transmitiendo el miedo de una generación a otra. Miedo al castigo, al grito del superior…", explica el escritor al hablar de esta novela, la segunda tras La hora violeta (Literatura Random House), una extensa carta de amor que el novelista dedicó a su hijo muerto.

Una España sin movilidad social; un país en el que, como a José Molina, más que elegir, a las personas les tocó ocupar un bando, un empleo, un rol.

Para poner en marcha este artefacto literario, Sergio del Molino trabaja la figura del abuelo paterno. Un hombre que pasó de un ejército a otro: de ser un recluta del bando nacional a ser dependiente de la planta de caballeros del Corte Inglés. Un hombre gris, acaso invisible, que compra los libros de la guerra civil, en cuyas páginas no consigue su nombre. Alguien cuya historia no importa a nadie: ni a sus nietos ni sus hijos, tampoco al país que le confinó al olvido y la soledad.

Contada entre Zaragoza y Madrid –dos ciudades que Sergio del Molino conoce y asume como suyas- Lo que a nadie le importa reproduce la acción de quien se mira al espejo, reconociendo en las heridas propias las batallas y derrotas heredadas.  Desde la Zaragoza de comienzos de siglo –atrasada y árida-, pasando por la España de la posguerra –con sus desclasados, sus emigrantes, sus contradicciones y resabios- hasta la ciudad moderna, el Madrid mesetario, que renquea con una senectud impresa en el alma. Un retrato de familia en el que la sociedad española muestra, acaso,  un aire compartido en el que reinan el silencio, el olvido y la soledad. En estas páginas prevalece aquello que no se dice, aquello que espera toda la vida para ser dicho. “De ti, no quiero ni que me cierres los ojos”.

Lo que a nadie le importa reproduce la acción de quien se mira al espejo, reconociendo en las heridas propias las batallas y derrotas heredadas.

-¿Escribió usted este libro con la intención de hacer un desagravio?

-Más que un desagravio, sería un homenaje. La literatura no tiene la capacidad de desagraviar a nadie. Desagravia la sociedad, quizá, pero no la literatura. Ella tiene otro margen de maniobra. Sí hay un intento inconsciente de homenaje, de comprensión, a una gente despreciada por la historia de España. Al comienzo de la novela parto de una perspectiva muy altiva, moral e histórica, con respecto a mi familia. Me veo como parte de otra cosa y lo que intento, o el esfuerzo que hago en el libro, es mantenerme a la altura de la mirada de mi abuelo. Nunca mirarlo por encima del hombro.

-Dice que los males de la sociedad española del siglo XX son el silencio, el olvido y la soledad. Prevalece aquello que no se dice, aquello que espera toda la vida para ser dicho.

-José Molina es un personaje muy solo y tremendamente resignado a las circunstancias que le ha tocado vivir. Al final de su vida intenta ver qué ha pasado. Descubre entonces que no se encuentra en el relato oficial. Ve que le están contando una historia que no tiene nada que ver con lo que ha vivido. Eso le genera un vacío tremendo.

"El problema, especialmente desde el mundo de la cultura, es que hemos creído que podemos vivir en España obviando España"

-Recordar es construir un relato. Y parece que a través de su abuelo, José Molina, ha decidido usted construir un relato propio, el de la España de la que proviene.

-La España de la que escribo es un país que he tocado y olido, que está en mi memoria y que ya no existe, pero existió en mi infancia. Hay una conexión física con esa España, una relación que incluso me desagradaba.

-¿Cree realmente que España conserva esa oscuridad del país de sus abuelos y sus padres?

-Ha perdido buena parte del carácter sombrío y sumiso, pero otros rasgos continúan ahí. El problema, especialmente desde el mundo de la cultura, es que hemos creído que podemos vivir en España obviando España. Los intelectuales de la etapa  de la belle epoque, aquel tiempo anterior a la guerra, lo intentaron, pero no les salió. Se creó el Círculo de Bellas Artes, el Ateneo… todo muy francés. Se creó la Gran Vía para disimular el Madrid castizo de Galdós, al que todos negaron. Y esa es una constante a lo largo de la historia: negar España. En lugar de repensarla o reformarla, terminan superponiéndole otra versión. Ese es el país en el que yo he crecido. Y eso es lo que intento en este libro: volver a España.

-Lo dice Martínez de Pisón: en las familias como en los países, los agravios nunca prescriben. Y en cierta forma, la reconstrucción de su propia identidad a través de su abuelo participa de esa lógica.

-El libro es un reconocimiento del destino, la negación de una libertad ingenua de crearme una identidad al margen de lo que me antecede. Eso es mentira, la identidad te determina. Estás sujeto a ella. Hay una cierta idea del destino que tiene sentido en la literatura. Mucho de lo que eres y crees que te has inventado, proviene de tu estirpe, de tu país.

"Un escritor español lo último que desea es ser español, quiere ser norteamericano o francés..."

-Lo curioso es que, desde la búsqueda de una supuesta vocación literaria, el narrador, usted, concibe una reflexión sobre sí mismo.

-Eso tiene un poco de revelación, pero me lo tomo con alegría y reivindico mi lugar como escritor español. Un escritor español lo último que desea es ser español, quiere ser norteamericano o francés… Yo lo que quiero es interpelar a los lectores de este país, a los que reconocen ese paisaje, a esos abuelos y esa cultura en la que hemos crecido.

-Sus editores definen Lo que a nadie le importa como novela social. Probablemente sea una novela política, en el sentido que congrega y convoca a un retrato colectivo, ¿o es acaso una gran novela familiar?

-De todas las etiquetas con la que más cómodo me sentiría es con la de novela familiar. Yo no termino de ver el libro como novela social. Pero no soy yo quien pueda o deba ubicar aquello que escribo y no soy partidario de las clasificaciones. Me gusta la divergencia de opiniones y que haya problemas para clasificar este libro. Me muevo en terrenos híbridos y me gusta incluso que se discuta si esto es una novela o no. Que yo creo que sí lo es. La literatura que me emociona no pertenece un género, se sale de ellos.Y aunque no usaría la etiqueta de novela política, sí es cierto que la novela me sitúa en el mundo y asumo una posición.

-Asegura usted que su abuelo salió de un ejército para entrar otro: de ser un recluta del bando nacional a ser dependiente del Corte Inglés.

-Tiene que ver con el hecho de que en España se termina organizando militarmente todo. El Corte Inglés, que es como una insignia del desarrollo de aquella España franquista, tenía una publicidad, en el año 1946, que decía: 'El Corte Inglés, siempre a sus órdenes'. Llevaban todo con una disciplina militar. Y eso ocurría con muchos estamentos de la sociedad española, que parecía no haberse desmovilizado, seguía metida en el ejército. Creo que mi abuelo se sentía un poco así. Al ver ese anuncio, lo entendí: mi abuelo seguía siendo un recluta, un mandado, y así vivió toda su vida. Y así vivieron muchos españoles, en un país de mansos: encuadrados y transmitiendo el miedo de una generación a otra. Miedo al castigo, al grito del superior…

"La sociedad española, que parecía no haberse desmovilizado, seguía metida en el ejército"

-¿Cree que ese miedo llega a su generación?

-Lo recibió, porque se lo transmitieron. Muchos padres e hijos han mantenido un trauma común: ambos han recibido como máxima aspiración el no meterse en líos. Escucharon aquello de “cállate, sé bueno, trabaja, no hagas mucho ruido, no destaques”. Hay mucha gente educada en España con miedo y con un grado de sumisión enorme. Las grandes empresas, El Corte Inglés, Telefónica, Renfe… son tiranas y tratan fatal a la gente, a un nivel que en otros países no lo permiten.

 -Entre los libros que cabrían, más o menos, en su generación hay un mensaje de hartazgo: Isaac Rosa, en La habitación oscura, reprocha a la democracia; Elvira Navarro, en La trabajadora, destaca la precariedad como herencia; otros, como Daniel Gascón, reconocen que su España es mejor que la de sus abuelos. ¿Y usted?

-Hay mucha desilusión en mi generación porque se nos preparó y se nos prometió un país que no fue tal. Hay un sentimiento de frustración muy grande. Yo estoy de acuerdo con Daniel Gascón, vivimos mejor. Yo no quisiera volver a la España de mis abuelos, tan solo evocarla me genera angustia.

-Esa España que usted alude persiste en aquellos que aun viven. Lo contradictorio, y a la vez maravilloso, es que el progreso ha sido tan acelerado en España que conviven unas generaciones con otras, y entre ellas gotea una cuota de reproche.

-Esta historia me explica a mí mismo, es cierto, pero quien realmente sufrió la España que retrato fue la generación de mi madre, que fue víctima de la historia de España. A mí esas cuotas de culpa y silencio me han llegado muy rebajadas, a ellos los condicionó. Crecieron en un silencio tirano. Sus padres fueron víctimas, pero a la vez se convirtieron en verdugos. Transmitieron y exigieron a sus hijos una austeridad que no se correspondía con el país en el que vivían.

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